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28 diciembre, 2019

Barrio de Salamanca, su origen en el Ensanche de Madrid

Bloque de tres plantas y planta baja, con balcones sencillos y portales de acceso a carruajes.
Primeras casas, calle Serrano. Foto: F.Chorro.
El  barrio de Salamanca  tiene su origen en el Plan de Ensanche de Madrid aprobado en 1860. Un proyecto de urbanización de casi 2.300 hectáreas, principalmente al norte y este de la capital, que tenía entonces unas 800 hectáreas. Se rebasaron las antiguas rondas que delimitaban la ciudad y se trazaron calles rectas con un ancho de 15 a 30 metros
más allá de la Puerta de Alcalá y por La Castellana, Argüelles, Chamberí, Vallehermoso, Sur de la carretera de Aragón (calle Alcalá), Embajadores y Puente de Toledo, según el plan diseñado por el ingeniero y arquitecto Carlos María de Castro.

Las primeras viviendas del barrio de Salamanca se construyeron en la calle Serrano, de 1863 a 1871, situadas hoy entre los números 28 y 36, frente a los Jardines del Descubrimiento de la plaza de Colón. En ellas se siguió el Plan Castro: casas para la clase media acomodada, con tres plantas sobre la planta baja, dos viviendas por planta y un gran patio interior con jardín y cocheras.
Detalle de fachada original, con mirador en la planta principal y amplia puerta apta para antiguos carruajes.
Fachada, calle Serrano. Foto: F.Chorro.


La urbanización de las primeras manzanas se realizó entre las calles Serrano, Goya, Claudio Coello y Villanueva. A la vez se tendía sobre la calle Serrano la primera línea de tranvías de Madrid, que comenzaron a circular tirados por mulas en 1871 entre el  barrio de Salamanca y la Puerta del Sol. Las cocheras se establecieron en la esquina de la calles Serrano y Maldonado. Se originó así un nuevo barrio en terrenos que pocos años antes eran de cultivo.

En las construcciones posteriores del barrio las reformas de la ley permitieron a propietarios y constructores aumentar la altura de los edificios y reducir el tamaño de los patios para obtener más viviendas en cada manzana, incluso los patios interiores podían convertirse en calles y desaparecieron plazas, jardines y fuentes previstos en los cruces de calles principales.

El barrio y por extensión el distrito recibió el nombre de su principal promotor, el banquero y político José de Salamanca, que invirtió dos millones de reales en la compra de terrenos en un área delimitada hoy por las calles Serrano, Alcalá y Francisco Silvela, y se convirtió en el constructor más importante de la época.

 
Vista parcial del enorme jardín interior de la manzana, con numerosas plantas y grandes árboles.
Jardín interior de una de las manzanas. Foto: S.Castaño

Como había ocurrido 30 años antes en Madrid por la desamortización de Mendizábal, el Plan de Ensanche propició un mayor enriquecimiento de las clases sociales más pudientes. La amplia oferta de suelo surgida por la desamortización de Madoz (1855-1894), la expropiación y subasta de los terrenos y su compra masiva a bajo precio por la alta burguesía y parte de la nobleza derivaron en un proceso especulativo, de venta y reventa de propiedades, obteniendo enormes plusvalías. Los precios de las nuevas casas se encarecieron, de modo que en lugar de gentes de clase media, como estaba previsto, las adquirieron familias de la alta burguesía y la nobleza.

En el lindante barrio de Recoletos y en el entorno de la Puerta de Alcalá José de Salamanca emprendió la urbanización de los solares donde antes habían estado el convento de Agustinos Recoletos, el Pósito (depósito de trigo) y la primera plaza de toros estable de Madrid. El marqués y otros miembros de la nobleza no tardaron en construir sus palacios con jardines en esta zona, a la que donó 3.750 acacias y otros 3.000 árboles diversos traídos desde su finca ‘Vista Alegre’, de Carabanchel Bajo. La mayoría de estos lujosos edificios ha desaparecido, sustituidos por otros de oficinas, entidades financieras y organismos oficiales.

 
Ejemplo de primeras manzanas del barrio, con su característico chaflán en la esquina.
Entre Claudio Coello y Jorge Juan. Foto: F.Ch.

El Plan de Ensanche se prolongó durante más de 60 años. Cien años después de su inicio, en los años 60 del siglo XX, el barrio de Salamanca ya no era una zona periférica, sino parte del centro de Madrid.


El barrio residencial fue dando paso a edificios de oficinas, sedes de organismos oficiales, centros comerciales, bancos, aumentando la circulación de vehículos y personas, a la vez que perdía conventos y colegios religiosos, vendidos para trasladarse a lugares más alejados. Muchos antiguos propietarios de viviendas optaron por venderlas para instalarse en lujosas y tranquilas urbanizaciones periféricas al norte de la ciudad.

El barrio de Salamanca mantiene el carácter burgués y el gusto refinado de sus orígenes, en sus edificios, tiendas y restaurantes, especialmente en la llamada ‘Milla de Oro’, área que reúne las firmas nacionales e internacionales más prestigiosas en joyería, moda y decoración. 
De estilo neobizantino, con torre y cúplula. Interior plenamente decorado y muy colorista. En calle de Alcalá, frente al parque del Retiro.
Iglesia de San Manuel y San Benito. Foto: F.Chorro


Sus calles están vinculadas a importantes figuras de las letras y las artes. En el número 7 (hoy 25) de la calle Claudio Coello murió Gustavo Adolfo Bécquer en 1870. A partir de 1871 Benito Pérez Galdós vivió de alquiler unos años en el número 8 (hoy 22) de la calle Serrano, hasta que se trasladó a una vivienda más lujosa de la plaza de Colón. En el 72 de la calle Serrano vivió Manuel de Falla de 1901 a 1907. Ramón Gómez de la Serna tuvo un estudio alquilado desde 1922 a 1936 en el número 6 de la calle Velázquez, en el torreón de un edificio ubicado donde hoy está el hotel Wellington. En la esquina de las calles Claudio Coello y Hermosilla estuvo el teatro Beatriz, donde Federico García Lorca estreno Bodas de Sangre en 1933, y en la calle Velázquez 75 tuvo su residencia en Madrid el escritor José Luis Martín Vigil.

En la plaza Marqués de Salamanca, en la confluencia de las calles Príncipe de Vergara y José Ortega y Gasset, una estatua sobre pedestal recuerda a José de Salamanca y Mayol.

30 noviembre, 2019

Leyenda de la calle de Cervantes y casa-museo Lope de Vega

Edificio de ladrillos y zócalo de piedra, Tres sencillos balcones en la planta superior y ventanas en la buhardilla.
Casa Lope de Vega. Foto: F. Chorro.
En la calle de Cervantes, por donde antaño se extendían las antiguas huertas del monasterio de los Jerónimos, hoy centro del Barrio de las Letras, cuenta la leyenda que el cardenal Pedro González de Mendoza, viniendo una tarde de invierno del monasterio fue interceptado por cuatro caballeros que le mostraron un bebé de pocos días, exigiéndole que se hiciera cargo de él y de un cofrecillo con documentos. El cardenal se opuso y les preguntó el motivo de tal requerimiento. Uno de ellos le contestó que aquello era un secreto que sería desvelado cuando llegara a su palacio y abriera  el cofrecillo. Le intimidaron de tal modo que el cardenal cedió a la petición. Ordenó a uno de sus criados que cogiera al niño y el cofre y pidió que uno de los desconocidos le acompañara, pero éstos respondieron que aquella misión también les comprometía a ellos y se marcharon.

Al llegar a su palacio, que estaba en la plaza de Santa María, donde se cruzan hoy las calles Mayor y Bailén, el cardenal abrió el cofrecillo. Lo que leyó le causó una profunda preocupación, porque supo que aquel niño era hijo del difunto rey Enrique IV, hermano de Isabel, que reinaría con el sobrenombre de ‘la Católica’. Aquel hecho podía complicar la estabilidad de Castilla. En secreto bautizó al bebé, le puso el nombre de su padre y le envió a Guadalajara para su crianza. Allí le visitaba a costa de su honra, ya que con el tiempo algunos sospecharon que era hijo del cardenal.

A la muerte en 1474 de Enrique IV, al que sus detractores apodaban ‘el Impotente’ por no haber tenido hijos con su primera esposa, Blanca II de Navarra, su hermanastra Isabel se proclamó reina de Castilla. Se desató una guerra civil  por la corona castellana entre partidarios de la hija del rey, Juana de Castilla, y los de su tía Isabel, que alegaban que Juana en realidad era hija de Beltrán de la Cueva, hombre de confianza de Enrique IV, motivo por el que la llamaban ‘la Beltraneja’.

El episodio del bebé llegó a oídos de Isabel, quien procuró por todos los medios que aquel niño no fuese reconocido un día como hijo de su hermano. El cardenal, conservó siempre el cofrecillo con los papeles y guardó fielmente el secreto.

Casa de Lope de Vega

Sala amplia de paredes blancas, techo con vigas a la vista y suelo de baldosas de ladrillo. Mesas, sillas, cuadros de la época y libros en una estantería se reparten por la estancia.
Casa Lope de Verga. Foto: casamuseolopedevega.org

En esta calle del Barrio de las Letras o de los Literatos tuvieron sus casas varios miembros de una familia de apellido Francos, que ocuparon puestos importantes en el Concejo madrileño. Por ello se la llamó calle de los Francos. En el número 2 de la que hoy es calle de Cervantes estaba la casa donde vivió sus últimos años y murió Miguel de Cervantes, en la esquina con la calle del León, junto al que fue famoso Mentidero de Representantes o de Comediantes. Lamentablemente, la casa fue derribada en 1833 y en la actual una placa recuerda al más célebre de los escritores españoles, con busto en relieve y una inscripción que alude a su gloriosa obra.

En el número 11 de esta calle, que baja hasta el paseo del Prado junto a la Fuente de Neptuno, está la casa de Lope de Vega, de principios del siglo XVII, restaurada y convertida en casa-museo en 1835. El Fénix de los Ingenios la compró en 1610 y en ella vivió 25 años, hasta su muerte en 1635. En ella fallecieron su hijo Carlos Félix a los siete años de edad, Juana de Guardo, su segunda mujer, al nacer su hija Feliciana, y una de sus amantes, Marta de Nevares. De esta vivienda salieron grandes obras la literatura, como Fuenteovejuna, El caballero de Olmedo, El perro del hortelano, Peribáñez y el comendador de Ocaña, La dama boba o El acero de Madrid. La casa fue vendida en 1674 por uno de los herederos y cambió de manos varias veces durante el siglo XVIII.

A principios del siglo pasado, su última propietaria creó una fundación para la conservación de la casa y nombró patrono de la misma a la Real Academia Española. El edificio, de dos plantas con buhardilla y fachada de ladrillo, fue restaurado en 1931 por el arquitecto Pedro Muguruza, cuidando al máximo la disposición que debió de tener en su origen: estudio-biblioteca, dormitorios, estrado para las mujeres, capilla, huerto. Se declaró monumento nacional y se inauguró en 1935, coincidiendo con el tercer centenario de la muerte del escritor. Para la ocasión se recibieron muebles y cuadros que habían salido de la vivienda donados por los familiares al vecino convento de las Trinitarias, donde fue monja una hija del escritor, Marcela.

Durante la reforma para convertirla en casa-museo aparecieron en el interior de la casa, utilizadas en arreglos anteriores, las jambas de la entrada principal y entre los escombros un trozo del dintel de la misma con la inscripción en latín: PARVA PROPIA MAGNA, MAGNA ALIENA PARVA ('casa propia es mucho aunque sea pequeña, casa grande es poco siendo ajena'). Y por encima las iniciales D.O.M (Deo Optimo Maximo) inscripción muy común en la época en edificios e iglesias para indicar: ‘A Dios el mejor y el más grande’. 


Unos metros más adelante esta calle se cruza con la de Quevedo, donde tuvo su vivienda el ilustre autor de ‘El Buscón’. En la esquina con la calle Lope de Vega, frente al convento de las Trinitarias, una placa recuerda que allí tuvo su casa Francisco de Quevedo.

07 octubre, 2019

Banco de España, historia y curiosidades

Vista desde la plaza de Cibeles, con la fuente en medio, el chaflán del banco. Más allá el Círculo de Bellas Artes y el edificio Metrópoli
Banco de España, Plaza de Cibeles. Foto: S.C.
El Banco de España, que hasta 1856 se llamaba Banco Español de San Fernando, estaba situado antes en la calle Atocha, en el antiguo edificio que fue sede de los Cinco Gremios Mayores. Cuando éste se quedó pequeño y la pujante burguesía madrileña se instalaba en el entorno del paseo del Prado y el nuevo barrio de Salamanca, la entidad se trasladó a la plaza de Cibeles.

La sede del Banco de España se construyó entre 1884 y 1891 bajo la dirección de los arquitectos de la entidad, Eduardo Adaro y Severiano Sainz de Lastra. Antes fue necesario el derribo del palacio de Alcañices y la iglesia de san Fermín de los Navarros, en el cruce de la calle de Alcalá y el paseo del Prado. Con su achaflanada fachada principal asomada a la plaza de Cibeles se formó el cuadrilátero de edificios histórico-artísticos de este enclave madrileño: Palacio de Comunicaciones, Palacio de Linares, Palacio de Buenavista y Banco de España.

Para entonces ya se acuñaban monedas en pesetas, desde 1869, por la unificación del sistema monetario español decretado por el Gobierno provisional surgido tras el derrocamiento de Isabel II, en cuyo reinado ya se había planteado el asunto. Desaparecieron el escudo y el real y se implantó la peseta como unidad básica, equivalente a 100 céntimos, que estuvo vigente hasta 2002. El Gobierno decidió también cerrar las casas de monedas o cecas provinciales y centralizar la producción en la Casa de la Moneda de Madrid, que estaba situada por entonces en la plaza de Colón, en el lugar que ahora ocupan los Jardines del Descubrimiento.

Majestuosa fachada principal, en chaflán, entre la calle de Alcalá y el paseo del Prado.
Esquina calle de Alcalá. Foto: Fernando Chorro.

Los primeros billetes en pesetas se emitieron unos años después, en 1874, coincidiendo con la concesión al Banco de España del derecho exclusivo a emitir papel moneda, tarea compartida hasta entonces por 19 bancos establecidos en las principales provincias. Estos tuvieron que elegir si eran absorbidos por el Banco de España o se convertían en sociedades de crédito.

La nueva sede del Banco de España se levantó siguiendo el gusto ecléctico clasicista tan en boga en Madrid en el último tercio del siglo XIX. En esa época el uso del hierro en el diseño de espacios arquitectónicos era un elemento de modernidad. El banco tiene ese elemento distinguido en las cubiertas de hierro y cristal de grandes espacios, en las artísticas puertas de hierro, lámparas y otros ornamentos. Sus salas y pasillos exhiben una magnífica colección de pinturas, esculturas, dibujos, estampas, fotografías y artes decorativas
La extensa fachada de la calle Alcalá muestra la grandiosidad del Banco de España.
 Banco de España, calle de Alcalá. Foto: F.Chorro
,
que junto con las de sus sucursales en el país suman más de 5.000 piezas.

Cámara del oro

Con todo, lo más sorprendente de la sede central es la cámara del oro, cámara acorazada situada a 35 metros de profundidad donde se guarda la mayor parte de las 281 toneladas de oro del Banco de España, en lingotes y monedas históricas, además de miles de millones de euros y divisas. Por razones de movilidad, si fuera necesario, una parte de estas reservas se encuentra custodiada en bancos de otros tres países.

 
La cámara del oro se construyó entre 1932 y 1936, durante la II República, sobre una superficie de 2.500 metros cuadrados. Fue proyectada por el arquitecto José Yárnoz Larrosa, quien se encargó años después de la ampliación del edificio. Su coste fue de 9,3 millones de pesetas y en su construcción trabajaron 260 obreros. 

Para acceder a la cámara, además de bajar a las profundidades, hay que pasar varias puertas acorazadas, la mayor de unas 16 toneladas de acero, y un foso con pasarela levadiza que, si fuera necesario en caso de asalto, puede inundarse de agua en pocos minutos
Una de las enormes puertas de acero, redonda, de la cámara acorazada.
Puerta acorazada (Foto: Banco de España).
por un conducto que comunica con la canalización del arroyo subterráneo que discurre por la zona y suministra agua a la fuente de Cibeles

Las puertas acorazadas se encargaron a una empresa norteamericana que ya había fabricado puertas similares para la Reserva Federal de Nueva York, el Banco de Tokio y otras entidades financieras. Su descenso a la cámara, a cargo de especialistas, fue complicado y los cables de acero utilizados no podían volver a emplearse por lo dañados que quedaban. Para el traslado del oro desde la antigua ‘caja de metálico’ del banco se emplearon vagonetas sobre raíles de madera que se construyeron en el propio edificio.


En 1928 y con proyecto de José Yárnoz se amplió el edificio con la adquisición de las casas de la calle de Alcalá contiguas al banco. La segunda ampliación se inició en 1969, según  proyecto de Javier Yárnoz Orcoyen, hijo del anterior. El edificio se extendió hasta las calles de los Madrazo y Marqués de Cubas.


En 2006 se completó el edificio actual con el cerramiento de la manzana y fachada en chaflán en la esquina de Alcalá y Marqués de Cubas, a cargo del arquitecto Rafael  Moneo, más de un siglo después de la inauguración del edifico.

26 agosto, 2019

Edificio Telefónica, el primer rascacielos europeo

Fachada en la Gram Vía esquina calle Valverde
Edificio Telefonica. Foto: S Castaño
La construcción del edificio de Telefónica en la Gran Vía suscitó entre los madrileños una expectación similar a la que produjo la estación de Atocha casi 40 años antes. La utilización de tecnologías y grúas desconocidas hasta ese momento en la ciudad, el millar de trabajadores empleados en la obra y el uso de grandes vallas anunciadoras convirtieron su edificación en casi un espectáculo.

El edificio de la Telefónica, con 89 metros de altura, fue el primer rascacielos de Europa, aunque el título le fue arrebatado al poco tiempo por la Torre KBC de Amberes, de 97 metros. Su construcción en un tiempo record (de octubre de 1926 a marzo de 1929) requirió unos recursos humanos, económicos y materiales como no se conocían antes en España. Más de mil obreros levantaron la mole de metal, hormigón y piedra que algunos compararon al ‘monasterio de El Escorial en pie’, en la que se emplearon más de 3.000 toneladas de hierro. Desde su puesta en funcionamiento, en julio de 1929, contó con 1.800 trabajadores fijos y atendía 20.000 líneas telefónicas las 24 horas.

El edificio se levantó en un el solar de 2.280 metros cuadrados, destinado en principio a unos grandes almacenes, situado al inicio del segundo tramo de la Gran Vía, llamado entonces avenida de Pi y Margall, casi frente a la Red de San Luis. Se construyó una pequeña central telefónica provisional mientras se levantada el edificio actual. Del solar se vaciaron miles de metros cúbicos de tierra y se construyeron pozos de cimentación de hasta 20 metros de profundidad, quedando por debajo del túnel de la primera línea del Metro, Sol-Cuatro Caminos, inaugurada pocos años antes. Como elemento esencial del carácter que la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE) quería imprimir al edificio, se apostó por la portada de estilo barroco madrileño que luce el edificio hasta la tercera planta y recuerda a las portadas de Pedro de Ribera.

El responsable final de la construcción de este gigante fue el joven arquitecto Ignacio de Cárdenas, director del departamento de edificios de Telefónica desde 1927, aunque en la compleja planificación del inmueble intervinieron desde el principio otros expertos, sobre todo el arquitecto estadounidense Louis S. Weeks, que proyectó la estructura metálica según las normas obligatorias de Nueva York. 

Vista del edificio en el entorno desde la terraza del Círculo de Bellas.
Telefónica en el paisaje de la Gran Vía, Foto: A.Castaño

La nueva central de la CTNE, con sus 14 plantas y dos sótanos, 753 ventanas y fachadas laterales a las calles Valverde y Fuencarral, alojó en cuatro de sus plantas los equipos telefónicos. Las demás plantas se dedicaron principalmente a oficinas de la compañía, dirección y servicios internos. En la azotea, se instalaron los motores para sus cuatro ascensores, con capacidad para 16 personas cada uno, y en la torre una galería y un depósito de agua de 40.000 litros.

Muchos urbanistas comentaron que, por sus dimensiones, el edificio hubiera lucido mucho mejor si se hubiera construido un poco más abajo frente a la Red de San Luis.

Antes de estar terminado y en un salón de la tercera planta engalanado para la ocasión, el rey Alfonso XIII inauguró en octubre de 1928 las comunicaciones telefónicas transoceánicas, primero con Norteamérica, hablando con el presidente John Calvin Coolidge, y al mes siguiente con Cuba, conversando con su presidente, el general Gerardo Machado y Morales.

 
Sacos terreros cubren la fachada hasta la segunda planta.
La fachada se protegió con sacos terreros en la guerra.

Por su altura e importancia como enclave de telecomunicaciones, la sede de Telefónica se vio sometida a continuos bombardeos del ejército franquista durante la guerra civil, en  Madrid desde noviembre de 1936. Además de ser un objetivo a destruir, las tropas rebeldes instaladas en la Casa de Campo usaban como punto de referencia el edifico para bombardear el centro urbano. Por este motivo los madrileños llamaban a la calle la 'avenida de quince y medio', por el calibre de los obuses que cada día caían en la zona. Los pisos superiores fueron desalojados, pero los equipos telefónicos y los ascensores siguieron funcionando. La azotea era utilizada por las tropas de la República para vigilar los movimientos de los militares sublevados y los sótanos servían de refugio antiaéreo a la población. Pese a los miles de impactos, sobre todo en la fachada de la calle Valverde, el edificio resistió.


En esta etapa el rascacielos madrileño acogió durante un tiempo la oficina de censura de prensa extranjera, dirigida por el escritor Arturo Barea, adonde acudían a diario una decena de corresponsales extranjeros, entre ellos Hemingway y John Dos Passos, alojados en el cercano hotel Florida de la Plaza de Callao, para poder enviar sus crónicas. Luego, por la amenaza continua de las bombas, la oficina se trasladó al Ministerio de Estado, en el Palacio de Santa Cruz.

La CTNE, fundada en 1924 por la norteamericana ITT Corporation (International Telephone & Telegraph), que obtuvo ese año la concesión del servicio telefónico en España, aliada con inversores españoles, afrontó la reforma y ampliación del servicio telefónico español, que hasta ese momento gestionaban diferentes empresas públicas y privadas. La experiencia española abrió la puerta a Europa a la ITT. 

Interior de la escalera de caracol, con gran estructura de hierro.
Esclera del Espacio Fundación Telefónica. A. Castaño.

Entre 1951 y 1955 el edificio de Telefónica fue ampliado, de acuerdo con los planos de Ignacio de Cárdenas. Fue el edificio más alto de Madrid hasta 1953, año en que se terminó el Edificio España, de 111 metros de altura, en la Plaza de España.


En 1967 se instalaron los relojes del edificio en las cuatro caras de la torreta, que se iluminaban de rojo al atardecer. En 2013 el color cambió al azul, por el color corporativo de la compañía.
En 2006 Telefónica inició el traslado de su sede central al barrio de Las Tablas, en la zona norte de Madrid. Es un complejo de 13 edificios con una superficie de 140.000 de metros cuadrados donde la compañía agrupa a los miles de empleados que antes tenía en edificios repartidos por toda la ciudad.

Hoy día, el histórico edificio de la Gran Vía acoge en cuatro plantas el Espacio Fundación Telefónica, con acceso desde la calle Fuencarral, uno de los referentes del circuito cultural madrileño, por sus colecciones de arte, exposiciones temporales, conferencias, presentaciones y otras actividades. Asimismo, cuenta con tienda y servicios de atención al cliente.


29 junio, 2019

Monumento a Cervantes, historia y curiosidades

Vista general frente al estanque y las figuras de Cervantes, don Quijote y Sancho. Detrás y cerrando la plaza, el Edificio España y la Torre de Madrid.
Monumento a Cervantes, Plaza de España. Foto: S.C.
Hasta 1928 no se iniciaron las obras del Monumento a Cervantes en la plaza de España. El proyecto fue elegido en 1915, en un concurso que reunió 53 maquetas, con motivo del Tercer Centenario de la publicación de la segunda parte de El Quijote (1615) y la muerte de Miguel de Cervantes (1616).

La exposición de maquetas se realizó en el Palacio de Cristal del Parque del Retiro, adonde acudían los madrileños pagando un real por la entrada. La muestra suscitó duras críticas en la prensa de la época por la falta de una preselección de obras que evitara que junto a obras de arte hubiera lo que consideraban bodrios. Quedaron finalistas tres proyectos entre los que resultó elegido el del arquitecto Rafael Martínez Zapatero y el escultor Lorenzo Coullaut Valera

Diez años antes, en 1905, el Gobierno había anunciado la convocatoria de un concurso para levantar un monumento que conmemorara la publicación de la obra universal de Miguel de Cervantes, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. La elección del lugar se cedió al Ayuntamiento de Madrid, que eligió la zona de Callao, que entonces estaba enmarcada en el gran proyecto urbanístico de construcción de la Gran Vía. No obstante, el Consistorio se reservó la posibilidad de cambiar esta ubicación por los jardines de la futura plaza de España, al final de la Gran Vía, donde finalmente se construyó.

Aquel decreto del Gobierno establecía la apertura del concurso entre artistas españoles para erigir el monumento y que el mismo sería costeado por suscripción voluntaria entre todos los países que tuvieran el castellano como lengua nacional.  Además, nombraba al Banco de España depositario de los fondos recibidos y que su aplicación a la obra y la dirección de la misma correspondería a una Junta formada por tres académicos de la Real Academia Española y tres de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, presidida por el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes.

 
Las figuras de don Quijote y Sancho, en bronce, contrastan con el granito blanco del resto del monumento.la obra
Cervantes mira como se alejan don Quijote y Sancho.

La obra de Martínez Zapatero y Coullaut Valera está cargada de alusiones a la Lengua y la Literatura. Cada adorno o figura está dedicado a A las letras españolas, nombre original del monumento. La universalidad del castellano queda representada por el globo terráqueo que corona el monolito, sostenida por cinco figuras de mujeres  leyendo libros, que simbolizan los cinco continentes, pero dos de ellas (Europa y América) fijan la vista en el mismo libro. Por debajo, los escudos de España, Madrid, Alcalá de Henares y Cervantes.


El conjunto tiene 22 x 17 metros en su base. La figura más grande, la de Miguel de Cervantes ocupa el lugar principal, sobre un pedestal en el monolito, Tiene delante las figuras de don Quijote y Sancho en sus respectivas caballerías y a cuyos lados están representadas las dos versiones de la dama del ingenioso hidalgo: Dulcinea del Toboso para don Quijote y Aldonza Lorenzo para don Miguel.
 
La Fuente, a los pies de la Literatura, con los escudos de las naciones.
Lado de la fuente. Foto:S.C.

En 1929 se realizó una primera inauguración, con la obra aún sin terminar, con el propósito de agilizar la lenta recaudación de fondos (en 1920 sólo se habían reunido 300.000 pesetas), causa principal de la tardanza en la conclusión del monumento. Las dos figuras de la dama las entregó en 1957 el hijo de Lorenzo Coullaut Valera, Federico, que sustituyó a su padre tras su fallecimiento en 1932.

En el lado opuesto, frente al Edificio España, la figura sedente de la Literatura, con un libro en la mano, preside la fuente que representa la lengua castellana y vierte sus aguas sobre tres pilones de distinto tamaño y a distinto nivel. El del medio está decorado, a modo de pétalos, con los escudos esculpidos de una veintena de naciones de habla hispana. A sus lados dos figuras masculinas representan el misticismo y el valor militar, rasgos distintivos de lo español en tiempos de Cervantes.

La construcción se retomó en 1957 con Pedro Muguruza en sustitución de Martínez Zapatero, ya fallecido, quien eliminó algunos elementos del proyecto inicial. En 1960, se colocaron en los laterales del monolito los grupos escultóricos que representan otras obras de Cervantes: La Gitanilla y Rinconete y Cortadillo.

En 1969 se plantaron en la plaza de España, alrededor del Monumento a Cervantes, olivos y otros árboles y se creó un estanque o lámina de agua.


22 mayo, 2019

Plaza de Callao y sus históricos edificios

Vista general: De frente el Palacio de la Prensa, a la izquierda el Cine Callao.
Plaza de Callao, desde Preciados. Foto: S.Castaño
La plaza de Callao se creó a mediados del siglo XIX a partir de un pequeño solar surgido tras el derribo de una manzana de viviendas entre las calles Preciados y Jacometrezo, que por entonces se extendía desde la Red de San Luis. Aquel pequeño espacio, denominado inicialmente plaza de San Jacinto, adquirió su nombre actual en 1866, para recordar la batalla del Callao, en Perú, que enfrentó a una escuadra de la Armada Española con la guarnición del puerto del Callao, el 2 de mayo de aquel mismo año.

Todos estos terrenos habían pertenecido históricamente al arrabal de San Martín, cuya cerca tuvo un portillo o postigo de acceso ubicado en donde ahora está la plaza del Callado y anteriormente algo más abajo, que hoy es recordado en la cercana calle Postigo de San Martín.


La plaza adquirió sus dimensiones actuales cuando se acometió la construcción del segundo tramo de la Gran Vía, entre 1917 y 1922, desde la Red de San Luis a Callao. La anchura de la nueva arteria eclipsó la calle Jacometrezo, que desapareció casi en su totalidad. Con diversos cambios de imagen durante décadas, este espacio ha mantenido desde entonces sus dimensiones, 105 metros de largo y 48 de ancho. Además de la Gran Vía, a esta plaza llegan las calles del Carmen, Preciados –dividida en dos tramos por esta plaza en su recorrido hasta la plaza de Santo Domingo- y Postigo de San Martín, y de ella sale la de Jacometrezo hasta la cercana plaza de Santo Domingo.
Numerosas personas transitan por esta plaza, mientras otras descansan sentados en una terraza.
Plaza de Callao, desde Gran Vía. Foto: S.C.

Como una extensión de la Gran Vía, su carácter comercial y de ocio se manifestó desde el principio en la plaza, que acogió algunos de los primeros grandes cines y grandes almacenes de Madrid. Actualmente un edificio de El Corte Inglés ofrece excelentes vistas del tercer tramo de la Gran Vía, entre Callao y la Plaza de España. Antes fue el edificio de Galerías Preciados, que en 1952 ocupó el lugar donde estuvo el hotel Florida, famoso porque fue residencia de los corresponsales de guerra extranjeros en el Madrid de la guerra civil. Esta firma comercial ya contaba anteriormente con un edificio en la calle Preciados junto a esta plaza, ocupado hoy por Fnac.

Colindante con el edificio de El Corte Inglés y esquina con la Gran Vía se alza el edificio La Adriática. Obra de Luis Sainz de los Terreros, se construyó entre 1926 y 1928, para sede de la Compañía Adriática de Seguros, viviendas y locales comerciales en los bajos del edificio.

Enfrente, al otro lado de la plaza, se halla el Cine Callao, de 1926, primer edificio de Luis Gutiérrez Soto. Fue inaugurado con la película Luis Candelas, el bandido de Madrid.
Vista de Callao desde la última planta del Corte Inglés, donde estuvo el antiguo Hotel Florida.
 Callao a vista de pájaro. Foto: S.C.

En el número 4, cerrando la plaza por el lado de la Gran Vía, se alza el Palacio de la Prensa, levantado por Pedro Muguruza por encargo de la Asociación de la Prensa, entre 1924 y 1928. Además de oficinas, albergaba viviendas, un cine y un café-concierto.

Ya en el tercer tramo de la Gran Vía, pero asomando a esta plaza su ‘proa’ con el icónico anuncio de neón de Schweppes se encuentra el edificio Carrión. Obra de Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced. Recibe el nombre de su promotor, Enrique Carrión, aunque también es llamado Capitol por su histórica sala de espectáculos y cine.

A principios de este siglo todavía circulaban autobuses por la plaza de Callao, que durante décadas estuvo saturada de vehículos de todo tipo. Finalmente, fue peatonalizada por completo entre 2009 y principios de 2010.


13 abril, 2019

Iglesia de Santa Cruz y sucesos históricos

Fachada principal desde la plaza de Santa Cruz.
Santa Cruz. Foto: A.Castaño
Dominando el barrio de los Austria desde sus 60 metros de altura, la torre de la iglesia de Santa Cruz fue la más alta de Madrid hasta la construcción del edificio Telefónica en la Gran Vía, en los años 20 del siglo pasado. Su estilo es único, con ladrillo rojo y piedra blanca recuerda a los ‘campaniles’  italianos y las torres neomudéjares. La portada es neogótica como su interior, que posee buena acústica, motivo por el que se utiliza para conciertos de órgano. Fue construida, en parte con donaciones de los madrileños, por el marqués de Cubas y Miguel de Olabarría.

Este templo ocupa el lugar donde estuvo el antiguo convento de Santo Tomás, al principio de la calle Atocha, lugar de sucesos trágicos en la historia de Madrid. De aquel convento de dominicos salían las fúnebres comitivas que se dirigían con sus estandartes a los lugares de celebración de los autos de fe de la Inquisición. Su iglesia sufrió un primer incendio antes de estar terminada en la primera mitad del siglo XVII y en 1723 se desplomó la cúpula matando a 80 personas y ocasionando numerosos heridos.

En aquel convento fueron asesinados siete frailes dominicos que como otros 70 inocentes de distintos conventos madrileños fueron acusados por la ira popular de ser causantes de la epidemia de cólera que asolaba la ciudad en julio de 1834. Corrió el rumor de que los frailes habían envenenado las fuentes públicas, aunque la epidemia había penetrado en España desde otros países.

 
La torre tiene un atractivo contraste entre la piedra blanca de su portada de arcos apuntados y el ladrillo rojo de la torre.
Torre. Foto: A.Castaño

En el mismo lugar pasó sus últimas horas el teniente general Diego de León, héroe de la caballería española, fusilado en octubre de 1841 a las afueras de la Puerta de Toledo. Fue acusado de rebelión contra el gobierno del general Espartero, que había desplazado de la regencia a María Cristina de Borbón durante la  minoría de edad de Isabel II. Según las crónicas, el propio militar tuvo que alentar a los desconsolados soldados del pelotón de fusilamiento para que cumplieran la orden.


No hubo más episodios trágicos hasta abril de 1872, cuando un gran incendio destruyó el convento y afectó a la iglesia. El obispado decidió el derribo de la parte ruinosa del edificio, aunque el Ayuntamiento apostaba por el derribo total para seguridad de las casa vecinas, y su posterior reedificación. Durante los trabajos se hundió la bóveda de una de las capillas, sepultando bajo los escombros a tres obreros, dos de ellos murieron y el tercero pudo ser rescatado con vida después de catorce horas.

Derruido el conjunto finalmente, en parte de su solar se construyó la actual iglesia de Santa Cruz, entre 1889 y 1902. A su lado se construyeron viviendas para eclesiásticos y otra parte del solar se vendió. 

La portada de arcos apuntados tiene un frontispicio con excelentes relieves
Portada. Foto: A.C.

La actual iglesia de Santa Cruz, cuyo interior tuvo que ser reformado tras la guerra civil, es poco frecuentada por los turistas que pasan por la plaza de Santa Cruz y cuentan con numerosos atractivos en las cercanas plaza Mayor, Puerta del Sol o plaza de Santa Ana.

Con el nombre de Santa Cruz existió una ermita y luego una primera iglesia casi al lado de la actual, en la esquina de plaza de Santa Cruz y la calle de la Bolsa, que fue famosa también por su alta torre, a la que llamaban ‘la atalaya de la Corte’. Sus campanas avisaban a la población en los casos de incendio. 


La de Santa Cruz fue una de las iglesias más importantes de Madrid, junto con las de San Martín y San Ginés y, como aquellas, en su entorno se formaron los tres principales arrabales de Madrid. Aquella primitiva iglesia fue derribada en 1868 para ampliar la plaza de Santa Cruz pasando su parroquia al desaparecido convento de Santo Tomás.

02 marzo, 2019

Calle del Correo, su nombre y su historia

Vista de la corta y estrecha calle, entre los laterales de aire neoclásico de la Casa de Correos y las Casas de Cordero.
Calle del Correo desde Pontejos. Foto: F. Chorro
La calle del Correo, la más pequeña de las diez que salen de la Puerta del Sol, era la entrada y salida de los carruajes del correo desde las dependencias de la histórica Casa de Correos. Además de darle nombre, el paso del correo convirtió esta calle en una de las más transitadas del siglo XVII, por ser lugar de noticias frescas. Además, estaba al lado del antiguo convento de San Felipe, cuyas gradas y lonja eran el más famoso mentidero de Madrid.

La calle comunica la Puerta del Sol con la plaza del Marqués viudo de Pontejos y discurre entre los dos edificios más antiguos de la Puerta del Sol: la Casa de Correos, hoy sede de la Comunidad de Madrid, y las Casas de Cordero. Este edificio y la plaza Pontejos a su espalda ocuparon el lugar del convento de San Felipe tras su derribo durante la desamortización de Mendizábal, en los años 30 del siglo XIX. Esta operación urbanística dio más anchura a la calle del Correo para facilitar el tránsito de los carruajes de la correspondencia.

Tradicionalmente, la correspondencia madrileña estuvo a cargo del correo mayor de Castilla, que por concesión real durante generaciones obtuvo la familia Tassis. En el desaparecido palacio del conde de Oñate, en la calle Mayor, junto a la  Puerta del Sol, los madrileños depositaban sus cartas tras una de las rejas.

 
Vista de la calle desde la Puerta del Sol. Al fondo, la antigua Casa de Postas.
Entre Sol y la Casa de Postas. Foto:A. Castaño.

El sistema de postas establecido por los Tassis cada 15 o 20 kilómetros de recorrido permitía cubrir trayectos diarios de entre 150 y 200 kilómetros. En cada parada de postas el jinete correo cambiaba de caballo y era acompañado de otro jinete (postillón) hasta la siguiente casa de postas. Allí era sustituido por otro postillón y aquel se volvía a su posta con ambos caballos, mientras el correo tomaba un caballo de refresco.


El transporte de viajeros entre postas, que a la vez servían de posada para viajeros, empleaba también postillones que iban delante de los carruajes para marcar la ruta y comunicar cualquier incidente.

El servicio de Postas y Correos se modernizó con los Borbones. Felipe V asumió la mejora  de la red viaria que agilizara el servicio postal, que pasó a depender de la Corona. La sede madrileña de Correos estaba en un edificio de la cercana calle de Postas, a cargo del cartero mayor, que seleccionaba las cartas y exponía una lista con los nombres de los destinatarios. En 1756, con Fernando VI, se creó en Madrid el primer servicio de carteros, integrado por 12 vecinos, uno por cuartel o distrito, donde cada uno vivía y conocía a sus vecinos, modo de asegurar que la carta llegaba a su destino.

La Casa de Correos de la Puerta del Sol se construyó en tiempos de Carlos III, entre 1766 y 1768. Uno de sus dos patios se utilizaba para despacho de cartas y el otro, con acceso desde la calle del Correo, para caballerizas. 
Desde la esquina, con su róotulo de cerámica, se ve casi enfrente el histórico anuncio luminoso de vinos Tío Pepe, sobre uno de los edificios de la plaza.
Esquina de Correo con Puerta del Sol. Foto: F. Chorro.

A finales del siglo XVIII, por el creciente volumen del correo, se construyó en la misma calle, detrás de la Casa de Correos, la Casa de Postas para la carga y descarga de las sacas de la correspondencia.

Desde mediados del siglo XIX el transporte por ferrocarril, más rápido y seguro, fue sustituyendo el servicio de postas, que aún se mantuvo muchos años. 


A principios del siglo XX el Palacio de Comunicaciones, en la plaza de Cibeles, hoy sede del Ayuntamiento de Madrid, reemplazó en sus funciones a la Casa de Correos. La calle del Correo adquirió otras funciones, dedicados sus edificios principales a gobernación y seguridad del Estado.

03 febrero, 2019

Madrid, historias de la guerra civil

Una columna de soldados catalanes desfila por la Gran Vía madrileña.
Voluntarios catalanes en Gran Vía (1937). Archivo Rojo.
Madrid fue uno de los escenarios más importantes de la Guerra Civil, tras el fracaso del golpe de Estado del 18 de julio de 1936. La ciudad permaneció fiel a la República y durante tres años resistió bombardeos, asaltos, hambre y bloqueos sin rendirse ante las tropas rebeldes.

Los militares sublevados contra la Segunda República se consideraban los salvadores de la patria, a la que iban a rescatar de un sistema político y unos líderes que llevaban el país a la destrucción. El cerebro del golpe, el general Mola, marcó la directriz: “El poder hay que conquistarlo en Madrid y la acción debe ser implacable y violenta”. Lo que vino después dejó corto el concepto destrucción.

En Madrid se combatió desde el primer momento. La primera acción subversiva en la capital se produjo el 19 de julio, cuando el general Fanjul tomó el cuartel de la Montaña, en la Montaña de Príncipe Pío, donde ahora está el Templo de Debod. Allí se hicieron fuertes 1.500 soldados a los que se sumaron grupos de falangistas armados. Los republicanos bombardearon con cañones desde la calle Ferraz y la plaza de España y al día siguiente grupos de milicianos y militares tomaron el cuartel. Hubo cientos de muertos, la mayoría entre los sublevados.

Además de su posición estratégica, el cuartel de la Montaña era importante porque guardaba 45.000 cerrojos de fusil. Desde ese momento, varios grupos de milicianos se trasladaron al norte de la provincia para frenar el ataque rebelde por ese lado: Somosierra, Lozoya, Guadarrama o Buitrago, donde se estableció el frente de guerra el 25 de julio.

Desde el principio miles de madrileños salieron a las calles y consiguieron que el Gobierno les entregara armas para la defensa de la ciudad. Una parte fue a parar a grupos radicales y anarquistas que actuaron al margen de las órdenes gubernamentales. Se inició así un periodo de caos y terror, justo aquello que los sublevados decían querer evitar con su golpe. Acosado por el enemigo militar y con organizaciones políticas y sindicales armadas en las calles, el Gobierno fue incapaz de frenar en los primeros meses de la guerra la quema de iglesias, la toma de palacios, los registros domiciliarios, robos y asesinatos, hasta los fusilamientos masivos de presos sacados de las cárceles ocurridos en Paracuellos. Crueles venganzas contra los considerados enemigos de la República y cómplices del golpe de Estado, ciudadanos de derechas, conservadores, aristócratas y religiosos. 
Un hombre camina por la calle que presenta destrozos y escobros por los bombardeos. Al fondo, la histórica Casa de Correos, en la puerta del Sol..
Calle Preciados durante la guerra. Archivo Rojo (MEC).


Ese verano del 36 la ciudad empezó a sufrir los primeros bombardeos de la aviación rebelde, que ocasionaría en lo sucesivo numerosas víctimas mortales entre los madrileños y los miles de refugiados llegados a la ciudad. Las estaciones del Metro se convirtieron en improvisados refugios durante toda la contienda. Sólo en los primeros siete meses de 1937 Madrid recibió 5.000 proyectiles.

El ejército de Franco se encontraba a las afueras de la capital a principios de noviembre y se esperaba un ataque inminente. Atrás dejaba un río de sangre entre sus adversarios, fusilamientos sistemáticos, violaciones, encarcelamientos, ‘desapariciones’… y una retaguardia que ejerció una brutal represión y asesinatos contra una parte la población civil.

El Gobierno, presidido en esos días por Largo Caballero, decidió trasladarse a Valencia y ordenó que las obras maestras del Museo del Prado le acompañaran allá donde fuera. Para ello creo la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico, que se ocupó de embalar debidamente cada obra con sus respectivos informes. La Junta se encargó también de incautar obras de artes de palacios, conventos y otros edificios tomados por los sindicatos y trasladarlas a sótanos seguros. Las principales estatuas de la ciudad, como La Cibeles y Neptuno, fueron protegidas con sacos terreros.

 
Varios grupos de mujeres y niños sentados en el suelo de un pasillo del Metro durante un bombardeo.
El Metro, refugio antiaéreo. Archivo Rojo (MEC)

El 6 de noviembre el Gobierno abandonó Madrid con destino Valencia y pocos días después salía en camiones el valioso cargamento del Museo del Prado. Por su parte, el presidente Manuel Azaña tuvo residencias en Barcelona y Valencia.

El general Miaja, el teniente coronel Vicente Rojo y otros altos oficiales quedaron al frente de la defensa de Madrid. Contaban con 23.000 soldados, unos 30 carros de combate rusos y 80 cañones. El ejército de Franco, que avanzaba hacia la ciudad desde el suroeste tenía unos 30.000 soldados bien preparados y mejor armamento, además del apoyo de aviones alemanes e italianos. Contra ellos lucharían más tarde los aviones rusos, único país que ayudó con armas a la República.

Los corresponsales extranjeros, que se alojaban en el hotel Florida, en la plaza de Callao, y enviaban sus crónicas desde el vecino edificio de Telefónica, pronosticaban la inminente caída de Madrid. Se equivocaron.

La Batalla de Madrid comenzó con un golpe de suerte para los defensores de la legalidad republicana. Tras una escaramuza, un grupo de milicianos encontró un documento con los planes de los rebeldes para tomar la ciudad al día siguiente. Los madrileños y varios batallones de las Brigadas Internacionales (voluntarios de muchos países que vinieron a España para luchar contra el fascismo), frenaron el avance del experimentado ejército de África a la órdenes de Franco. Hacía poco que resonaba en Madrid el eslogan ideado por la dirigente comunista Dolores Ibárruri: ‘¡No pasarán!’.

 
Un convoy con alimentos llega a Madrid desde Aragón. Los camiones llevan pancartas animando a los madrileños.
Alimentos enviados por Aragón. Archivo Rojo (MEC).

El ejército rebelde ocupó la Casa de Campo y los milicianos se atrincheraron en la Ciudad Universitaria. Fueron los dos frentes principales de Madrid, testigos de las más duras batallas, apenas alterados durante toda la guerra. El hotel Ritz, el hotel Palace y el Casino de Madrid se convirtieron en hospitales de campaña para soldados y civiles.

A los sufrimientos de la ciudad se sumó un trágico suceso el 10 de enero de 1938. Por necesidades de la guerra, se había instalado un polvorín en uno de los tramos del que era ramal de Metro Goya-Diego de León. A las nueve de la mañana estalló y la onda expansiva se extendió por los túneles y llegó hasta la estación de Sol. Murieron más de 80 personas.

A principios de 1938 el Gobierno, ante el avance de los franquistas, se trasladó a Cataluña con el Tesoro artístico. Al final de la guerra, 1.800 grandes cajas con las pinturas más selectas del Patrimonio español salieron hacia Suiza, quedando protegidas en la Sociedad de Naciones ubicada en Ginebra. Tras la guerra, en septiembre de 1939, el Tesoro volvió a Madrid.

 
Una mujer sale de una farmacia con la fachada protegida con sacos terreros.
Una farmacia protegida con sacos terreros.

Franco sólo consiguió entrar en Madrid cuando la derrota republicana ya era evidente en todo el país. El Consejo de Defensa abandonó la ciudad el día 27 de marzo de 1939. Sólo se quedó el político socialista Julián Besteiro, que luego fue acusado de "rebelión militar" por un tribunal militar del bando vencedor y condenado a 30 años de prisión. Enfermo, murió en la cárcel un año después.

Agotada, desolada, destruida y con sus principales referentes políticos e intelectuales en el exilio, Madrid iniciaba una nueva e incierta etapa. En el bando vencedor no faltó quienes pidieron que la capitalidad se trasladase a otra una ciudad que hubiera sido leal al general Franco, que se elevó el rango a ‘generalísimo’.

19 enero, 2019

Calle de Atocha, el Madrid más histórico

Vista del primer tramo de la calle. Al fondo el inicio de la calle con la torre de la iglesia de Santa Cruz.
Calle de Atocha. Foto: S. Castaño.
La calle de Atocha, tan antigua e importante como las vías que salen de la vecina Puerta del Sol, comparte con aquellas el núcleo del Madrid histórico. Fue en otros tiempos el camino de Vallecas, porque conducía hasta ese pueblo madrileño, anexionado al municipio de Madrid en 1950. Tomó el nombre de la Virgen de Atocha por ser el camino utilizado durante siglos por los madrileños para visitar su santuario, basílica desde 1863. Comunica la plaza de la Provincia, junto a la Plaza Mayor, con el Paseo del Prado y la glorieta del Emperador Carlos V, más conocida como glorieta de Atocha.
 

En tiempos de Carlos I se arregló el camino al santuario de Atocha. En el trayecto estaban la ermita de la Cruz, la de san Sebastián y más allá dos largas hileras de álamos, además de casas dispersas de campesinos. En esa época se cubrió de tierra el arroyo y hondonadas que atravesaban el paraje de la ermita de la Virgen de Tocha, así llamada por ser un campo de atocha (planta comúnmente llamada esparto) donde, según la tradición, fue escondida y luego encontrada esta imagen en el siglo VIII, durante la dominación árabe.
 
Desde que la corte se estableció en Madrid con Felipe II y el consiguiente aumento de la población, a mediados del siglo XVI, esta calle adquirió mayor popularidad y a su carácter religioso añadió el asistencial, por la construcción de varios conventos, residencias y hospitales con funciones  benéficas. Junto a la calle de Atocha surgió la plazuela de Antón Martín, en la encrucijada de varias calles, y allí estaba la Puerta de Vallecas, llamada también de Antón Martín, abierta en la nueva cerca ordenada por el monarca para incluir aquellos y otros arrabales dentro de la Villa. Era el final de la calle y tanto la plaza como la puerta tomaron el nombre del vecino hospital de Antón Martín, nombre que daban los madrileños -por el nombre de su fundador-
al hospital de San Juan de Dios, dedicado al tratamiento de enfermedades venéreas. El lugar lo ocupa hoy la iglesia de El Salvador y San Nicolás, que antes eran dos iglesias, en el número 58 de esta calle.
Pintura panorámica que muestra una calle de tierra flanqueada por numerosas torres de conventos, iglesias y palacios. A un lado la antigua Puerta de Atocha.
Calle de Atocha, siglo XVIII. Antonio Joli (Casa de Alba)

 

Una nueva y última cerca que tuvo Madrid, construida en tiempos de Felipe IV, amplió el perímetro de la ciudad y la Puerta de Vallecas se desplazó más abajo, junto al paseo del Prado. La continuación de la calle de Atocha era el paseo del Prado de Atocha, que llevaba al santuario, y en sentido opuesto enlazó con otros paseos que conformaron el Paseo del Prado.

El santuario de la Virgen de Atocha, Patrona de la Corte, era visitado por los reyes cada vez de salían o volvía a Madrid, acompañados de importantes y vistosas comitivas, lo que propició el asentamiento en esta calle de importantes personajes y órdenes religiosas.

Esta histórica vía cambió definitivamente con la desamortización de Mendizábal iniciada en 1836. Su carácter eminentemente asistencial se tornó administrativo. Varios de sus conventos se convirtieron en dependencias de ministerios, como el de Comercio, Instrucción y Obras Públicas, instalado en el convento de Trinitarios Calzados, donde hoy se encuentra el Teatro Calderón. A mediados de siglo la calle adquirió un gran protagonismo al ser la principal vía de comunicación entre el centro neurálgico de la ciudad y el apeadero de Atocha, de donde partieron los primeros trenes de Madrid. Unos años después el empedrado de la calle estaba surcado por los raíles de los primeros tranvías.


Lugares con historia

En el número 6 de la calle se encuentra la iglesia de Santa Cruz, levantada en parte del solar que ocupó el convento de Santo Tomás, de donde salían aquellas siniestras comitivas para celebrar autos de fe de la Inquisición en las plazas madrileñas. En el número 8 vivió durante su juventud el político y líder venezolano Simón Bolívar, a finales del siglo XVIII. En el 26 tenía su casa Jacinto Benavente, en el cuarto piso derecha, donde falleció de repente sentado en el sillón donde leía la prensa. 


Vista de la iglesia desde la calle Atocha. Destacan los distintos cuerpos geométricos superpuestos en el edificios.
Iglesia de San Sebastián. Foto: F. Chorro.
En el 39 se encuentra la iglesia de San Sebastián, que tuvo un gran protagonismo durante el Siglo de Oro, templo principal del que hoy llamamos Barrio de las Letras o de los Literatos. Sus libros de registro de bautismos, matrimonios y defunciones serían la envidia de cualquier parroquia. Ramón de la Cruz, Moratín o Jacinto Benavente fueron bautizados en esta iglesia y se casaron en ella, entre otros, Larra, Zorrilla, Bécquer y Bretón de los Herreros. Entre las defunciones inscritas, la de Cervantes, Lope de Vega, Ruiz de Alarcón, Espronceda, Ventura de la Vega, Churriguera, Ventura Rodríguez, Villanueva y Barbieri
 

En el número 55 de la calle de Atocha se produjo el asesinato de los abogados laboralistas, en enero de 1977. Tres terroristas de extrema derecha abrieron fuego contra ocho personas en el interior del despacho de abogados. Cinco personas perdieron la vida, y cuatro quedaron malheridas, pero pudieron salvarse. Al bufete pertenecía también Manuel Carmena, exalcaldesa de Madrid, que afortunadamente no estaba allí en ese momento.

En el 87 estuvo la imprenta de Juan de la Cuesta, donde se imprimió en 1604 la primera edición de la primera parte del Quijote. En este lugar hubo después un albergue para niños huérfanos y, desde mediados del siglo XIX, el hospital de Incurables. Desde finales del siglo XX es centro cultural de la Sociedad Cervantina.