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26 febrero, 2018

Marqués viudo de Pontejos, el alcalde que reformó Madrid

Retrato del marqués a mediana edad. Viste un traje propia de la época del Romanticismo y luce en el rostro unas largas patillas.s.
Marqués de Pontejos (Esquivel. Ayto. de Madrid).

En sólo dos años al frente del Ayuntamiento de Madrid, Joaquín Vizcaíno, marqués viudo de Pontejos, se convirtió en uno de los alcaldes más celebrados por los madrileños. Su prestigio, conocimientos y voluntad sentaron las bases, como no se había hecho antes, para convertir Madrid en una ciudad moderna y ordenada. 

Encargó la realización de un detallado plano topográfico de la ciudad para planificar el desarrollo urbanístico y la mejora de calles y plazas, aunque era consciente de que, por su delicada salud, no vería realizados todos sus proyectos y serían otros quienes los llevaran adelante. Pero sí tuvo tiempo de realizar muchas reformas: empedró las calles, elevó las aceras y empleó grandes losas en las aceras nuevas; puso orden en el confuso callejero madrileño, que incluía muchas calles con el mismo nombre, algunas sin él o llamadas como algún vecino, y otras con varios nombres; numeró las casas en el sentido que hoy conocemos y rotuló todas las calles al principio y final de las mismas. Además, inició la iluminación de calles mediante farolas de gas, que sustituyeron a los faroles de aceite o petróleo, con un importante ahorro y mayor eficacia.

Eliminó de las calles la costumbre de la venta de alimentos en cajones, estableció las normas de funcionamiento de mercados y mataderos, ordenó la plantación de numerosos árboles en las calles y puso en marcha la recogida de basura en carros cerrados. Durante su mandato finalizó las obras del paseo de la Castellana, hizo reformas en la plaza Mayor e instaló las farolas candelabro de la plaza de Oriente. Fundó el Asilo de San Bernardino para mendigos, la Escuela de Párvulos, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad e impulsó varias instituciones culturales, artísticas y benéficas.

Las reformas urbanísticas y mejoras sociales emprendidas por el marqués de Pontejos le valieron el reconocimiento del pueblo de Madrid, pasando a la historia entre sus mejores alcaldes. No fue un recorrido fácil. Como adalid del progreso y el buen gusto en materia urbanística tuvo que lidiar contra la ignorancia y la rutina enquistada en la administración municipal. Su tenacidad y dedicación sacaron adelante muchas de las mejoras que necesitaba la ciudad, en ocasiones aportando fondos de su propia fortuna.

Vista parcial de la pequeña plaza, en el entorno urbanístico típico de la Puerta del Sol
Plaza Marqués Viudo de Pontejos. Foto: S.C.
En Madrid tiene dedicadas a su honorable memoria una plaza y una calle en el lugar donde antes estuvo el convento de San Felipe el Real, cuyo famoso mentidero se asomaba a la Puerta del Sol, en el lugar que hoy ocupa el edificio Casas de Cordero. Además tiene una estatua en la plaza de las Descalzas y un paseo del parque del Retiro lleva su nombre.

El marqués de Pontejos cultivó la amistad del célebre periodista y escritor Ramón de Mesonero Romanos, otro reformista que además fue su asesor durante su mandato. Ocupó el cargo de alcalde (corregidor) de Madrid entre 1834 y 1836, durante la regencia de María Cristina de Borbón, unos años antes del reinado de Isabel II.

La convulsa política de la época y las tensiones partidistas contra quien no pertenecía a bando alguno, además de su frágil salud, le apartaron pronto de la actividad municipal. Su familia era de Vicálvaro (Madrid), aunque él nació en 1790 en La Coruña, donde estaba destinado su padre, que era fiscal. Durante el Trienio Liberal, siendo alcalde de Madrid Pedro Sáinz de Baranda, se alistó a la Milicia Nacional, lo que le llevó al exilio tres años después, cuando Fernando VII recuperó el poder absoluto. Durante sus diez años de exilio vivió en Francia e Inglaterra con su esposa, María Ana de Pontejos y Sandoval, marquesa de Pontejos y condesa de la Ventosa, de quien obtuvo el título.

10 febrero, 2018

Don Felipe, la calle con nombre de un juez

La estrecha calle tiene edificios de viviendas de tres plantas, con fachadas colores ocre y albero con los típicos balcones.
Calle de Don Felipe. Foto: F. Chorro
Don Felipe Acuña era alcalde de corte y rastro que vivió en Madrid en el siglo XVII. Su título se daba desde tiempos de los Reyes Católicos a los jueces encargados de impartir justicia y gobernar la corte allí donde se encontrara en cada momento y en varias leguas alrededor. Además, seguían al rey en sus desplazamientos haciendo uso de su autoridad.

Tenía don Felipe fama de hombre severo e inflexible en el cumplimiento de su trabajo y todos temían sus sentencias. Sin embargo, tenía un fondo comprensivo y bondadoso y a menudo ayudaba a los más pobres. Disfrutaba de una buena posición y era propietario de una casa y de la mayoría de los terrenos que se encontraban en torno a la llamada hoy calle de Don Felipe, entre la plaza de San Ildefonso y la calle de la Madera, que entonces eran arrabales de la ciudad.

Una anécdota de este personaje cuenta que, ya anciano y moribundo, estaba en su casa haciendo testamento ante notario y donó todo su dinero a los pobres. A instancias de los criados le preguntó el funcionario si dejaba algo para ellos, a lo que respondió: “El perdón de lo que me han hurtado”. Cuando murió, uno de los criados que velaba el cadáver tuvo que sacar algún dinero de un escritorio para atender unos pagos, pero era tanto el temor que tenía a su difunto dueño que no se atrevió a pasar por delante del cadáver.

El juez don Felipe era también un hombre muy estudioso. Se acostaba temprano y tenía por costumbre pasar buena parte de la noche leyendo libros. Un criado gallego se encargaba de llevarle cada noche una vela encendida al lado de la cama. Ocurrió una noche que el criado olvidó poner la vela, por lo que le echó una buena reprimenda. El gallego, molesto por las duras palabras de su amo, llevó la luz a la mesilla y soltó indignado: “Tantu lere, tantu lere y cada día mas pullino, pues para sentenciar en una causa tiene que oír a los acusados y volver loco al escribano”. A los otros criados, que estaban presentes e inquietos por lo que pasaba, se les cortó la respiración temiendo la reacción del juez ante tal atrevimiento. Pero don Felipe respondió con calma y corrección: “Tiene razón. Este pueblerino ha dicho la verdad, nada tengo que corregir a sus palabras”.

Felipe Acuña, ‘don Felipe’ para los madrileños, recibió sepultura en la iglesia de las Maravillas, en la capilla de San Sebastián. Por su fama  y sus propiedades dio nombre a la calle, que antes se llamaba del Rosario.

01 febrero, 2018

El 1º de Mayo y las primeras huelgas

Soldados conducen como detenidos a varios manifestantes, seguidos por guardias civiles a caballo.
Huelga General de 1917. Detenidos. (Mundo Gráfico).

Sobre la primera Fiesta del Trabajo, celebrada en Madrid y en el resto del mundo el 1º de mayo de 1890, la prensa de la época decía que los madrileños acudieron ese día a los mercados más temprano que de costumbre y muchos hicieron acopio de comida para varios días. A partir de las siete de la mañana las calles más alejadas del centro estaban despobladas, la mayoría de los niños no acudió al colegio y los institutos y la Universidad también acusaron falta de alumnos.

La celebración del 1º de Mayo se instituyó por decisión del Congreso Obrero Internacional Socialista celebrado en París el año anterior. Se acordó conmemorar así la tragedia ocurrida en Chicago en 1886 durante un mitin en el que cientos de obreros reivindicaban la jornada laboral de ocho horas. La policía cargó violentamente contra ellos y como resultado murieron 14 personas, entre ellos 7 policías por un explosivo lanzado contra ellos. Fueron detenidos varios manifestantes y tras un juicio en el que la acusación no fue suficientemente probada, cuatro fueron condenados a muerte, dos a cadena perpetua, dos a 15 años prisión y uno se suicidó en la cárcel.

Aquel primer Día del Trabajo en Madrid la mayor concentración de trabajadores tuvo lugar  en los jardines del Buen Retiro, adonde acudieron los obreros de la construcción. Allí se leyó un manifiesto que, entre otras cosas decía:
“… Siguiendo el ejemplo de nuestros compañeros de Alemania, Francia, Inglaterra y todos los demás países, tenemos el deber de acudir al remedio de esos y otros evidentes males, y ese remedio se encuentra hoy en la organización…”

Durante la jornada no se produjeron incidentes relevantes, aunque hubo  tensiones cuando varios grupos de albañiles obligaron a parar a los obreros que trabajaban en la catedral de la Almudena y en el edificio de la Bolsa.
 
Numerosos obreros sobre los andamios de madera y arcos del puente. Abajo un grupo de ingenieros distinguidos por sus trajes y chisteras.
Construcción del Puenta de los Franceses (Clifford, 1859)

Las primeras huelgas

El principal antecedente de aquel 1º de Mayo en Madrid ocurrió nueve años antes, en 1871, con la primera huelga de funcionarios municipales. Los trabajadores de la limpieza se declararon en huelga en agosto por el retraso en el pago de su sueldo. El Ayuntamiento llevaba varios meses sin pagar a la contrata municipal y ésta no podía cumplir con sus trabajadores. La huelga suponía un problema de salud pública, así que el Ayuntamiento tuvo que ponerse al corriente de pago. El ejemplo fue seguido dos meses después por los canteros y picapedreros. De nuevo el Ayuntamiento tuvo que regularizar los pagos si no quería quedarse con las calles a medio empedrar.

Algunos consideran que la primera huelga en Madrid se produjo el 13 de julio de 1746, durante el reinado de Fernando VI, protagonizada por el millar de canteros de las obras del Palacio Real, que pedían una subida de sueldo. En esta huelga actuaron los llamados hoy  ‘piquetes informativos’, llegando a producirse acciones violentas.

Sin embargo, hay noticias de huelgas en el siglo XVII. La crisis generalizada la relación entre los precios y los salarios llevó a la pérdida de hasta la mitad del poder adquisitivo de las clases trabajadoras hacia 1630, y aún aumentó  a mediados de siglo. Los maestros artesanos y los vendedores de mercancías aprovecharon la crisis y las escasas asociaciones de trabajadores para controlar a su antojo precios y salarios.

A mediados de siglo, los oficiales de distintos ramos, agrupados en hermandades y cofradías, origen de los gremios, protestaban por la contratación de aprendices en mayor número de lo permitido, lo que perjudicaba los intereses de los trabajadores. Los albañiles de la época se declaraban en rebeldía y no acudían  a su trabajo. Y los oficiales zapateros, si recibían presiones de los maestros, se unían para ausentarse de sus tiendas y talleres.

En agosto de 1917 tuvo lugar en España la primera huelga general, convocada por UGT, PSOE y, en algunos lugares, también por CNT, en demanda de reformas laborales y políticas. Fue ampliamente apoyada en todo el país. El comité de huelga de Madrid fue detenido y el ejército se encargó de reprimir las manifestaciones. Hubo más de 70 muertos y unos 2.000 detenidos en todo el país.

Ese mismo año, la Organización Internacional del Trabajo proclamó la jornada laboral de ocho horas, pero en la mayoría de los países, incluido España, se aplicó dos años más tarde.

Desde 1955 la Iglesia celebra el 1 de mayo la fiesta de San José Obrero, aunque en Madrid existía desde antiguo una fiesta religiosa ese día, relacionada con los santos Santiago el Menor y Felipe, llamada por los madrileños Santiago el Verde o Romería del Sotillo del Manzanares, que tuvo su mayor esplendor en el siglo XVII. De esta fiesta escribieron los autores del Siglo de Oro, con referencias continuas a los desmadres y los lances que se producían a orillas del río Manzanares.