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27 marzo, 2014

Las primeras plazas de toros de Madrid

Vista aérea con la antigua plaza de la Puerta de Alcalá en primer término y detrás la Puerta de Alcalá. En la arena de la plaza se ve gente durante un espectáculo taurino. Al fondo, campos y edificios del viejo Madrid
Litografía de Alfred Guesdon, 1854.
La primera plaza de toros estable de Madrid fue la de la Puerta de Alcalá, inaugurada en el verano de 1749. Los 85.000 escudos de oro que costó su construcción los pagó Fernando VI. El propio rey regaló la plaza a los dos hospitales de Madrid en 1754, para que sanearan su economía alquilando el coso para festejos taurinos. Lo lúdico y lo trágico acontecido en este coso taurino tuvieron como espectador excepcional a Francisco de Goya, quien lo plasmó en los 33 grabados que forman la serie Tauromaquia, publicada en 1816.

Durante 125 años hubo corridas de toros en la plaza de toros de la Puerta de Alcalá, ubicada en la confluencia de la calle Alcalá con la de Claudio Coello, como recuerda una placa en el lugar. Construida según planos del arquitecto madrileño Ventura Rodríguez, era una plaza sólida, de cal y canto, con 1.100 pies de circunferencia y capacidad para unas 12.000 personas. Los compartimentos estaban divididos en 110 palcos, grada cubierta con tres órdenes de asientos; las delanteras, los tendidos, todos de sillería, y la contrabarrera. Contaba con enfermería, dependencias para los médicos y para empresarios, corrales y cuadras para el ganado. Aún no existía la actual Puerta de Alcalá, de 1778, sino otra anterior, más cerca de la Villa, que fue levantada en 1599. El decreto real de donación decía: 


En la placa se lee: en este lugar estuvo, desde 1749 a 1874 la plaza de toros de la Puerta de Alcalá, lugar de inspiración para Francisco de Goya.
Placa en la esquina Alcalá-Claudio Coello.
"Por cuanto entre las providencias que tuve por bien acordar, dirigidas al mayor beneficio de los hospitales generales de Madrid, fue una la de mandar que en el campo inmediato a la Puerta de Alcalá se erigiese la fábrica de una plaza, en que sin contingencia de riesgos se tuviesen las fiestas de toros que fueren de mi dignación permitir para recreo del público, cuyo producto libre sirviese para aumento de rentas y dotación de los mismos hospitales..."
Más tarde se añadió a la plaza una caseta para el verdugo y el pregonero, cuando se crearon los reglamentos para seguir un protocolo en las corridas y para evitar los abusos del público. En esta plaza se instauraron por primera vez las entradas, aún sin numerar, en 1810, así como los abonos, en 1815, aunque éstos sólo para los palcos.

Fueron muchos los lidiadores muertos en esta plaza: los toreros, José Delgado 'Pepe-Hillo', Manuel Parra, Roque Miranda, Isidro Santiago, Manuel Jiménez 'el Cano', José Rodríguez 'Pepete'; los picadores, Bartolomé Carmona, Juan Luis de Amisas, Laureano Pérez Alonso, Ildefonso Pérez Naves, Antonio Herrera Cano; José Orellana, Diego Luna; los banderilleros, Francisco Azuzena 'el Cuco', José Fernández, Bocanegra, Antonio Fernández Oliva, Domingo Rivero, 'el Tuerto', además del mayoral Sebastián Mínguez.


Goya y la Tauromaquia
Lámina 21 de Tauromaquia destaca un toro en las gradas de la plaza, parado y de perfil, con un hombre inerte sobre sus cuernos, mientras otras personas huyen despavoridas.
Lámina 21 de la serie Tauromaquia, de Francisco de Goya

Los espectáculos taurinos que tuvieron lugar en la plaza de la Puerta de Alcalá tuvieron como espectador al pintor Francisco de Goya, quien recogió en su serie de grabados Tauromaquia las suertes del toreo y otras escenas. En la lámina 17 están las mojigangas taurinas: dos mulas yacen en el suelo mientras el toro voltea a un tercero, a la vez que es acosado por hombres con picas. La lámina 21 refleja la tragedia del alcalde de Torrejón, muerto por un toro que se saltó la barrera y embistió a la gente de las primeras filas. En la lámina 33 representó la muerte del famoso torero Pepe-Hillo, embestido por un toro, mientras uno de sus ayudantes trata atraer al astado y otros acuden desde la barrera… Estas láminas de cobre grabadas al aguafuerte se conservan en la Calcografía Nacional, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Alcalá, 13), junto a la Puerta del Sol.

Corridas de toros en la plaza Mayor

En la Plaza Mayor hubo corridas de toros desde su construcción, aunque también se corrieron toros, como se decía entonces, en otras plazas como la de la Cebada, la de la Villa, la de las Descalzas o la Puerta de Sol, normalmente por obras en la Plaza Mayor, o para que alguna entidad de interés público obtuviera fondos con el alquiler de los balcones de su edificio. También el Real Sitio del Buen Retiro, cuya extensión superaba al actual Parque del Retiro, fue lugar frecuente de toros en tiempos del mujeriego Felipe IV

Antes de la construcción de la plaza de toros de la Puerta de Alcalá, hubo en esta zona de Madrid, hoy barrio de Salamanca, dos plazas de madera. La primera se construyó en 1739 y estaría en la confluencia de las calles Alcalá y O'Donnell, cerca de donde están las antiguas Escuelas Aguirre. Se cree que fue desmantelada dos o tres años después. Luego se levantó otra muy cerca que fue la primera plaza de toros cerrada y redonda de Madrid. Era de madera y ladrillo y tenía capacidad para 6.000 espectadores.  Se inauguró en 1743 con 18 toros de Bernardo de Rojas, de Toledo. Allí hubo corridas hasta 1748, cuando la mandó derribar el rey Fernando VI por su estado ruinoso.

Años antes, a principios del siglo XVIII, el habitual toreo a caballo perdió fuerza y se fue imponiendo el toreo a pie, protagonizado por profesionales que vivían de ello. Coincidieron estos cambios con el reinado del primer rey Borbón en España, Felipe V, a quien no le gustaban los toros, lo que resultó en una pérdida del interés de los nobles por participar en este tipo de espectáculos. Aún así, Felipe V autorizó algunas corridas benéficas, como las organizadas por la Archicofradía Sacramental de San Isidro para reconstruir el pontón de San Isidro sobre el río Manzanares. Así, en 1737 se levantó junto al río la plaza de toros de Casa Cerrada, una plaza de madera con 120 graderíos y de 50 metros de diámetro. Estas plazas de madera eran provisionales y se desmontaban pasado un tiempo.

18 marzo, 2014

Eloy Gonzalo, 'Cascorro', héroe de la Guerra de Cuba

La estatua de Cascorro muestra al héroe, con el cielo de fondo, fusil al hombro, antorcha en la mano y una lata de gasolina bajo el otro brazo. Está sobre un elevado pedestal blanco con inscripción Ayuntamiento de Madrid. A Eloy Gonzalo. 1901
Monumento a Eloy Gonzalo. Foto: S.C.
A Eloy Gonzalo, héroe de la Guerra de Cuba, los madrileños le pusieron enseguida el sobrenombre de ‘Cascorro’, nombre del pequeño pueblo cubano donde tuvo lugar la hazaña del soldado que salvó la vida a 170 compañeros. Por ello, muchos piensan que éste era el apellido o apodo del soldado al que está dedicada la estatua que se alza en la plaza de Cascorro, que antes se llamaba de Nicolás Salmerón, en el Rastro.

En la Guerra de Cuba (1895-1898) España luchó contra las tropas independentistas de la colonia española y, al final del conflicto, tuvo que enfrentarse a Estados Unidos.

En una de sus escaramuzas, los independentistas sorprendieron a la compañía de Eloy Gonzalo, que se encontraba acampada cerca de la localidad de Cascorro. Su capitán no vio otra salida que incendiar la posición enemiga desde donde los sublevados controlaban el terreno y sometían a los españoles a una continua vigilancia y tiroteo. Lograrlo era una misión suicida y el oficial no se atrevía a enviar a ninguno de sus hombres a una muerte segura, sin embargo Eloy Gonzalo le convenció de que fuera él quien se jugara el pellejo.

Ya de noche, salió del campamento con una lata de petróleo con una mecha y una cuerda atada a la cintura para que sus compañeros pudieran tirar de él si resultaba herido. El soldado logró llegar, prender la mecha y lanzar la lata que explotó destrozando la posición enemiga. Comenzaron los disparos y Eloy Gonzalo fue herido grave. Gracias a la cuerda, sus compañeros pudieron rescatarle. Fue trasladado al hospital de Matanzas, donde falleció a principios de 1897.

Como esta hazaña sucedió en las proximidades del pequeño pueblo de Cascorro, el soldado madrileño se hizo popular como ‘héroe de Cascorro’. La ciudad de Madrid le hizo un monumento en 1901,
una estatua en bronce obra del escultor Aniceto Marinas, sobre un pedestal diseñado por el arquitecto José López Salaverry. Fue inaugurado en 1902 por el rey Alfonso XIII en la plaza de Cascorro, en el mismo lugar que antes ocupaba la cruz del Rastro.
 

Orfanato, adopción y guerra

Eloy Gonzalo fue abandonado por su madre en el torno de la Inclusa de Madrid en 1868, en la calle Mesón de Paredes, cuando era un bebé de pocos días. A su lado tenía un papel que decía: "Este niño nació el primero de diciembre a las seis de la mañana, el que está sin bautizar y rogamos se le ponga por nombre Eloy Gonzalo García, hijo legítimo de Pepa, soltera, natural de Peñafiel, provincia de Valladolid".


En aquel hospicio fue adoptado por un matrimonio que vivía en San Bartolomé de Pinares (Ávila) y que más tarde residió en la localidad madrileña de Chapinería, donde estuvo Eloy hasta que le llamaron para el servicio militar. Luego sirvió en el Cuerpo de Carabineros y terminó encarcelado por insubordinación. Se libró de la cárcel a cambio de la guerra. Se incorporó al Regimiento María Cristina, al mando del capitán Neira, que marchó para Cuba en misión de guerra en 1896. 

La gran mayoría de los más de 200.000 soldados españoles que participaron en la Guerra de Cuba pertenecía a familias humildes, ya que en aquella época el sistema de reclutamiento permitía que los hijos de las familias acomodadas pudieran pagar para librarse del servicio militar.

Guerra hispano-estadounidense


Treinta años antes de la guerra, en 1868, surgieron en Cuba conflictos con grupos independentistas que España consiguió dominar en 1878, pero en 1895 resurgieron como guerrilleros apoyados por Estados Unidos, que durante años quiso comprar a España la isla de Cuba. Las ofertas de varios presidentes norteamericanos fueron siempre rechazadas.

En un claro acto de provocación, en enero de 1898 Estados Unidos envió el acorazado Maine a la Habana, sin previo aviso, con la excusa de proteger a los norteamericanos de la isla, aunque el hecho no produjo alarma entre los españoles. En febrero este navío de guerra se hundía tras una explosión en la que murieron unos 250 marineros y dos oficiales norteamericanos, mientras que los demás oficiales se encontraban en tierra, en una fiesta ofrecida por los españoles. Estados Unidos achacó el suceso a una explosión provocada desde el exterior y, azuzada por la prensa, su opinión pública estaba convencida de la culpabilidad de los españoles. Las investigaciones han apuntado siempre a una explosión desde el interior, fuera accidental o un acto planificado para declarar la guerra a España.

El 25 de abril de 1898 Estados Unidos declaró la guerra a España y en junio desembarcaron en Cuba más de 16.000 soldados norteamericanos, sumándose a ellos las tropas independentistas cubanas.

Fue un conflicto breve y se decidió básicamente en el mar. España, que tenía en Cuba unos 7.000 soldados, perdió su anticuada flota frente a la de Estados Unidos. Luego, tras 16 días de asedio, cayó Santiago de Cuba y España se rindió. La paz, firmada en París en 1899, obligó a España a conceder la independencia a Cuba, y a entregar a Estados Unidos las colonias de Puerto Rico, Filipinas y Guam.

12 marzo, 2014

Manolo Santana, el campeón de tenis que conquistó Wimbledon

Santana, con su eterna sonrisa, levanta sobre su cabeza el trofeo de Winbledon 1966, una gran copa plateada. Viste la habitual camiseta blanca de la época. Al fondo, el público en sus asientos.
Santana en Wimbledon, 1966. Foto: RTVE (No-Do)
Manolo Santana, el primer tenista español que ganó el Campeonato de Wimbledon, ha sido un personaje clave en la historia del tenis en España. Su popularidad fue inmensa en los años 60, por los numerosos trofeos conseguidos y por la afición creada por este deporte, que tan excelentes resultados ha dado posteriormente al país.

A lo largo de su carrera, Manolo Santana ganó cinco títulos de Grand Slam, formado por los cuatro torneos más prestigiosos del mundo. En el torneo francés de Roland Garros triunfó en 1961 y en 1964, derrotando en ambos casos en la final al italiano Pietrangeli, y en el mismo torneo triunfó en 1963 formando pareja con Roy Emerson; logró un Open de Estados Unidos en 1965, y se alzó con el trofeo del Campeonato de Wimbledon (Inglaterra) en 1966.

En Wimbledon 1966, el más prestigioso torneo conquistado por Santana, el tenista español se impuso en la final al estadounidense Dennis Ralston. Se cumplían 30 años desde que el tenista inglés Fred Perry lograra la última victoria europea en el más antiguo de los campeonatos internacionales de tenis. Antes, Santana había tenido que derrotar al japonés Watanaba (5-7, 3-0 y abandono de Watanaba por lesión), al canadiense Belkin (6-0, 6-1, 6-2), al estadounidense M. Riesen (6-3, 6-2, 10-8), al inglés B. Wilson (6-2, 6-3, 1-2 y abandono de Wilson por lesión) y a los australianos Ken Fletcher (6-2, 3-6, 8-6, 4-6, 7-5) y O. Davidson (6-2, 4-6, 9-7, 3-6, 7-5).

También en 1966, Santana conseguía el Torneo de Campeones, disputado en Quebec (Canadá), y además participó en las finales del Torneo de Gstaad (Suiza), en los Internacionales de Suecia y en el torneo Forest Hills. En ese campeonato norteamericano se impuso al sudafricano Cliff Drysdale, tras eliminar a Fontana (Canadá), Lara (México), McKinley (Estados Unidos) y Palafox (México). Fue el primer español, y el primer europeo en 29 años, en recibir este trofeo neoyorquino. Luego, en 1967, ganó el trofeo de Johannesburgo (Sudáfrica). 

El deportista, en traje de calle y corbata, entrevistado por un periodista mientras está de pie rodeado de gente. Era su época de máxima popularidad.
Manolo Santana, años 60. Foto:RTVE (No-Do)

Mejor jugador ‘amateur’ del mundo 

Dotado de una gran técnica y una notable inteligencia para el tenis, los mejores recursos de Santana en la cancha eran la velocidad en los desplazamientos y su prodigiosa muñeca, con el característico ‘toque y efecto’, que le convirtieron en uno de los mejores jugadores en tierra batida de los todos los tiempos.

En total ganó 37 torneos, incluidos los cinco trofeos de Grand Slam, siempre como jugador ‘amateur’, ya que hasta 1968 las grandes competiciones internacionales estaban reservadas exclusivamente a amateurs, designando así a los que no recibían un sueldo o ayudas económicas por jugar. Santana fue elegido mejor jugador ‘amateur’ del mundo, encabezando la clasificación mundial en 1966.

Con el equipo español en la Copa Davis, donde debutó en 1958, demostró ser un tenista excepcional. De 119 encuentros disputados, ganó 91 veces: 69 de 85 partidos individuales y 22 de 34 partidos de dobles. En este campeonato permaneció invicto cinco años en la zona europea. Fue ocho veces campeón de España y tres de la Copa Galea, la máxima competición europea para tenistas menores de 21 años.

Santana se retiró oficialmente en 1973, aunque reapareció en ocasiones para disputar el Campeonato de España. Desempeñó el cargo de capitán español del equipo de Copa Davis entre 1980 y 1985, y volvió a asumir el cargo entre 1995 y 1999. Después fue comentarista para varias cadenas de televisión y colaboró con periódicos deportivos. Y, en los últimos años, director del Masters Series Madrid, luego Open Madrid Mutua Madrileña, además de director de formación tenística para un establecimiento hotelero.

De recogepelotas a campeón galardonado

Manuel Martínez Santana nació en Madrid el 10 de mayo de 1938. Fue el segundo hijo de los tres que tuvo el humilde matrimonio formado por Braulio Santana y Mercedes Martínez. ‘Manolín’, como le llamaban de niño, tuvo su primer contacto con el tenis como recogepelotas en el madrileño Club Velázquez, en la calle del mismo nombre, donde practicaban el tenis los hijos de familias acomodadas. No le pagaban sueldo, pero recibía las propinas de los socios del club a los que entretenía jugando al tenis mientras esperaban a sus acompañantes. Pronto empezó a retarlos a jugarse con él un duro (moneda de cinco pesetas) para conseguir más ingresos. Con los años llegaron los triunfos, primero en el propio club en el que se formaba y luego en los Campeonatos de Madrid y de España.

Como reconocimientos a su gran labor profesional, el tenista madrileño recibió, entre otras, la Medalla de Oro al Merito Deportivo, la Gran Cruz de Isabel la Católica, la Medalla de Oro de la Villa de Madrid, la Gran Cruz de la Real Orden del Merito Deportivo y la Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid. Falleció en Marbella (Málaga) el 11 de diciembre de 2021, a los 83 años.

05 marzo, 2014

Género chico y teatro por horas, recursos ante la crisis

Con la crisis económica que se produjo durante la Restauración borbónica (1874-1931), los teatros comenzaron a quedarse sin público. Los aficionados no podían permitirse el elevado precio de la entrada. En esta situación, los empresarios idearon una solución ingeniosa para reducir costes, rebajar el precio de la entrada y recuperar a su clientela. 


La fórmula anticrisis la puso en marcha el Teatro de Variedades, que fue el primero en ofrecer el llamado ‘teatro por horas’. Consistía en dividir una sesión habitual, que duraba varias horas y costaba unas tres pesetas y media, en cuatro sesiones de una hora por el precio de una peseta. Este nuevo sistema vio nacer numerosas zarzuelas hechas a medida y la recuperación de antiguas zarzuelas breves. 

El teatro por horas se extendió a todas las salas, que ofrecían zarzuelas de un solo acto, en muchos casos ambientadas en los barrios madrileños y sus gentes, y que empezaron a llamarse el ‘género chico’ para diferenciarlas de las anteriores zarzuelas en varios actos. De este modo, el público pudo volver al teatro y además elegir entre cuatro obras pequeñas, aunque si una zarzuela triunfaba se interpretaba varias veces al día. Por entonces, entre los aficionados madrileños se hizo famosa la cuarta sesión del Teatro Apolo, que comenzaba a medianoche y la llamaban ‘la cuarta del Apolo'.

Lo mejor del género chico 

Poco después surgieron grandes compositores del género chico, como el alicantino afincado en Madrid Ruperto Chapí o el madrileño Federico Chueca, maestro del género chico en colaboración con Joaquín Valverde. Ambos estrenaron con gran éxito, en 1886, La Gran Vía. Esta zarzuela, muy del gusto del público madrileño, sentó las bases del género chico: escenas cotidianas, temas de actualidad, alusiones a la política, músicas de moda, bailes populares y chistes. La Verbena de la Paloma, de Tomás Bretón, estrenada en 1894, fue un rotundo éxito y se convirtió en la más popular. Ésta zarzuela, junto con La Gran Vía y Agua, azucarillos y aguardiente (Chueca y Valverde, 1897) son las tres obras esenciales del género chico. Otras piezas importantes de esa época son La Revoltosa (Chapí, 1897) y Gigantes y cabezudos (Manuel Fernández Caballero, 1898).

Ya en el siglo XX, el género chico fue perdiendo importancia y muchos autores volvieron a la zarzuela grande. Entre 1920 y 1936 aparecieron muchas zarzuelas, pero el género ya estaba en decadencia. Aún así se crearon obras importantes, como Los gavilanes (Jacinto Guerrero, 1923), La bejarana (Francisco Alonso, 1924) o Luisa Fernanda (Federico Moreno Torroba, 1932). 



Cine sonoro y discos

El ocio fue acaparado por el desarrollo del cine en Madrid, y por los discos. Ambos eran demandados cada vez más  por el público. El cine sonoro y la grabación de discos de zarzuela se convirtieron en un próspero negocio. Jacinto Guerrero intervino en la música de la primera película hablada en castellano, La canción del día (1930). En 1933 se rodó una versión de la zarzuela La Dolorosa, de José Serrano, y en 1934 una versión de Doña Francisquita, de Amadeo Vives. 


Después de la guerra civil la gente prefería los espectáculos de variedades y otras diversiones frívolas que les hacían olvidarse por un rato de sus problemas. Desde 1950, sólo Moreno Torroba, Pablo Sorozábal y Daniel Montorio permanecieron como representantes de la zarzuela. Hacia 1955 se popularizaron los  discos de los cantantes, orquestas y series de zarzuelas dirigidas por estos últimos autores del género.

01 marzo, 2014

Sainz de Baranda, primer alcalde constitucional

Pedro Sáinz de Baranda.
Pedro Sainz de Baranda y Gorriti fue uno de los alcaldes que menos tiempo estuvo al frente de los asuntos de Madrid, sin embargo ha pasado a la historia por ‘dar el do de pecho’, como se suele decir, en dos breves y difíciles periodos de la vida política madrileña y española. Fue el primer alcalde constitucional de Madrid.

La primera vez que Sainz de Baranda ocupó la alcaldía fue en 1812, en plena Guerra de la Independencia, tras la vergonzosa huida de los regidores de Madrid, el marqués de Iturvieta y su segundo en el cargo, el conde de Villapadierna, ante los rumores de que las tropas francesas volvían a Madrid. El marqués y el conde disolvieron el Concejo municipal y renunciaron a sus cargos antes de huir. Hacía unos meses que los franceses habían salido de la capital, tras la derrota sus tropas en la batalla de los Arapiles (Salamanca) frente al ejército aliado de Inglaterra, Portugal y España, pero ahora parecía que su vuelta era inminente. Sainz de Baranda permaneció en la ciudad y convenció a otros miembros del Concejo de que permanecieran en sus puestos y afrontaran su responsabilidad, formando un nuevo Concejo.
Grabado en el que varios personajes escenifican la proclamación de la Constitución de 1812. Uno sostiene el texto constitucional, con un león a sus pies, al lado varios soldados y una bandera, y otros personajes
Alegoría de la Constitución de 1812. Autor anónimo.

Desde ese momento y aunque era un convencido liberal, adoptó medidas dictatoriales que la gente aceptó de buen grado, reconociendo su valor en momentos tan excepcionales. En 1813, sin posibilidad de defender la ciudad, Sainz de Baranda, al frente de los responsables municipales y acompañados por seis maceros a caballo (funcionarios de ceremonia y protocolo), salió al encuentro del ejército francés, comunicándole oficialmente su dimisión, en la zona donde hoy se encuentra la Puerta de Toledo. 

Finalizada la guerra y con un país devastado, en 1814 Fernando VII derogó la Constitución, recuperó el poder absoluto y restableció la Inquisición. Las instituciones de la soberanía nacional quedaron anuladas y comenzó la persecución y exilio de los liberales, hasta 1820.

Alcalde en el Trienio Liberal

La segunda vez que este ilustre madrileño se encargó de la política municipal fue en 1820, cuando el levantamiento del teniente coronel Riego obligó a Fernando VII a acatar la Constitución de 1812. El pueblo de Madrid se echó a la calle y en la plaza de la Villa exigió que se recuperara el Ayuntamiento que existía seis años antes, cuando se proclamó la Constitución, es decir, el dirigido por Sainz de Baranda. Fue una elección asamblearia la que le devolvió la alcaldía. Con una improvisada lista de concejales en la mano, el poeta Manuel Eduardo Gorostiza tomó la palabra desde el balcón del Ayuntamiento y propuso a la multitud la elección de Sáinz de Baranda, que fue aclamado por unanimidad. Éste aceptó el cargo y propuso como segundo alcalde a Rodrigo de Aranda, lo que fue aprobado inmediatamente. 
Así, el 9 de marzo de 1820, Fernando VII juró la Constitución de 1812 en un acto presidido por el alcalde Sáinz de Baranda, quien mandó publicar en todos los edificios públicos el siguiente bando: 
“El Rey ha jurado, libre y espontáneamente, a las seis de la tarde, en presencia del Ayuntamiento constitucional provisional de esta villa, la Constitución Política de la Monarquía Española, promulgada en Cádiz el 19 de marzo de 1812, y ha dado orden el general don Francisco Ballesteros para que jure igualmente el ejército; en su consecuencia, ha acordado el mismo Ayuntamiento que haya iluminación general y repique de campanas por tres noches, empezando desde hoy”
También ordenó que la Constitución se leyera en todas las parroquias de la ciudad y que se liberara a los presos políticos que tenía la Inquisición, algo que no gustó a las autoridades eclesiásticas, que consideraban a Sáinz de Baranda un enemigo. Cumplidos sus principales objetivos, el alcalde abandonó el cargo unos meses más tarde, siendo sustituido ese mismo año por Félix Ovalle.

Sainz de Baranda nació en 1775 y murió en 1855. En Madrid, la céntrica calle dedicada al alcalde Sainz de Baranda se encuentra en el distrito de Retiro y va desde la avenida Menéndez Pelayo hasta la calle Doctor Esquerdo. En el número 2 hay una placa commemorativa que dice: 
“El Pueblo de Madrid a Don Pedro Sáinz de Baranda y Gorriti, Alcalde Constitucional de esta Villa, en el 175 aniversario de su Proclamacion.1820-1995. Ayuntamiento de Madrid”.