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22 mayo, 2015

Viaje de Clavijo a la corte de Tamerlán

El rostro de Clavijo de mediana edad y con gran barba y bigote, en un dibujo de la época.
Ruy González Clavijo.
Una de las historias más curiosas del Madrid medieval se refiere al caballero madrileño Ruy González Clavijo y su viaje a la corte del gran Tamerlán, emperador de mongoles y tártaros. Nuestro personaje era camarero del rey Enrique III, quien en 1403 le envió al frente de una embajada a la remota ciudad de Samarcanda, hoy en Uzbekistán, en Asia Central. Enrique III, rey de Castilla y León, quería establecer una alianza con Tamerlán para frenar la expansión de los turcos otomanos. Tamerlán o Tamorlán, como aquí se llamaba a Timur Lang, había derrotado a Bayaceto, gran sultán del imperio otomano, en Ankara (Turquía) en 1402.

La embajada del rey castellano partió en barco desde El Puerto de Santa María (Cádiz) en mayo de 1403. Acompañaban a Ruy González Clavijo el fraile Alonso Páez de Santa María, conocedor de culturas y lenguas orientales, y el caballero Gómez de Salazar como escolta, además de una comitiva de funcionarios y criados. Recorrieron el Mediterráneo hasta su extremo oriental y continuaron el viaje por tierra en una arriesgada y agotadora hazaña que Gómez de Salazar no pudo superar, falleciendo en el intento.

Clavijo llegó a Samarcanda un año y siete meses después de su partida. Allí tuvieron un excelente recibimiento, entregaron los regalos del rey Enrique y asistieron a fiestas. Eran los días en que Tamerlán se preparaba para invadir China, pero poco después el emperador enfermó y falleció. La embajada española, que permaneció dos meses en Samarcanda, no pudo completar su misión ni establecer alianza alguna, regresando a España. En mayo de 1406, Clavijo estaba en Alcalá de Henares, donde se encontraba el rey, a quien narró su aventura. Después escribió la crónica de su viaje en el libro Embajada a Tamorlán.
Dibujo del rostro de Tamerlán, con barba recortada, bigote y turbante en la cabeza.
Tamorlán.

Leyenda de Madrid

La hazaña de Clavijo dio pie a una divertida leyenda con el caudillo mongol. Éste, cuyo imperio tenía nueve veces la extensión de la España actual, quiso deslumbrarles mostrándoles las maravillas de su corte, sus bellos palacios y jardines, las torres y edificios señoriales y las soberbias murallas de la ciudad. 

Visto todo aquello, el caballero madrileño le dijo a Tamerlán: “No te admires, oh gran señor, de las cosas que me has mostrado, porque el gran león de España, mi señor, tiene una ciudad, que la llama Madrid la Ursaria (tierra de osos), mucho más fuerte que ésta, por estar cercada de fuego y fundada sobre agua, a la cual se entra por una puerta cerrada, y hay en ella un tribunal donde los alcaldes son los gatos; los procuradores, los escarabajos; y andan por las calles los muertos”.

Las palabras atribuidas al embajador castellano recuerdan el viejo lema de Madrid: ‘Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son…’ Se refieren, en cuanto al fuego, a que las antiguas murallas de la ciudad, según los historiadores, eran de pedernal fino, por lo que era normal que de aquellas piedras saltaran chipas al ser golpeadas por armas o herramientas. Respecto a la fundación de la ciudad sobre agua, hace alusión a las abundantes aguas subterráneas y arroyos que había en las tierras madrileñas. La Puerta Cerrada era el nombre de una de las puertas de acceso a la ciudad, y el apellido Gato era de nobleza en la villa desde los tiempos de la Reconquista, cuando un soldado trepó ‘como un gato’ por las murallas, en una hazaña que favoreció la toma de la ciudad a los árabes. En cuanto a los escarabajos, eran también apellido ilustre y era habitual que ostentaran cargos de responsabilidad. Por último, los muertos que andan por las calles se refiere a los soldados madrileños enviados al sur a luchar contra los moros. Muchos se quedaban en las fronteras y cuando sus compañeros volvían y eran preguntados por ellos decían que habían muerto. Cuando algunos de aquellos regresaron, la gente decía con socarronería “¡han vuelto los muertos!”, y de ahí surgió el nombre.
Pintura muy colorista, con varios personajes de pie ante el trono de Tamerlán.
Pintura de la corte de Tarmelán.
Dice la leyenda que Tamerlán, mientras escuchaba, no quitaba ojo de su anillo, que tenía una piedra preciosa que cambiaba de color cuando se decía alguna mentira, pero la gema permaneció inmutable. Y que el madrileño siguió contando grandezas: “El rey de Castilla, mi señor, tiene tres vasallos a cada uno de los cuales sirven mas de mil caballeros. En España hay un puente sobre en el que pastan 10.000 cabezas de ganado, y don Enrique III tiene un león y un toro, que se comen en un día ciento cincuenta vacas y otros tantos carneros y cerdos”.

El fantástico relato, al mencionar a los tres vasallos señala a los maestres de las órdenes de Santiago, Calatrava y Alcántara. El gigantesco ‘puente’, alude a los varios kilómetros en los que el río Guadiana fluye bajo tierra antes de salir de nuevo a la superficie. Y el Toro y el León son las dos ciudades castellanas que tienen estos nombres.

Como homenaje a los embajadores castellanos, se construyó una ciudad llamada Madrid a las afueras de Samarcanda, que hoy es un céntrico barrio de esta ciudad. Allí hay una calle llamada Rui Gonsales de Klavixo. Y en la madrileña plaza de la Paja hay una placa que recuerda el lugar donde estuvieron las casas de Ruy González Clavijo.

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