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24 septiembre, 2017

Plaza de Oriente, historia frente al Palacio Real

Vista parcial de la plaza. A la derecha, típico edificio de edificio de cuatro plantas, de mediados del siglo XIX, que acoge al Café de Oriente.
Plaza de Oriente. Foto: S. Castaño.
El enorme solar del que surgió la Plaza de Oriente se originó por la demolición de varios edificios frente al Palacio Real. Fue en 1811, en tiempos del ‘rey intruso’, José Bonaparte y su plan de abrir espacios para descongestionar Madrid. Se derribaron dos conventos, una iglesia y 56 casas. Estos inmuebles formaban un entramado de calles hoy desaparecidas: calle del Tesoro, del Juego de la Pelota, del Jardín de la Priora, del Buey, del Carnero, de la Parra…

Con el fin de la invasión francesa, tras la guerra de la Independencia, quedó abandonado este espacio durante muchos años, hasta que en 1841 se crearon la Plaza de Oriente, el Teatro Real y la Plaza de Isabel II, según proyecto del arquitecto Narciso Pascual y Colomer. Isabel II retomaba así el deseo de sus antecesores de dotar de un entorno grandioso al Palacio Real. Su padre, Fernando VII, había iniciado en 1818 la construcción del Teatro Real, casi en el mismo lugar donde había estado el viejo teatro de los Caños del Peral, en la plaza del mismo nombre, hoy Plaza de Isabel II, que tuvo que ser nivelada con ocho metros de tierra. El proyecto fernandino establecía una gran galería circular de arcos y columnas para unir el palacio con el teatro. El plan se abandonó por falta de recursos económicos y se derribó la parte de columnata que ya se había construido. En cuanto al teatro, las obras quedaron suspendidas. El edificio, aún inacabado, se inauguró en 1850, contando con el mayor escenario de Europa. 


El momumento y su fuente con el Palacio Real al fondo.
Monumento a Felipe IV. Foto: S.C.
En el centro de la Plaza de Oriente, llamada así por estar frente a la fachada oriental del palacio, se instaló en 1844 el monumento a Felipe IV: una estatua ecuestre del rey, realizada en Florencia en 1640 por Pietro Tacca, de acuerdo con dibujos que realizó Velázquez para la ocasión. Estuvo instalada en varios lugares del Retiro antes de formar parte de este monumento. Es la más ilustre de estatuas de los reyes de la plaza de Oriente, donde se encuentran otras veinte relacionadas con los antiguos reinos de España. Se alza sobre un gran pedestal rectangular con bajorrelieves en los lados con escenas de la vida del rey. Por debajo, en los frentes, una fuente con figuras masculinas sedentes desde donde se vierte agua a unas conchas que la dejan caer a pilones semicirculares. El conjunto, labrado en piedra de Colmenar, así como los cuatro leones de bronce de sus ángulos fue realizado por los escultores Francisco Elías y José Tomás.
 
Uno de los paseos cenrales de los jardines, frente al monumento a Felipe IV y al fondo el Palacio Real.
Jardines de la Plaza de Oriente. Foto: F. Chorro.
En el extremo norte de la plaza se hallan los Jardines del Cabo Noval, con el monumento a Luis Noval, obra de Mariano Benlliure inaugurada en 1912. En el extremo opuesto están los jardines de Lepanto, con el monumento al capitán Ángel Melgar, de 1911, obra de Julio  González Pola. Ambos héroes murieron en 1909 durante la campaña de Melilla.

Uno de los locales más conocidos de la plaza es el Café de Oriente, construido sobre uno de los conventos demolidos en 1811, el de san Gil. En su sótano se conservan la sala capitular, hoy restaurante, y la cocina  del aquel edificio religioso. Unos pasos más allá se abre la calle Lepanto, donde estuvo la antigua Casa del Tesoro, lugar donde se alojaban los artistas que trabajaban para los reyes. Allí murieron, entre otros, el pintor Diego Velázquez (1660) y los arquitectos Sebastián Herrera Barnuevo (1670) y Juan Bautista Sachetti (1784). 
La peatonalización de la calle junto al Palacio Real proporcionó una zona amplia ideal para los paseos y eventos tradicionales.
Parte peatonalizada de la calle Bailén.


En 1997 se inauguró la más importante remodelación de la Plaza de Oriente, con su peatonalización hasta la catedral de la Almudena. Se eliminó así la circulación de vehículos a pocos metros del Palacio Real, dando paso al tráfico rodado a través de un túnel subterráneo de 500 metros bajo la calle Bailén, También se construyó un aparcamiento para coches y autobuses en el que apareció, durante las obras, una atalaya árabe del siglo XI cuyos vestigios pueden verse en el interior. 

La reforma acondicionó más de 22.000 metros cuadrados de superficie peatonal y se ampliaron los jardines. Todo ello reforzó el carácter cultural y turístico de esta zona, una de las más atractivas de Madrid para disfrutar de un recorrido histórico.

03 septiembre, 2017

Paseo del Prado, enclave histórico de Madrid

Vista actual del paseo de prado, predomina el amplio espacio arbolado con fuente en primer prado.
Paseo del Prado. Foto: S.Castaño
El paseo de Prado comenzó a ser un lugar de paseo, galanteo y exhibición de la sociedad madrileña a finales del siglo XVI. En su origen era una sucesión de prados surcados por el arroyo de la Castellana. El prado de Atocha, que desde la calle o camino del mismo nombre conducía a la iglesia de la Virgen de Atocha; el prado de san Jerónimo, con numerosas huertas a los pies de la colina donde se alzaba el monasterio de ese nombre. Y más al norte, pasada la calle de Alcalá, el prado de Recoletos, zona de huertas y tierras de labor llamada así por el convento de Agustinos Recoletos, que se extendía hasta la calle Serrano. Ya por entonces, de este largo recorrido, la parte más transitada era entre la Carrera de San Jerónimo y la calle de Alcalá, conocido como Prado Viejo, llamado luego prado de San Jerónimo.

Fue con la construcción del palacio del Buen Retiro, en sus inmediaciones, durante el reinado de Felipe IV, cuando este paseo cortesano tomó el carácter y las dimensiones de las que se hicieron eco los escritores del Siglo de Oro. El paso de la residencia de los reyes desde el viejo alcázar, al oeste de la ciudad, al nuevo palacio del Buen Retiro, al este, arrastró el centro de interés de las clases más pudientes, que levantaron sus palacios en el entorno del prado de San Jerónimo. La zona se embelleció, se construyeron varios puentecillos para atravesar el arroyo que recorría estos prados, se instalaron pequeñas fuentes con caños y la torre de la música, donde hoy está la fuente de Neptuno, que era lugar de instalación de músicos y venta de aloja, un tipo de refresco a base de agua, miel, levadura, canela y otras especias que se enfriaba con nieve o se servía como granizado, gracias a los pozos de nieve de Madrid.

Pintura que ofrece una vista general de la zona del paseo del Prado, con sus alameda, los punetecillos y al fondo la puerta de Alcalá.
Paseo del Prado,siglo XVII.

La zona pasó a ser la preferida por los madrileños para sus paseos y encuentros amorosos. En su recorrido había tres calles formadas por dos largas filas de álamos. Allí lucían sus mejores galas la aristocracia, la damas de la alta sociedad, los oficiales de la guardia real, en sus carruajes y caballos engalanados, y el pueblo llano que se acercaba a pie buscando el frescor de la zona en las tardes de verano o el sol apacible en invierno. 


Fue con Carlos III cuando aquellas alamedas tan animadas a las afueras de la ciudad se convirtieron en uno de los más bellos paseos de Europa. Con proyectos del capitán de ingenieros José Hermosilla y del arquitecto Ventura Rodríguez se crearon amplios paseos laterales y el gran salón central, llamado Salón del Prado, terminado en 1782, entre la fuente de Cibeles y la fuente de Neptuno. El terreno se allanó, se plantaron árboles y se cubrió la hondonada del arroyo de la Castellana, se instalaron las fuentes de la Cibeles, Apolo y Neptuno, entre otras, diseñadas por Ventura Rodríguez. Además, en su entorno se levantaron el Jardín Botánico, la Real Fábrica de Platería, el Observatorio Astronómico, se remodeló el Hospital General, hoy Centro de Arte Reina Sofía, y se iniciaron las obras del Museo de Ciencias Naturales, que pasó a ser Museo del Prado en tiempos Fernando VII.
Vista del paseo hacia la p'laza de Cibeles,que ofrece en primer plano vista de una fuente de granito y al fondo el edificio del Ayuntamiento.
Fuente en el paseo del Prado. Foto: F.Chorro.

 

Este gran proyecto urbanístico, que buscaba dar a Madrid la imagen de una capital moderna e ilustrada, contó, como siempre, con el visto bueno del Concejo de Madrid, que a fin de cuentas fue el encargado del buen curso de las obras, de su financiación, de reducir gastos y recaudar impuestos. De aquellos tiempos es una disposición que multaba con 10 ducados y 15 días de trabajos “en calidad de forzados” en las obras del Paseo del Prado a los cocheros que corrieran o trotasen más deprisa de lo normal por las calles o paseos de la corte. Otra orden establecía que cualquiera que rompiese una farola de las recién instaladas fuera castigado con 20 latigazos, además de la multa correspondiente.

Entre los numerosos monumentos que jalonan el trayecto entre la plaza de la Cibeles y la Glorieta de Atocha se encuentra también el Palacio de Villahermosa, de 1805, donde antes estuvo el palacio de los duques de Maceda. Desde 1992 acoge el Museo Thyssen. Con el Museo del Prado y museo Reina Sofía, forman el llamado ‘Triángulo del Arte’. Junto al paseo, en la plaza de la Lealtad, se levantó en 1860 el obelisco-mausoleo a los Héroes del Dos de Mayo de 1808, también llamado de los Caídos por España. Allí están depositados los féretros de los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde, y el arca con los restos de otros madrileños fusilados en este lugar en 1808, en el inicio de la Guerra de la Independencia.

Por si le faltaba algo al Paseo del Prado, en 1851 entró en funcionamiento el apeadero de Atocha, con la primera línea de ferrocarril, Madrid-Aranjuez, que luego sería estación de Atocha. Se construyó al sur del paseo, saliendo por la Puerta de Atocha, un acontecimiento que cambió para siempre la vida de la ciudad.