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15 diciembre, 2017

De la Cruz Verde y otras plazas de la Inquisición

Vista panorámica de la pequeña plaza forada por la confluencia de varias calles. A la izquierda se encuentra la fuente.
Plaza de la Cruz Verde. Foto. F. Chorro.
La plaza de la Cruz Verde recuerda en su nombre al emblema de la Inquisición. La cruz pintada de verde presidía los siniestros autos de fe que protagonizó la Inquisición en distintos lugares de Madrid. Los llamados familiares del Santo Oficio (confidentes y otros colaboradores) trasladaban durante la víspera la cruz verde hasta el lugar de aquellas ceremonias públicas contra los condenados por razones de fe y doctrina católicas. Cuando todo terminaba, volvían a plantar la cruz en su sitio habitual hasta un nuevo acto.

La pequeña plaza de la Cruz Verde, a un lado de la calle Segovia, en su confluencia con la calle de la Villa y cerca del Viaducto, es el último lugar donde estuvo instalada la cruz de la Inquisición, hasta la desaparición de este tribunal eclesiástico en 1834. La cruz se alojaba junto al muro del desaparecido convento del Sacramento, donde en 1850 se construyó la fuente de Diana Cazadora que preside la plaza. En otro lateral hay una placa de mármol en memoria de los cuatro militares y un civil fallecidos en esta plaza en febrero de 1992, víctimas de un atentado terrorista.

Curiosamente, en la plaza de la Cruz Verde vivió Ventura Rodríguez, arquitecto mayor del Ayuntamiento, encargado de construir un edificio destinado a sede del Consejo Supremo de la Inquisición, en la calle Isabel la Católica, hoy calle Torija, número14. El proyecto de Ventura Rodríguez no se llevó a cabo por la carestía del mismo y tras su muerte fue retomado por su discípulo Mateo Guill a finales del siglo XVIII.


Plaza de Santo Domingo


La sede de la Inquisición estaba al lado de la plaza de Santo Domingo, escenario durante muchos años de las tropelías del Santo Oficio, y cuyo nombre procede del antiguo convento que allí existía. Frente al recinto monacal tenían lugar los autos de fe. Los acusados de herejes, judaizantes, blasfemos, sacrílegos, brujas… condenados a muerte debían mostrar arrepentimiento para librase de la hoguera y poder morir estrangulados o degollados. En caso contrario se les trasladaba a los quemaderos de la Inquisición ubicados a las afuera de la ciudad.


Los dominicos, designados guardianes de la pureza de la fe y las costumbres, destacaron por su historial de colaboración con la Inquisición. En el lugar ocupado por el convento de Santo Domingo el Real, demolido en 1869, se construyó el primer aparcamiento público de Madrid y el hotel Santo Domingo, en cuyos sótanos se conservan las cuevas que pudieron servir de cárcel a la Inquisición, actualmente convertidas en una moderna coctelería. 


Tras la abolición de la Inquisición en 1834, su sede acogió el Ministerio de Fomento desde 1849, luego fue hotel y a finales del XIX se convirtió, tras una remodelación, en convento de Reparadoras. En 2008 el Estado lo compró por 36 millones de euros para destinarlo a oficinas auxiliares del Senado.

El óleo de Francisco Rizi muestra a vista de pájaro la plaza llena de público, frailes, inquisidores y los reos, situados a la derecha en uno de graderíos de madera. En el centro el estrado, núcleo de la ceremonia.
Auto de fe, Plaza Mayor (F. Rizi, M.del Prado).

Plaza Mayor


El patíbulo se trasladó desde la plaza de Santo Domingo a la plaza Mayor poco después de su construcción. Su recinto se había proyectado para dar mayor relieve a diversos actos solemnes, fiestas de toros, ejecuciones y autos de fe en los que la Inquisición pregonaba gracias especiales e indulgencias a los asistentes.


El primer auto de fe celebrado en la plaza Mayor fue en 1624. Benito Ferrer, acusado de hacerse pasar por sacerdote, fue condenado a morir en la hoguera en el quemadero pasado el portillo de Fuencarral, en la actual glorieta de Ruiz Jiménez. Antes, el quemadero o brasero inquisitorial había estado más allá de la Puerta de Alcalá, donde luego se levantó la desaparecida primera plaza de toros permanente, en la confluencia de las calles Alcalá y Claudio Coello.


En 1680 se llevó a cabo en la plaza Mayor uno de los autos de fe más execrables, prolongado durante doce horas, al que asistieron Carlos II y su primera esposa, María Luisa de Orleans. Más de un centenar de personas procedentes de cárceles de todo el país formaban la procesión de reos: judaizantes vestidos con sambenitos (especie de poncho complementado con capirote en la cabeza) a los que su arrepentimiento podía salvarles de las llamas, reincidentes condenados a la hoguera, aunque algunos serían primero estrangulados por haber mostrado arrepentimiento, y el resto condenados a sufrir cárcel, confiscación de sus propiedades o azotes en público. Incluso se condenó a la hoguera a una treintena de figuras que representaban a reincidentes muertos en la cárcel durante el proceso o que se habían fugado. 


Plaza de la Cebada


En 1805 el mayor escaparate del trabajo del Santo Oficio y de los tribunales de la ciudad pasó a la plaza de la Cebada, que era entonces un espacio pobre, aunque congregaba a miles de madrileños en sonadas ocasiones. Años después, ya desaparecida la Inquisición, el cadalso se trasladó más abajo, fuera de la Puerta de Toledo. Seguía la tendencia de llevar estos actos lejos de los barrios importantes, y con ello se redujo el número de asistentes. Las ejecuciones pasaron más tarde al llamado Campo de Guardias, un terreno hoy ocupado por instalaciones del Canal de Isabel II, en el entorno de las calles Bravo Murillo y Ríos Rosas.

08 diciembre, 2017

Tradición del mercadillo navideño y las doce uvas

Panorámica de la plaza al atarcecer, con los casetas navideñas iluminadas y numerosos compradores frente a su mostradores.
Mercadillo de Navidad, plaza Mayor. Foto: S.C.
Los tradicionales puestos de zambombas y panderetas, juguetes, figuritas de belén y otros artículos del mercadillo de Navidad tuvieron como escenario la plaza de Santa Cruz desde el siglo XVII. La vecina plaza Mayor se destinaba a los puestos de vendedores de pavos, turrones, mazapanes, castañas y otros frutos secos. Las normas que desde antiguo regulaban la gran afluencia de madrileños, forasteros y vendedores dictaban, ya a principios del siglo XX, que se permitía del 18 de diciembre al 6 de enero la instalación de puestos navideños en la plaza de Santa Cruz y en plaza Mayor. Debían colocarse fuera de los soportales y junto a la acera o alrededor del jardín central que tenía la plaza. La venta de pavos tenía lugar en la plaza de Puerta Cerrada y en la glorieta de Bilbao. Los vendedores con sus puestos de toldo obtenían la licencia pagando cinco pesetas por cada metro cuadrado y seis pesetas por las piaras de pavos, con un máximo de 40 aves. 

A partir de 1944, el Ayuntamiento ordenó que la venta de objetos navideños se reuniera en la plaza Mayor, y fuera de ella se instalaran los puestos de alimentos. En la siguiente década se sustituyeron los puestos de toldo por casetas de madera, que se situaban en el centro de la plaza para no interferir la circulación de tranvías. A finales de los años 60 la construcción del aparcamiento subterráneo de esta plaza llevó el mercadillo de Navidad a la plaza de Santa Ana, volviendo luego a su recinto monumental.

Un numerso grupo de personas con gorros y disfarces pasa por la antigua Puerta del Sol bailando y bebiendo, excepto uno de ellos, con traje regional, que transporta una escalera.
Noche de Reyes en la Puerta del Sol (Castelaro)

Otra tradición madrileña, tomar las doce uvas de Nochevieja con las campanadas de fin de año frente al reloj de la Puerta del Sol tiene un origen un tanto impreciso. La explicación más conocida dice que comenzó por un excedente de uvas en 1909 y que así se logró un consumo masivo que se convirtió en costumbre. Otra versión afirma que se inició en 1882, a raíz del impuesto de cinco pesetas a quienes “formando ronda o comparsa” salieran el 5 de enero a ‘recibir a los Reyes Magos’. Era ésta una ocasión para el jolgorio, las chanzas y las bromas de grandes grupos de madrileños que recorrían las calles alumbrados por antorchas, visitando las tabernas y en busca de algún incauto, normalmente un joven recién llegado a la capital, al que proponían unirse a la fiesta si se encargaba de llevar la escalera que usaban para mirar a lo lejos en busca de la caravana real. 


Al final, la algarabía de unos produjo las quejas de otros y el Ayuntamiento, dirigido por José Abascal, tomó cartas en el asunto. Quienes no fueran provistos de licencia para formar comparsa serían detenidos. Al parecer, al no poder seguir con aquella costumbre, los jóvenes madrileños decidieron echarse a la calle la noche de fin de año y tomar las uvas con las campanadas del reloj de la Puerta del Sol. Así consiguieron tener una noche de fiesta, que se hizo tradicional, sin pagar por ello. Con la elección de las uvas tal vez querían imitar, como burla, a la aristocracia madrileña que por esa época comenzó a tomar uvas y champán en el postre de la cena de fin de año.


En cuanto a la tradicional Cabalgata de Reyes, la primera en Madrid se realizó en 1953. Partió de las Escuelas Aguirre, en el barrio de Salamanca, recorrió la calle de Alcalá, la calle Mayor y terminó en la plaza de la Villa.

20 noviembre, 2017

El Madrid de Alfonso XIII

Retrato del rey a los 21 ños. Viste traje militar con las máximas condecoraciones militares.
Alfonso XIII (C. Franzen,1907).
Alfonso XIII, el único que fue rey desde que nació, inició su reinado coincidiendo con un periodo de prosperidad e importantes cambios tras los vaivenes y la agitación política que sacudieron el siglo XIX. Nacido en el Palacio Real en 1886, la infancia del hijo póstumo de Alfonso XII transcurrió con su madre, María Cristina de Habsburgo-Lorena, ejerciendo la regencia en su nombre. María Cristina hizo instalar luz eléctrica en el palacio y levantó una tapia en torno al anexo Campo del Moro para convertirlo en parque de recreo del rey niño. 

Fue en esa época cuando el jesuita y escritor Luis Coloma, escribió para él un cuento basado en la tradición del ratón Pérez, citando como residencia del roedor una caja de galletas en los sótanos de una confitería de la calle Arenal, número 8. El mismo lugar donde hoy existe la casa museo del ratón Pérez.

Comenzaba el reinado de Alfonso XIII en 1902, con 16 años, mayoría de edad según lo indicado por la Constitución para los monarcas. Al cumplir los 20 se casó con la princesa inglesa Victoria Eugenia de Battenberg en la iglesia de los Jerónimos. Con motivo del enlace se construyó la escalinata de acceso a la iglesia. Aquel día, 31 de mayo de 1906, a punto estuvieron de perder la vida. Los recién casados volvían en carroza al Palacio Real cuando el anarquista Mateo Morral les arrojó una bomba dentro de un ramo de flores, desde el cuarto piso de una fonda situada en el número 88 (hoy 84) de la calle Mayor. Los reyes salieron indemnes, también el cochero real, Rufino Salas Medina, pero murieron 24 personas y hubo casi un centenar de heridos.

Además de las deficientes medidas de seguridad, la boda puso en evidencia la falta en Madrid de hoteles de categoría para los notables invitados que asistieron al evento, que se alojaron en varios palacios de la ciudad. Poco después, entre 1908 y 1911 se construyeron los dos hoteles principales de Madrid, el Ritz y el Palace.

 
La calle de Alcalá con un cotidiano tráfico de la época: tranvías eléctricos, coches a motor y coches de caballos.
Calle de Alcalá, 1913. Archivo: Memoria de Madrid.

En esa época los madrileños acudían a diario a los numerosos cafés del centro de la ciudad, que acogían todo tipo de tertulias; se lucían en los jardines del Buen Retiro y alrededores y se divertían sobre todo en verbenas, teatros y salones de variedades. 


A éstos entretenimientos se sumaban las primeras películas de cine mudo y una nueva actividad de la que daba cuenta la prensa ya en 1902, cuando decía que unas treinta personas vestidas en "ropas menores" se habían reunido en un solar cerca de la antigua plaza de toros (hoy avenida Felipe II) para jugar a un deporte importado de Inglaterra llamado foot-ball y consistente en darle patadas a un balón... Eran tiempos de la ‘belle époque madrileña’, de cupletistas y cabarets, mientras Europa estaba a punto de desangrarse en la Primera Guerra Mundial.

La obra más importante emprendida en Madrid en este periodo fue la Gran Vía, eje primordial de comunicación entre los das zonas emergentes más importantes, el barrio de Salamanca y el barrio de Argüelles. El rey daba por inauguradas las obras en 1910 con un golpe de piqueta en la ‘casa del cura’, contigua a la iglesia de San José. Le acompañaban el alcalde, José Francos Rodríguez, y el presidente del Gobierno, José Canalejas. Madrid tenía 600.000 habitantes y el tranvía eléctrico era el principal medio de transporte público.

Vísta del tercer tramo de la Gran Vía en obras, desde la plaza de Callao (1923-1930)
Gran Vía en obras, desde la plaza de Callao.

También en 1910 comenzó el proyecto de construcción de la plaza de España, en el solar donde había estado el cuartel de San Gil, aunque siguió siendo un descampado hasta 1918, y diez años después se levantó el monumento a Cervantes. En 1911 surgieron los dos primeros aeropuertos, ambos militares, el de Cuatro Vientos, en Carabanchel, y el de Getafe.

Con los cambios económicos y los nuevos sistemas de producción, surgió una clase obrera que se fue organizando en defensa de sus derechos. A partir de 1917 el sistema político entró en crisis y comenzó un periodo de inestabilidad social. Ese año durante la primera huelga general en España fue detenido el comité de huelga de Madrid y el ejército reprimió las manifestaciones. Hubo más de 70 muertos y unos 2.000 detenidos en todo el país. 


Un acontecimiento trascendental en esa ápoca fue la apertura en 1919 de la primera línea de Metro, Sol-Cuatro Caminos, a cargo de la compañía Metropolitano Alfonso XIII. El mismo año se abrió el Palacio de Correos y Comunicaciones, hoy Palacio de Cibeles, diseñado por los arquitectos Antonio Palacios y Joaquín Otamendi, sede del Ayuntamiento de Madrid.

En 1922 se inauguró el monumento a Alfonso XII junto al estanque del parque del Retiro, un proyecto que había iniciado la reina viuda María Cristina, financiado por suscripción popular. Es el conjunto escultórico más grande de Madrid, obra de José Grases Riera, presidido por la estatua ecuestre del rey realizada por Mariano Benlliure. Luego llegó la dictadura del general Primo de Rivera, mediante un golpe de Estado que contó con el beneplácito de Alfonso XIII. 


El otro gran proyecto de la época fue la Ciudad Universitaria, cuyas obras se iniciaron en 1927 en lo que fue zona boscosa. Los trabajos quedaron paralizados por la guerra civil y se retomaron posteriormente. El general Primo de Rivera dimitió a principios de 1930 al perder el apoyo del ejército y del rey. Tras las elecciones de 1931 se proclamó la II República española. Los reyes abandonaron España y poco después se divorciaron. Alfonso XIII se instaló en Roma, donde falleció en 1941.

01 noviembre, 2017

Calle de Toledo, en el origen de La Latina


Primer tramo de la calle desde la plaza Mayor, al fondo la iglesia de San Isidro.A ambos lados edificos de vivienas de cuatro plantas con balcones.
Calle de Toledo. Foto: S. Castaño
Hasta el siglo XVI la calle de Toledo llegaba sólo hasta la Puerta de La Latina,  así llamada por estar junto al hospital de La Latina, frente a la plaza de la Cebada. Los madrileños nombraban así al hospital fundado por ‘la Latina’, sobrenombre con el que conocían a Beatriz Galindo, maestra de latín y consejera de la reina Isabel la Católica.

El hospital de La Latina se hallaba donde hoy el Teatro de la Latina y fue derribado en 1904, conservándose sólo la portada del edificio, que después de muchos años de olvido en un depósito municipal fue montada en 1960 en la explanada de la Escuela Superior de Arquitectura, en la Ciudad Universitaria. Fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1984. También se salvaron los sepulcros de Beatriz Galindo y su esposo, Francisco Ramírez ‘el Artillero’, trasladados al Museo de Historia de Madrid; y la bella escalera gótica, que fue instalada en la Casa de los Lujanes, en la Plaza de la Villa.

Cuando Felipe II amplió el perímetro de la muralla de Madrid, se derribó la Puerta de la Latina y se levantó otra más abajo, a la altura de la calle Sierpe. Muchos años después, su nieto Felipe IV levantó una nueva cerca con una nueva puerta más al sur. Ésta fue derribada en tiempos de Fernando VII para levantar la actual Puerta de Toledo, inaugurada en 1827.

 
Inicio de la calle visto hacia la plaza Mayor. En las aceras se ven muchos puestos de venta con toldos.
Calle de Toledo a finales del sigo XIX (M. Moreno)


En el arranque de la calle de Toledo, desde la Plaza Mayor hasta la calle Imperial, se encuentran las casas más antiguas, con soportales que dan entrada a restaurantes y tiendas frecuentados por turistas. Un poco más allá está la Colegiata de San Isidro, levantada como iglesia del antiguo Colegio de la Compañía de Jesús, en 1560. En su interior se guardan los restos mortales de san Isidro, patrón de Madrid, y de su esposa, santa María de la Cabeza.


En la confluencia con la calle de Arganzuela se encuentra ‘la Fuentecilla’, nombre con el que se conoce el monumento de granito dedicado a Fernando VII y que desde 1815 está donde antes hubo un pequeño pilón. Es un conjunto cuadrangular con frontones triangulares en sus lados. Sobre su zócalo descansan las figuras de un dragón y un oso, relacionadas con el antiguo escudo de Madrid y el escudo actual que adornan el monumento. Está coronado por un león con los dos hemisferios bajo sus garras. Dicen los cronistas que este león se esculpió con la mitad de la estatua de San Norberto que se alzaba sobre la fachada de la iglesia de los Mostenses, cerca de la Gran Vía, derribada en 1813 por los proyectos urbanísticos de José I, el rey intruso.

La calle de Toledo era una de las más transitadas de la ciudad desde el establecimiento de la corte en Madrid en 1561, ya que en ella y su entono se abrieron numerosas bodegas y posadas. A ella llegaban las diligencias con viajeros procedentes del sur y carretas con mercancías. Los vecinos de toda la zona se acostumbraron a adquirir comestibles a estos viajeros que llegaban de los pueblos. Esta calle era también paso habitual del ganado camino de los cercanos mataderos. Rebaños y piaras dejaron de entrar por la Puerta de Toledo cuando en 1856 se abrió un portillo en la cercana plaza del Campillo del Mundo Nuevo, para conducir por otras calles los animales dirigidos al matadero del Rastro, en la plaza del General Vara del Rey.
 

En el entorno de la plaza de la Puerta de Toledo se instaló en 1986 el Mercado Puerta de Toledo, dedicado a moda, antigüedades, artesanía y ocio. Su lugar lo ocupa desde 2012 el Campus Madrid-Puerta de Toledo de la Universidad Carlos III. En este emplazamiento estuvo el antiguo Mercado Central de Pescados, desde 1935 hasta 1982 y antes, hasta 1934, era el Matadero municipal. En esta zona estuvo también la Fábrica de Gas desde 1847.
 
Fachada de la tienda, de color amarillo y con grandes ventanales totalmente llenos de caramelos, piruletas y otras golosinas.
Tienda de Caramelos Paco. Foto: S.C.

La calle de Toledo sigue siendo el animado eje del barrio de la Latina, que cuenta con espacios tan emblemáticos como El Rastro, la plaza de la Cebada, la calle de la Paloma o Las Vistillas.


Conserva algunos de los establecimientos más antiguos del barrio, como la tienda de Caramelos Paco, de 1934, en el número 55; o el bar Los Caracoles, de 1922, en el número 106. Al otro lado de la Puerta de Toledo, en el número 122, se encuentra un edificio de viviendas de 1885 que tiene una bonita fachada de estilo neomudéjar.

22 octubre, 2017

La Ronda del pecado mortal

El dibujo muestra un grupo de seis hombres ante la puerta de una casa, portando faroles.
Ilustración del libro Antiguallas (R. Sepúlveda, 1898)
Con tintes de leyenda y un halo de misterio, una hermandad de encapuchados recorría todas las noches las oscuras y estrechas calles del Madrid del siglo XVIII. Su misión era alejar a los madrileños de la tentación, de la mala vida y ayudar a jóvenes no casadas a ocultar su embarazo. La genta la llamaba la Ronda del pecado mortal, aunque su rimbombante nombre era Santa y Real Hermandad de María Santísima de la Esperanza y Santo Celo en la salvación de las almas. Con sus voces y cantos lúgubres y alumbrados por faroles recorrían las solitarias calles y plazas advirtiendo a quienes vivían en pecado. Su presencia causaba una mezcla de respeto y temor a una población que se conducía entre el fanatismo religioso y las supersticiones.

Los lugares más frecuentados por la Ronda del pecado mortal eran aquellos donde se hacinaban los pobres de la ciudad. Barrios de casas miserables, covachas y corralas donde vivían jornaleros, aguadores, modistillas, chisperos y todo tipo de artesanos. Calle de Toledo, Arganzuela, toda la zona de las Vistillas, Lavapiés y otros ‘barrios bajos’ donde recaían las sospechas de convivencias ilícitas y encuentros secretos. Además de las temidas paradas ante las puertas de las casas elegidas, la Ronda del pecado mortal visitaba las mancebías o prostíbulos, las casas donde se organizaban bailes los domingos y otros lugares de diversión del entorno de las plazas de la Cebada y Puerta Cerrada.

En el silencio de la noche y a la tenue luz de los faroles, los encapuchados alzaban sus voces fúnebres y recitaban sentencias mortuorias, precedidas por el tañido de una campanilla. Las letras de sus saetas tenían especial intención cuando los cofrades conocían la vida y andanzas de los vecinos:


Alma que estás en pecado,
Si esta noche te murieras
piensa bien adonde fueras.

Aunque tus culpas confieses,
si no dejas la ocasión
cierta es tu condenación.

Quien mal vive mal acaba;
y así, llora tu pecado,
no amanezcas condenado.

Fotografía de la casa antes de 1926, año en que fue derribada. Tenía tres plantas y buhardillas. Las ventanas con rejas y celosías, sin balcones. Las ventanas de la planta baja son pequeñas y a una altura más elevada de lo normal..
Casa del pecado mortal (Memoria de Madrid).
La hermandad tenía, según los cronistas, un fin benéfico dedicado especialmente a jóvenes descarriadas, a las que acogía para salvaguardar su honra. Por ello, solicitaba limosnas “para hacer bien y decir misas por las almas que están en pecado mortal”, cantinela habitual por la que el pueblo puso el nombre a la hermandad. A su paso, algunos vecinos arrojaban desde las ventanas monedas envueltas en trozos de papel ardiendo, para que los cofrades pudieran ver donde caían.

Esta hermandad nació en 1691 en Sevilla. Allí la conoció años después Felipe V, que ordenó que se creara una en Madrid. Entró en funcionamiento en 1734 con sede en la iglesia de San Juan, que estaba en el entorno que hoy forma la plaza de Oriente, y luego pasó a otras iglesias. En 1800 se instaló en una casa donada por la marquesa de Villagarcía en la calle del Rosal, que los madrileños llamaban Casa del pecado mortal. La calle, que desapareció al construir el tercer tramo de la Gran Vía, entre la plaza de Callao y plaza de España, estaba a la altura de la actual calle García Molinas. Era una casa-asilo para mujeres que querían mantener en secreto su embarazo y evitar la deshonra para ella y su familia. Después de dar a luz con la asistencia que le proporcionaba la hermandad, volvían a la casa familiar y el recién nacido era enviado al orfanato. Las inquilinas pagaban por su estancia un precio que variaba según su posición económica y las comodidades que tuvieran. Las más pobres colaboraban con la institución siendo las criadas de las jóvenes de familias acomodadas.

Todo esto terminó en los años 30 del siglo XIX, coincidiendo con la desaparición del tribunal de la Inquisición. Los madrileños ya vivían una nueva época. La Ronda del pecado mortal sucumbió ante los agitados cambios sociales y políticos que se estaban produciendo en Madrid.

24 septiembre, 2017

Plaza de Oriente, historia frente al Palacio Real

Vista parcial de la plaza. A la derecha, típico edificio de edificio de cuatro plantas, de mediados del siglo XIX, que acoge al Café de Oriente.
Plaza de Oriente. Foto: S. Castaño.
El enorme solar del que surgió la Plaza de Oriente se originó por la demolición de varios edificios frente al Palacio Real. Fue en 1811, en tiempos del ‘rey intruso’, José Bonaparte y su plan de abrir espacios para descongestionar Madrid. Se derribaron dos conventos, una iglesia y 56 casas. Estos inmuebles formaban un entramado de calles hoy desaparecidas: calle del Tesoro, del Juego de la Pelota, del Jardín de la Priora, del Buey, del Carnero, de la Parra…

Con el fin de la invasión francesa, tras la guerra de la Independencia, quedó abandonado este espacio durante muchos años, hasta que en 1841 se crearon la Plaza de Oriente, el Teatro Real y la Plaza de Isabel II, según proyecto del arquitecto Narciso Pascual y Colomer. Isabel II retomaba así el deseo de sus antecesores de dotar de un entorno grandioso al Palacio Real. Su padre, Fernando VII, había iniciado en 1818 la construcción del Teatro Real, casi en el mismo lugar donde había estado el viejo teatro de los Caños del Peral, en la plaza del mismo nombre, hoy Plaza de Isabel II, que tuvo que ser nivelada con ocho metros de tierra. El proyecto fernandino establecía una gran galería circular de arcos y columnas para unir el palacio con el teatro. El plan se abandonó por falta de recursos económicos y se derribó la parte de columnata que ya se había construido. En cuanto al teatro, las obras quedaron suspendidas. El edificio, aún inacabado, se inauguró en 1850, contando con el mayor escenario de Europa. 


El momumento y su fuente con el Palacio Real al fondo.
Monumento a Felipe IV. Foto: S.C.
En el centro de la Plaza de Oriente, llamada así por estar frente a la fachada oriental del palacio, se instaló en 1844 el monumento a Felipe IV: una estatua ecuestre del rey, realizada en Florencia en 1640 por Pietro Tacca, de acuerdo con dibujos que realizó Velázquez para la ocasión. Estuvo instalada en varios lugares del Retiro antes de formar parte de este monumento. Es la más ilustre de estatuas de los reyes de la plaza de Oriente, donde se encuentran otras veinte relacionadas con los antiguos reinos de España. Se alza sobre un gran pedestal rectangular con bajorrelieves en los lados con escenas de la vida del rey. Por debajo, en los frentes, una fuente con figuras masculinas sedentes desde donde se vierte agua a unas conchas que la dejan caer a pilones semicirculares. El conjunto, labrado en piedra de Colmenar, así como los cuatro leones de bronce de sus ángulos fue realizado por los escultores Francisco Elías y José Tomás.
 
Uno de los paseos cenrales de los jardines, frente al monumento a Felipe IV y al fondo el Palacio Real.
Jardines de la Plaza de Oriente. Foto: F. Chorro.
En el extremo norte de la plaza se hallan los Jardines del Cabo Noval, con el monumento a Luis Noval, obra de Mariano Benlliure inaugurada en 1912. En el extremo opuesto están los jardines de Lepanto, con el monumento al capitán Ángel Melgar, de 1911, obra de Julio  González Pola. Ambos héroes murieron en 1909 durante la campaña de Melilla.

Uno de los locales más conocidos de la plaza es el Café de Oriente, construido sobre uno de los conventos demolidos en 1811, el de san Gil. En su sótano se conservan la sala capitular, hoy restaurante, y la cocina  del aquel edificio religioso. Unos pasos más allá se abre la calle Lepanto, donde estuvo la antigua Casa del Tesoro, lugar donde se alojaban los artistas que trabajaban para los reyes. Allí murieron, entre otros, el pintor Diego Velázquez (1660) y los arquitectos Sebastián Herrera Barnuevo (1670) y Juan Bautista Sachetti (1784). 
La peatonalización de la calle junto al Palacio Real proporcionó una zona amplia ideal para los paseos y eventos tradicionales.
Parte peatonalizada de la calle Bailén.


En 1997 se inauguró la más importante remodelación de la Plaza de Oriente, con su peatonalización hasta la catedral de la Almudena. Se eliminó así la circulación de vehículos a pocos metros del Palacio Real, dando paso al tráfico rodado a través de un túnel subterráneo de 500 metros bajo la calle Bailén, También se construyó un aparcamiento para coches y autobuses en el que apareció, durante las obras, una atalaya árabe del siglo XI cuyos vestigios pueden verse en el interior. 

La reforma acondicionó más de 22.000 metros cuadrados de superficie peatonal y se ampliaron los jardines. Todo ello reforzó el carácter cultural y turístico de esta zona, una de las más atractivas de Madrid para disfrutar de un recorrido histórico.

03 septiembre, 2017

Paseo del Prado, enclave histórico de Madrid

Vista actual del paseo de prado, predomina el amplio espacio arbolado con fuente en primer prado.
Paseo del Prado. Foto: S.Castaño
El paseo de Prado comenzó a ser un lugar de paseo, galanteo y exhibición de la sociedad madrileña a finales del siglo XVI. En su origen era una sucesión de prados surcados por el arroyo de la Castellana. El prado de Atocha, que desde la calle o camino del mismo nombre conducía a la iglesia de la Virgen de Atocha; el prado de san Jerónimo, con numerosas huertas a los pies de la colina donde se alzaba el monasterio de ese nombre. Y más al norte, pasada la calle de Alcalá, el prado de Recoletos, zona de huertas y tierras de labor llamada así por el convento de Agustinos Recoletos, que se extendía hasta la calle Serrano. Ya por entonces, de este largo recorrido, la parte más transitada era entre la Carrera de San Jerónimo y la calle de Alcalá, conocido como Prado Viejo, llamado luego prado de San Jerónimo.

Fue con la construcción del palacio del Buen Retiro, en sus inmediaciones, durante el reinado de Felipe IV, cuando este paseo cortesano tomó el carácter y las dimensiones de las que se hicieron eco los escritores del Siglo de Oro. El paso de la residencia de los reyes desde el viejo alcázar, al oeste de la ciudad, al nuevo palacio del Buen Retiro, al este, arrastró el centro de interés de las clases más pudientes, que levantaron sus palacios en el entorno del prado de San Jerónimo. La zona se embelleció, se construyeron varios puentecillos para atravesar el arroyo que recorría estos prados, se instalaron pequeñas fuentes con caños y la torre de la música, donde hoy está la fuente de Neptuno, que era lugar de instalación de músicos y venta de aloja, un tipo de refresco a base de agua, miel, levadura, canela y otras especias que se enfriaba con nieve o se servía como granizado, gracias a los pozos de nieve de Madrid.

Pintura que ofrece una vista general de la zona del paseo del Prado, con sus alameda, los punetecillos y al fondo la puerta de Alcalá.
Paseo del Prado,siglo XVII.

La zona pasó a ser la preferida por los madrileños para sus paseos y encuentros amorosos. En su recorrido había tres calles formadas por dos largas filas de álamos. Allí lucían sus mejores galas la aristocracia, la damas de la alta sociedad, los oficiales de la guardia real, en sus carruajes y caballos engalanados, y el pueblo llano que se acercaba a pie buscando el frescor de la zona en las tardes de verano o el sol apacible en invierno. 


Fue con Carlos III cuando aquellas alamedas tan animadas a las afueras de la ciudad se convirtieron en uno de los más bellos paseos de Europa. Con proyectos del capitán de ingenieros José Hermosilla y del arquitecto Ventura Rodríguez se crearon amplios paseos laterales y el gran salón central, llamado Salón del Prado, terminado en 1782, entre la fuente de Cibeles y la fuente de Neptuno. El terreno se allanó, se plantaron árboles y se cubrió la hondonada del arroyo de la Castellana, se instalaron las fuentes de la Cibeles, Apolo y Neptuno, entre otras, diseñadas por Ventura Rodríguez. Además, en su entorno se levantaron el Jardín Botánico, la Real Fábrica de Platería, el Observatorio Astronómico, se remodeló el Hospital General, hoy Centro de Arte Reina Sofía, y se iniciaron las obras del Museo de Ciencias Naturales, que pasó a ser Museo del Prado en tiempos Fernando VII.
Vista del paseo hacia la p'laza de Cibeles,que ofrece en primer plano vista de una fuente de granito y al fondo el edificio del Ayuntamiento.
Fuente en el paseo del Prado. Foto: F.Chorro.

 

Este gran proyecto urbanístico, que buscaba dar a Madrid la imagen de una capital moderna e ilustrada, contó, como siempre, con el visto bueno del Concejo de Madrid, que a fin de cuentas fue el encargado del buen curso de las obras, de su financiación, de reducir gastos y recaudar impuestos. De aquellos tiempos es una disposición que multaba con 10 ducados y 15 días de trabajos “en calidad de forzados” en las obras del Paseo del Prado a los cocheros que corrieran o trotasen más deprisa de lo normal por las calles o paseos de la corte. Otra orden establecía que cualquiera que rompiese una farola de las recién instaladas fuera castigado con 20 latigazos, además de la multa correspondiente.

Entre los numerosos monumentos que jalonan el trayecto entre la plaza de la Cibeles y la Glorieta de Atocha se encuentra también el Palacio de Villahermosa, de 1805, donde antes estuvo el palacio de los duques de Maceda. Desde 1992 acoge el Museo Thyssen. Con el Museo del Prado y museo Reina Sofía, forman el llamado ‘Triángulo del Arte’. Junto al paseo, en la plaza de la Lealtad, se levantó en 1860 el obelisco-mausoleo a los Héroes del Dos de Mayo de 1808, también llamado de los Caídos por España. Allí están depositados los féretros de los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde, y el arca con los restos de otros madrileños fusilados en este lugar en 1808, en el inicio de la Guerra de la Independencia.

Por si le faltaba algo al Paseo del Prado, en 1851 entró en funcionamiento el apeadero de Atocha, con la primera línea de ferrocarril, Madrid-Aranjuez, que luego sería estación de Atocha. Se construyó al sur del paseo, saliendo por la Puerta de Atocha, un acontecimiento que cambió para siempre la vida de la ciudad.


20 agosto, 2017

Cuando Margarita de Austria llegó a Madrid

la reina posa a caballo, vestida con ricas vestimentas oscuras y sombrero.
Margarita de Austria. Velázquez, Museo del Prado.
Entre las celebraciones históricas en Madrid con motivo de bodas, nacimientos, entradas triunfales o victorias militares destaca el recibimiento que los madrileños ofrecieron a Margarita de Austria, esposa de Felipe III, el 24 de octubre de 1599. El evento ha pasado a la historia por ser el más espléndido derroche de medios e ingenio que ha conocido la ciudad. Hacía poco más de un año de la muerte de Felipe II y el ascenso al trono de Felipe III. Llegaba a Madrid la nueva reina y la ciudad quería demostrar su capacidad como capital del imperio.

El Concejo madrileño había comenzado los preparativos a principios de año, que incluían reformas urbanísticas, como el ensanchamiento de la calle de Mayor, nuevos jardines y empedrado de las calles del recorrido; arcos de triunfo, esculturas y fuentes temporales, tapices y otros adornos textiles en fachadas; bandas de tamborileros y dulzaineros, danzas y comparsas protagonizadas por los numerosos gremios de la ciudad; luminarias en las calles principales a base de hachones y faroles y fuegos artificiales. Los festejos dieron un gran esplendor a una ciudad que aún no contaba con los edificios históricos y monumentos que hoy se conservan.

Lo curioso de la historia es que Margarita de Austria se convirtió en la nueva reina de España y Portugal por casualidad o, mejor dicho, por descarte. El anciano Felipe II buscó una esposa para el príncipe Felipe entre las hijas de su primo hermano el archiduque Carlos de Austria, ya fallecido, y de la sobrina de éste, María Ana de Baviera. Eran las candidatas las archiduquesas Catalina, Gregoria, Leonor y Margarita. Descartada Leonor por su naturaleza enfermiza, el rey solicitó a su prima política que le enviará los retratos de sus otras tres hijas.

Cuando llegaron los retratos, Felipe II llamó a su heredero para que eligiera la que más le gustara, pero el joven príncipe Felipe carecía de iniciativa y prefería que su padre designara a su futura esposa. Sin embargo, el rey pensaba que, al menos en esta cuestión, su hijo debía pronunciarse. Estaba presente la infanta Isabel Clara Eugenia, que propuso echarlo a suertes, saliendo elegida Margarita, pero a Felipe II no le pareció seria esta forma de elegir a la futura reina y zanjó la cuestión optando por la mayor de las tres hermanas, la archiduquesa Catalina.

 
El rey posa a caballo con vistosa armadura de relieves dorados, sombrero y bastón de mando en la mano derecha.o.
Felipe III. Velázquez, Museo del Prado

En el transcurso de tiempo hasta que la noticia llegó a la corte de Graz (Austria) ocurrió que la seleccionada falleció de gripe. Así que siguiendo el orden de edad la elegida fue Gregoria, aunque a las pocas semanas también murió a causa de unas fiebres. De manera que Margarita, que tenía 13 años, fue finalmente la señalada para ser la esposa del príncipe Felipe.

Se había acordado también el matrimonio de la infanta Isabel Clara Eugenia con Alberto de Austria, hijo de Maximiliano II, otro de los primos hermanos de Felipe II. Alberto era hermano de su cuarta esposa, Ana de Austria, y por tanto su cuñado. Se dispuso  que el archiduque Alberto se desposara por poderes, representando al príncipe Felipe, con Margarita y la acompañara a España. Y que uno de los nobles enviados por la corte española para acompañar a la comitiva hasta España, Antonio Fernández de Córdoba,
duque de Sessa, se casara por poderes en representación de Margarita, con el archiduque Alberto.

La comitiva llegó a Italia, donde recibió la noticia de que Felipe II había fallecido el 13 de septiembre en El Escorial. En noviembre el papa Clemente VIII casó a unos y otros. Debido al mal tiempo, tuvieron que esperar hasta el 10 de febrero de 1599 para poder embarcarse en el puerto de Génova, llegando a Vinaroz (Castellón) después de 42 días. Felipe y Margarita, que ya había cumplido 14 años, se vieron por primera vez en Valencia en el mes de abril en la catedral de Valencia, donde se confirmó el casamiento. Hablaban en francés, ya que él no hablaba alemán ni ella español. Luego viajaron a Barcelona, desde donde marcharon los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia, y de nuevo a Valencia. Los cronistas señalan que Felipe y Margarita se enamoraron a primera vista y que compartían gustos, aficiones y devoción. 

Todo estaba preparado en Madrid el día 24 de octubre de 1599 cuando la reina Margarita hizo su entrada triunfal. Se había pedido la participación de todos los madrileños para un deslumbrante programa de festejos cuyo coste estimado para las arcas municipales fue de un millón de ducados. Una cantidad por encima de las posibilidades de la Villa y Corte, que le supuso una carga adicional durante varios años para poder pagar aquellos festejos.  


09 julio, 2017

Calle Princesa, orígenes del barrio de Argüelles

La ancha y señorial calle, en su tramo cercano a la plaza de España está flanqueada por grandes árboles.
Calle Princesa. Foto: S.C.
La calle de la Princesa, entre los barrios de Rosales y Argüelles, tiene su origen en el antiguo camino de San Bernardino, que conducía al convento del mismo nombre  saliendo de la ciudad por el portillo de San Bernardino. Se cerraba este portillo de las tapias madrileñas a las ocho de la tarde y estaba situado a la altura de la actual calle Alberto Aguilera, antes paseo de los Areneros. A un lado del antiguo camino estaban, en el siglo XVII, el palacio y jardines del conde duque de Olivares, en el lugar ocupado más tarde por el cuartel del Conde Duque, hoy centro cultural, y por el palacio de Liria, en el inicio de la calle Princesa. Por este motivo, antes de su nombre actual tuvo el de Duque de Liria.

Se empezó a llamar calle de la Princesa en 1865, en honor de la hija primogénita de Isabel II, Isabel de Borbón y Borbón, a quien los madrileños apodaron cariñosamente ‘La Chata'. Fue en esta época cuando se decidió urbanizar el terreno entre la Montaña del Príncipe Pío y la calle de la Princesa, al final del reinado de Isabel II, trazando calles en paralelo a la calle de la Princesa. El crecimiento de la ciudad por ese lado coincidió con el desarrollo del Ensanche de Madrid al otro extremo de la ciudad, el barrio de Salamanca.

Poco después, al otro lado de la calle Princesa se inició la construcción del barrio de Pozas, llamado así por su promotor, Ángel Pozas. El pequeño barrio de Pozas se proyectó como barrio obrero, con una veintena de edificios de viviendas económicas que ocupaban el terreno donde hoy se encuentra el edificio del Corte Inglés y sus alrededores. Fue el origen del barrio de Vallehermoso, al que luego se llamó Argüelles, nombre que se extendió a toda el área a uno y otro lado de la calle Princesa, con un vecindario de clase media y alta. Los nuevos barrios como este, surgidos a las afueras de la ciudad, quedaron pronto comunicados por los primeros tranvías de Madrid, que se pusieron en circulación a partir de 1871.

 
La calle Princesa, prolongación de la Gran Vía, es una de las más transitadas por vehículos.
La calle de la Princesa hacia Moncloa. Foto: S.C.

Enfrente del centro comercial mencionado se encuentra la iglesia del Buen Suceso, donde antes existió otra del mismo nombre que se había inaugurado en 1867, sucesora a su vez de la antigua iglesia y hospital que estuvo en el vértice de las calles Alcalá y Carrera de San Jerónimo, hasta la reforma de la Puerta del Sol a mediados del siglo XIX. Como gran parte de este barrio, la iglesia resultó destruida por los bombardeos en Madrid durante la guerra civil. En 1982 se inauguró el templo actual, en la esquina de las calles Princesa y Buen Suceso. En la otra esquina, en el número 45, se alza un curioso edificio de viviendas de finales del XIX con vidriera circular.

Al final de la calle princesa se edificó, en los años 40 y principios de los 50 del pasado siglo la sede del Ministerio del Aire, hoy Cuartel General del Ejército del Aire. Por su arquitectura de estilo herreriano, a semejanza del  monasterio del Escorial, era conocido entre los madrileños como ‘Monasterio del Aire’. En este lugar estuvo anteriormente la cárcel Modelo, que quedó también en ruinas por la guerra civil.

En la misma década y a pocos metros de la plaza de España se construyó la fuente de los Afligidos, un conjunto monumental que comunica la calle Princesa con la plaza de Cristino Martos a través de una doble escalinata. Se encuentra frente a la conocida plaza de los Cubos, llamada así por su escultura a base de estas figuras geométricas, obra de Gustavo Torner, aunque su nombre oficial es plaza de Emilio Jiménez Millas.

17 junio, 2017

Cava de San Miguel, el origen de su nombre

Tramo de la calle en curva con edificios de cinco plantas.
Cava de San Miguel. Foto: S.C.
La animada Cava de San Miguel tiene sus orígenes en los primeros años de la capitalidad de Madrid, hacia 1566, cuando Felipe II decide integrar en la Villa la plaza del Arrabal, hoy Plaza Mayor. Para ello se derribó la muralla y se cubrió de tierra el foso extramuros o cava que, como en otros tramos, tenía un fin defensivo allí donde el terreno exterior junto a la muralla era elevado. Era una muralla fuerte, con bloques de pedernal, de unos nueve metros de altura y más de tres de grosor. Construida a finales del siglo XI o principios del XII, tras la toma de la ciudad por los cristianos durante la Reconquista. Con este nuevo recinto se ampliaron los límites de la muralla árabe, integrando en la ciudad sus arrabales.

Felipe II quería que aquella plaza del Arrabal, que ya acogía un mercado libre del pago de impuestos, por estar fuera de la ciudad, se convirtiera en un gran mercado y que el espacio dejado por la muralla y la cava pasara a ser una nueva calle. Se trazaron los primeros planos, pero el proyecto de la nueva plaza no se llevó a cabo hasta el reinado de su hijo, Felipe III.

La plaza del Arrabal tenía una gran inclinación hacia la parte de la cava. Fueron necesarias toneladas de tierra para nivelar el suelo de la plaza. De este desnivel da cuenta la escalera de piedra del Arco de Cuchilleros, que da salida a esta calle desde la Plaza Mayor. Por este motivo, la fachada trasera de las casas de ese lado la plaza fueron en su día las únicas de Madrid que tenían una altura de ocho pisos. Estas fachadas están inclinadas hacia adentro y con bloques de piedra en la parte baja para servir de contrafuerte a la plaza. La calle  tiene un recorrido en curva que continúa por la calle Cuchilleros hasta la plaza de Puerta Cerrada, de acuerdo con el trazado de la antigua muralla y su foso.

 
Fachada del mercado, de una planta, a base de hierro y cristal, con placa adosada a la cubierta indicando su nombre.
Mercado de San Miguel. Foto: S.Castaño.

La Cava de San Miguel se llamó así por ser el camino que conducía a la antigua iglesia de San Miguel de los Octoes, que estaba junto a la muralla y cuyas primeras referencias datan de principios del siglo XIII. Fue derribada en 1810, en tiempos de José Bonaparte, el rey intruso. Su solar se convirtió en zona de mercado y un siglo después, en 1915, se construyó el Mercado de San Miguel, un pintoresco ejemplo de la arquitectura del hierro en Madrid, cuyo interior es hoy un mercado moderno y espacio de degustación gastronómica.

Esta pequeña calle, que va desde la calle Mayor a la calle Cuchilleros, pasando por el Mercado de San Miguel, es una de las más conocidas por sus numerosos bares, restaurante y mesones, muy frecuentados por turistas en su visita al Madrid de los Austrias.

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29 mayo, 2017

Mentidero de Representantes del Barrio de las Letras

Varias placas en una esquina indican la calle León, la calle Cervantes y que allí estuvo el Mentidero de Representantes. y
El mentidero de Comediantes recordado en una placa.
La gente del teatro era uno de los gremios más influyentes del Madrid del Siglo de Oro, dada la gran afición de los madrileños por las obras que se representaban en los corrales de comedias. Su lugar de reunión era el Mentidero de Representantes, también llamado de Comediantes o Cómicos, una plazuela o ensanchamiento de la calle León a la altura de la calle Cervantes, antes calle Francos, donde tenían su casa Cervantes y Lope de Vega, y muy cerca Quevedo y otros poetas y escritores.

El mentidero de Representantes reunía a diario a representantes (actores y actrices), autores (empresarios, directores de escena o ambas cosas), poetas y dramaturgos, músicos, bailarines, alquiladores de locales…formando uno de los foros de opinión pública más importantes del momento, junto con el Mentidero de San Felipe, al lado de la Puerta del Sol.

Estos lugares públicos surgieron en la segunda mitad del siglo XVI, época en que Madrid se convirtió en la capital del imperio, y contaban con una legión de seguidores. A partir de las diez de la mañana empezaba a cobrar vida el Mentidero de los Cómicos y hacia las doce estaba en su apogeo. Allí, las gentes de la farándula formaban pequeños corros para comentar los estrenos de las nuevas obras, la actuación de los artistas, contratar actores y músicos, tratar las rivalidades entre las compañías de teatro, comprar y vender comedias, chismorrear sobre los amoríos de actores y las actrices o sobre los rumores más importantes que corrían por la Villa.

Sin duda, uno de los asuntos más comentados fue, en 1586, la orden que prohibía  a las mujeres actuar en las comedias, bajo pena de cinco años de destierro del reino y multa de 100.000 maravedíes. Fue el motivo por el que una docena de actrices, esposas de autores y comediantes dirigieron un escrito al Consejo de Castilla en el que se quejaban del perjuicio que causaba a las familias este decreto, tanto en lo económico como en lo moral, por el distanciamiento de sus maridos durante temporadas. Así mismo, indicaban que la actuación de los muchachos que ahora ocupaban sus puestos, vestidos y pintados como mujeres, resultaba más escandalosa e indecente que la suya. Las comediantas solicitaban permiso para volver a los escenarios y proponían que actores y actrices no intercambiaran sus papeles y que en las compañías no hubiera mujeres solteras, sino casadas que viajaran siempre con sus maridos. 

Fachada de la casa, de dos plantas, de estilo castellano propio de la época.
Casa de Lope de Vega. Foto: F.Chorro.

La petición fue denegada, pero un año después se sumaron a las protestas los hospitales madrileños, a los que se destinaba una parte de los beneficios obtenidos en los corrales de comedias. El caso era que, desde la prohibición de actuar a las mujeres, las corralas habían perdido público y los ingresos habían menguado, provocado graves necesidades en los hospitales.

Otra de las cuestiones más sonadas fueron los amoríos de Felipe IV y la Calderona, una actriz con quien llegó a tener un hijo, que más tarde se convirtió en lugarteniente del rey: don Juan José de Austria. Se hablo mucho en Madrid de esta relación y se rumoreaba que el rey había desterrado al duque de Medina de las Torres, anterior amante de la joven. Y de los celos de la reina, que ordenó que la actriz, favorecida por el rey con un balcón principal durante un evento en la Plaza Mayor, fuera expulsada del mismo. Luego, el rey para desagraviar a su amante le regaló un balcón permanente de un rincón de la plaza al que los madrileños llamaban el balcón de Marizápalos, por un famoso baile que la actriz interpretaba en las funciones de teatro.

Entre los abonados a este mentidero era muy comentadas las trifulcas que se liaban de vez en cuando a la puerta de la iglesia de Jesús, a la salida de la llamada ‘misa de hora’, que comenzaba a las once de la mañana. A ella acudían algunas de las más famosas actrices del momento, como María Calderón (La Calderona), María Riquelme y María de Córdoba, conocida como Amarilis. La reunión de estas jóvenes provocaba riñas entre sus admiradores, que querían acercarse a ellas cuando terminaba la que llamaban ‘misa de las Marías’.

 
Grabado refleja un momento en que dos caballeros desenvainan la espada rodeados de gente, mientras un cura intenta detenerlos.
Escena del siglo XVII.


Tema de conversación era todo lo relacionado con la Patrona de los Cómicos, la Virgen de la Novena, o del Silencio, a la que se atribuían numerosos milagros. Era tal su popularidad que la masiva afluencia de devotos hasta su humilladero, en la esquina de la calle de León con la de Santa María, se convirtió en un problema. Hasta que su cofradía propuso trasladar la imagen a la vecina iglesia de San Sebastián, con su propia capilla, costeada por el Gremio de Representantes. 

Grandes eran las protestas de los representantes, especialmente de los que no residían en Madrid, por lo que consideraban injusticia y avaricia de los autores y las cofradías de la Pasión y la Soledad, que administraban los dos principales corrales de comedias. Se quejaban de que a pesar de la numerosa entrada de público, sus ingresos no mejoraban, dejando a los actores y actrices con sueldos de miseria.



Uno de los acontecimientos más recordados en el barrio fue el fallecimiento de Lope de Vega, en agosto de 1635, en su casa de la antigua calle Francos. El cortejo fúnebre reunió a gentes de todas las clases sociales en una multitud como nunca se había visto en Madrid. Una despedida bien distinta a la ocurrida unos años antes por la muerte de Cervantes, en su casa de la misma calle, cuyo cadáver fue trasladado por un pequeño grupo de personas hasta el cercano convento de las Trinitarias.

El espíritu del Mentidero de Representantes se trasladó en el siglo XIX a la plaza de Santa Ana, en el mismo barrio, entorno del Teatro Español, del Teatro de la Comedia y de las primeras tertulias políticas y literarias.

04 mayo, 2017

Casa de Campo, origen y curiosidades históricas

Vista del palacio y la catedral de la Almudena desde una colina de la Casa de Campo. Por medio, las copas de los árboles del parque.
Palacio Real desde la Casa de Campo (F.Chorro).
Cuando Austrias y Borbones disfrutaban del Real Sitio de la Casa de Campo no podían imaginar que aquella enorme finca de recreo, aquel coto privado de caza, sería visitado varios siglos después por miles de personas que acuden al parque de atracciones, al zoológico o la recorren a pie, en bicicleta o en teleférico. A éstos podemos sumar los miles de viajeros que cada día transitan a través de la línea 10 del Metro, con un amplio tramo en superficie, o por la autovía de Extremadura, cuyos primeros kilómetros se trazaron sobre terreno que un día perteneció a la Casa de Campo.

Fue Felipe II quien se interesó por estos terrenos tan próximas al alcázar y sus posibilidades para practicar la caza. En 1556 ordenó la formación de un bosque cercano en la margen derecha del río Manzanares y tres años después, desde Bruselas, encargó a su secretario que comprara por un precio justo la vecina casa de campo de los Vargas. La compra se formalizó hacia 1561, recién estrenada la capitalidad de Madrid. Continuaba así Felipe II un proyecto iniciado cuando era príncipe y ordenó comprar las huertas, olivares y otros terrenos cercanos a la residencia real, en la zona del Campo del Moro y la Cuesta de la Vega, para crear un bosque.


Óleo de Félix Castello. Vista desde la altura la residencia real, rodewada de jardines, al lado un frondoso bosque con fuente. Al fondo los estanques.
Casa de Campo, 1634. Museo de Histora 
La casa de campo de los Vargas se convirtió en la Real Casa de Campo, y se construyó una pasarela que permitía al rey cruzar el río, donde en el siglo XIX  se construyó el Puente del Rey. Se mantuvo, con ligeras modificaciones, el palacete de sus anteriores propietarios, añadiendo arboledas, jardines, fuentes, estatuas, huertas, edificios auxiliares y estanques de agua corriente que aprovechaban los arroyos de la zona. 

Los estanques se empleaban para el regadío y para la cría de peces para el consumo. En sus orillas se plantaron cientos de chopos traídos desde Aranjuez. Con el tiempo, el real sitio se fue ampliando con adquisiciones de terrenos colindantes, creándose un bosque de caza de más de 10 kilómetros de circunferencia. En los jardines frente al palacete real se instaló en 1617 la estatua ecuestre del rey Felipe III, modelada en Florencia, que hoy se encuentra en la Plaza Mayor.

Con la llegada de Felipe V, primer rey de España de la Casa Borbón, se remodeló el palacete y sus jardines. La posesión se amplió notablemente en tiempos de Fernando VI y Carlos III, en cuyo reinado se terminó la tapia que cerraba la finca. Se realizó una reforestación y el cultivo de algunas tierras, construyendo casas de labor, ermitas y vaquerías. La finca se extendió hasta Aravaca.

El Teleférico sobrevuela las copas de los árboles y ofrece excelentes vistas del perfil de Madrid
Teleférico, Casa de Campo. Foto: F. Chorro.

La Casa de Campo fue uno de los escenarios del fusilamiento de madrileños alzados el 2 de mayo de 1808 contra la invasión del ejército de Napoleón. Unos años después, el 7 de julio 1822, junto a sus tapias encontraron la muerte los guardias reales sublevados, acuchillados por sus compañeros de caballería.
 

El Gobierno surgido tras la revolución de 1868, llamada la Gloriosa, expropió las propiedades de los reyes en Madrid. La Casa de Campo, el Real Sitio de la Florida, incluida la montaña del Príncipe Pío, y el Monte del Pardo se convirtieron en patrimonio del Estado, y el Retiro fue cedido al Ayuntamiento de Madrid.  

Con la llegada de la II República, en 1931, el Gobierno cedió la Casa de Campo al Ayuntamiento de Madrid y se abrió al uso público. En 1936, los frentes en Madrid de la guerra civil se establecieron principalmente en la Casa de Campo y la vecina Ciudad Universitaria. Como consecuencia, el antiguo palacete fue destruido. Más tarde fue restaurado, pero cambió su antigua imagen.


Dos niños observan las ocas que se alimentan en la orilla de un arroyo.
Ocas junto a uno de los arroyos. Foto: S. Castaño.
En 1952 se creó en las proximidades del paseo de Extremadura la Feria del Campo, con pabellones que representaban a las provincias españolas. Años después algunos se convirtieron en restaurantes de este gran parque.

Actualmente, la Casa de Campo es un espacio verde de unos 17 kilómetros cuadrados, a pesar del ‘pellizco’ que supuso el trazado de la autovía de Extremadura por el este. Dos de sus espacios emblemáticos, el Parque de Atracciones y el Zoológico se instalaron en 1972. El hoy llamado Palacio de los Vargas o de la Casa de Campo, a la entrada del parque frente al Puente del Rey, tiene diversos usos culturales.