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03 febrero, 2019

Madrid, historias de la guerra civil

Una columna de soldados catalanes desfila por la Gran Vía madrileña.
Voluntarios catalanes en Gran Vía (1937). Archivo Rojo.
Madrid fue uno de los escenarios más importantes de la Guerra Civil, tras el fracaso del golpe de Estado del 18 de julio de 1936. La ciudad permaneció fiel a la República y durante tres años resistió bombardeos, asaltos, hambre y bloqueos sin rendirse ante las tropas rebeldes.

Los militares sublevados contra la Segunda República se consideraban los salvadores de la patria, a la que iban a rescatar de un sistema político y unos líderes que llevaban el país a la destrucción. El cerebro del golpe, el general Mola, marcó la directriz: “El poder hay que conquistarlo en Madrid y la acción debe ser implacable y violenta”. Lo que vino después dejó corto el concepto destrucción.

En Madrid se combatió desde el primer momento. La primera acción subversiva en la capital se produjo el 19 de julio, cuando el general Fanjul tomó el cuartel de la Montaña, en la Montaña de Príncipe Pío, donde ahora está el Templo de Debod. Allí se hicieron fuertes 1.500 soldados a los que se sumaron grupos de falangistas armados. Los republicanos bombardearon con cañones desde la calle Ferraz y la plaza de España y al día siguiente grupos de milicianos y militares tomaron el cuartel. Hubo cientos de muertos, la mayoría entre los sublevados.

Además de su posición estratégica, el cuartel de la Montaña era importante porque guardaba 45.000 cerrojos de fusil. Desde ese momento, varios grupos de milicianos se trasladaron al norte de la provincia para frenar el ataque rebelde por ese lado: Somosierra, Lozoya, Guadarrama o Buitrago, donde se estableció el frente de guerra el 25 de julio.

Desde el principio miles de madrileños salieron a las calles y consiguieron que el Gobierno les entregara armas para la defensa de la ciudad. Una parte fue a parar a grupos radicales y anarquistas que actuaron al margen de las órdenes gubernamentales. Se inició así un periodo de caos y terror, justo aquello que los sublevados decían querer evitar con su golpe. Acosado por el enemigo militar y con organizaciones políticas y sindicales armadas en las calles, el Gobierno fue incapaz de frenar en los primeros meses de la guerra la quema de iglesias, la toma de palacios, los registros domiciliarios, robos y asesinatos, hasta los fusilamientos masivos de presos sacados de las cárceles ocurridos en Paracuellos. Crueles venganzas contra los considerados enemigos de la República y cómplices del golpe de Estado, ciudadanos de derechas, conservadores, aristócratas y religiosos. 
Un hombre camina por la calle que presenta destrozos y escobros por los bombardeos. Al fondo, la histórica Casa de Correos, en la puerta del Sol..
Calle Preciados durante la guerra. Archivo Rojo (MEC).


Ese verano del 36 la ciudad empezó a sufrir los primeros bombardeos de la aviación rebelde, que ocasionaría en lo sucesivo numerosas víctimas mortales entre los madrileños y los miles de refugiados llegados a la ciudad. Las estaciones del Metro se convirtieron en improvisados refugios durante toda la contienda. Sólo en los primeros siete meses de 1937 Madrid recibió 5.000 proyectiles.

El ejército de Franco se encontraba a las afueras de la capital a principios de noviembre y se esperaba un ataque inminente. Atrás dejaba un río de sangre entre sus adversarios, fusilamientos sistemáticos, violaciones, encarcelamientos, ‘desapariciones’… y una retaguardia que ejerció una brutal represión y asesinatos contra una parte la población civil.

El Gobierno, presidido en esos días por Largo Caballero, decidió trasladarse a Valencia y ordenó que las obras maestras del Museo del Prado le acompañaran allá donde fuera. Para ello creo la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico, que se ocupó de embalar debidamente cada obra con sus respectivos informes. La Junta se encargó también de incautar obras de artes de palacios, conventos y otros edificios tomados por los sindicatos y trasladarlas a sótanos seguros. Las principales estatuas de la ciudad, como La Cibeles y Neptuno, fueron protegidas con sacos terreros.

 
Varios grupos de mujeres y niños sentados en el suelo de un pasillo del Metro durante un bombardeo.
El Metro, refugio antiaéreo. Archivo Rojo (MEC)

El 6 de noviembre el Gobierno abandonó Madrid con destino Valencia y pocos días después salía en camiones el valioso cargamento del Museo del Prado. Por su parte, el presidente Manuel Azaña tuvo residencias en Barcelona y Valencia.

El general Miaja, el teniente coronel Vicente Rojo y otros altos oficiales quedaron al frente de la defensa de Madrid. Contaban con 23.000 soldados, unos 30 carros de combate rusos y 80 cañones. El ejército de Franco, que avanzaba hacia la ciudad desde el suroeste tenía unos 30.000 soldados bien preparados y mejor armamento, además del apoyo de aviones alemanes e italianos. Contra ellos lucharían más tarde los aviones rusos, único país que ayudó con armas a la República.

Los corresponsales extranjeros, que se alojaban en el hotel Florida, en la plaza de Callao, y enviaban sus crónicas desde el vecino edificio de Telefónica, pronosticaban la inminente caída de Madrid. Se equivocaron.

La Batalla de Madrid comenzó con un golpe de suerte para los defensores de la legalidad republicana. Tras una escaramuza, un grupo de milicianos encontró un documento con los planes de los rebeldes para tomar la ciudad al día siguiente. Los madrileños y varios batallones de las Brigadas Internacionales (voluntarios de muchos países que vinieron a España para luchar contra el fascismo), frenaron el avance del experimentado ejército de África a la órdenes de Franco. Hacía poco que resonaba en Madrid el eslogan ideado por la dirigente comunista Dolores Ibárruri: ‘¡No pasarán!’.

 
Un convoy con alimentos llega a Madrid desde Aragón. Los camiones llevan pancartas animando a los madrileños.
Alimentos enviados por Aragón. Archivo Rojo (MEC).

El ejército rebelde ocupó la Casa de Campo y los milicianos se atrincheraron en la Ciudad Universitaria. Fueron los dos frentes principales de Madrid, testigos de las más duras batallas, apenas alterados durante toda la guerra. El hotel Ritz, el hotel Palace y el Casino de Madrid se convirtieron en hospitales de campaña para soldados y civiles.

A los sufrimientos de la ciudad se sumó un trágico suceso el 10 de enero de 1938. Por necesidades de la guerra, se había instalado un polvorín en uno de los tramos del que era ramal de Metro Goya-Diego de León. A las nueve de la mañana estalló y la onda expansiva se extendió por los túneles y llegó hasta la estación de Sol. Murieron más de 80 personas.

A principios de 1938 el Gobierno, ante el avance de los franquistas, se trasladó a Cataluña con el Tesoro artístico. Al final de la guerra, 1.800 grandes cajas con las pinturas más selectas del Patrimonio español salieron hacia Suiza, quedando protegidas en la Sociedad de Naciones ubicada en Ginebra. Tras la guerra, en septiembre de 1939, el Tesoro volvió a Madrid.

 
Una mujer sale de una farmacia con la fachada protegida con sacos terreros.
Una farmacia protegida con sacos terreros.

Franco sólo consiguió entrar en Madrid cuando la derrota republicana ya era evidente en todo el país. El Consejo de Defensa abandonó la ciudad el día 27 de marzo de 1939. Sólo se quedó el político socialista Julián Besteiro, que luego fue acusado de "rebelión militar" por un tribunal militar del bando vencedor y condenado a 30 años de prisión. Enfermo, murió en la cárcel un año después.

Agotada, desolada, destruida y con sus principales referentes políticos e intelectuales en el exilio, Madrid iniciaba una nueva e incierta etapa. En el bando vencedor no faltó quienes pidieron que la capitalidad se trasladase a otra una ciudad que hubiera sido leal al general Franco, que se elevó el rango a ‘generalísimo’.