Paseo del Prado. Foto: S. Castaño |
Fue con la construcción del palacio del Buen Retiro, en sus inmediaciones, durante el reinado de Felipe IV, cuando este paseo cortesano tomó el carácter y las dimensiones de las que se hicieron eco los escritores del Siglo de Oro. El paso de la residencia de los reyes desde el viejo alcázar, al oeste de la ciudad, al nuevo palacio del Buen Retiro, al este, arrastró el centro de interés de las clases más pudientes, que levantaron sus palacios en el entorno del prado de San Jerónimo. La zona se embelleció, se construyeron varios puentecillos para atravesar el arroyo que recorría estos prados, se instalaron pequeñas fuentes con caños y la torre de la música, donde hoy está la fuente de Neptuno, que era lugar de instalación de músicos y venta de aloja, un tipo de refresco a base de agua, miel, levadura, canela y otras especias que se enfriaba con nieve o se servía como granizado, gracias a los pozos de nieve de Madrid.
Paseo del Prado, siglo XVII. |
La zona pasó a ser la preferida por los madrileños para sus paseos y encuentros amorosos. En su recorrido había tres calles formadas por dos largas filas de álamos. Allí lucían sus mejores galas la aristocracia, la damas de la alta sociedad, los oficiales de la guardia real, en sus carruajes y caballos engalanados, y el pueblo llano que se acercaba a pie buscando el frescor de la zona en las tardes de verano o el sol apacible en invierno.
Fue en el Madrid de Carlos III cuando aquellas alamedas tan animadas a las afueras de la ciudad se convirtieron en uno de los más bellos paseos de Europa. Con proyectos del capitán de ingenieros José Hermosilla y del arquitecto Ventura Rodríguez se crearon amplios paseos laterales y el gran espacio central, llamado Salón del Prado, terminado en 1782, entre la fuente de Cibeles y la fuente de Neptuno. El terreno se allanó, se plantaron árboles y se cubrió la hondonada del arroyo de la Castellana, se instalaron las fuentes mencionadas y, en medio de ambas, la fuente de Apolo, entre otras, diseñadas por Ventura Rodríguez. Además, en su entorno se levantaron el Jardín Botánico, la Real Fábrica de Platería, el Observatorio Astronómico, se remodeló el Hospital General, hoy Centro de Arte Reina Sofía, y se iniciaron las obras del Museo de Ciencias Naturales, que pasó a ser Museo del Prado en tiempos Fernando VII.
Fuente de Apolo, Salón del Prado. Foto: S C. |
Este gran proyecto urbanístico, que buscaba dar a Madrid la imagen de una capital moderna e ilustrada, contó, como siempre, con el visto bueno del Concejo de Madrid, que a fin de cuentas fue el encargado del buen curso de las obras, de su financiación, de reducir gastos y recaudar impuestos. De aquellos tiempos es una disposición que multaba con 10 ducados y 15 días de trabajos “en calidad de forzados” en las obras del Paseo del Prado a los cocheros que corrieran o trotasen más deprisa de lo normal por las calles o paseos de la corte. Otra orden establecía que cualquiera que rompiese una farola de las recién instaladas fuera castigado con 20 latigazos, además de la multa correspondiente.
Entre los numerosos monumentos que jalonan el trayecto entre la plaza de Cibeles y la Glorieta de Atocha se encuentra también el Palacio de Villahermosa, de 1805, donde antes estuvo el palacio de los duques de Maceda. Desde 1992 acoge el Museo Thyssen. Con el Museo del Prado
Fuente en el paseo del Prado. Foto: F. Chorro. |
Por si le faltaba algo al Paseo del Prado, en 1851 entró en funcionamiento el apeadero de Atocha, con la primera línea de ferrocarril, Madrid-Aranjuez, que luego sería estación de Atocha. Se construyó al sur del paseo, saliendo por la Puerta de Atocha, un acontecimiento que cambió para siempre la vida de la ciudad.
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