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30 noviembre, 2019

Leyenda de la calle de Cervantes y casa-museo Lope de Vega

Edificio de ladrillos y zócalo de piedra, Tres sencillos balcones en la planta superior y ventanas en la buhardilla.
Casa Lope de Vega. Foto: F. Chorro.
En la calle de Cervantes, por donde antaño se extendían las antiguas huertas del monasterio de los Jerónimos, hoy centro del Barrio de las Letras, cuenta la leyenda que el cardenal Pedro González de Mendoza, viniendo una tarde de invierno del monasterio fue interceptado por cuatro caballeros que le mostraron un bebé de pocos días, exigiéndole que se hiciera cargo de él y de un cofrecillo con documentos. El cardenal se opuso y les preguntó el motivo de tal requerimiento. Uno de ellos le contestó que aquello era un secreto que sería desvelado cuando llegara a su palacio y abriera  el cofrecillo. Le intimidaron de tal modo que el cardenal cedió a la petición. Ordenó a uno de sus criados que cogiera al niño y el cofre y pidió que uno de los desconocidos le acompañara, pero éstos respondieron que aquella misión también les comprometía a ellos y se marcharon.

Al llegar a su palacio, que estaba en la plaza de Santa María, donde se cruzan hoy las calles Mayor y Bailén, el cardenal abrió el cofrecillo. Lo que leyó le causó una profunda preocupación, porque supo que aquel niño era hijo del difunto rey Enrique IV, hermano de Isabel, que reinaría con el sobrenombre de ‘la Católica’. Aquel hecho podía complicar la estabilidad de Castilla. En secreto bautizó al bebé, le puso el nombre de su padre y le envió a Guadalajara para su crianza. Allí le visitaba a costa de su honra, ya que con el tiempo algunos sospecharon que era hijo del cardenal.

A la muerte en 1474 de Enrique IV, al que sus detractores apodaban ‘el Impotente’ por no haber tenido hijos con su primera esposa, Blanca II de Navarra, su hermanastra Isabel se proclamó reina de Castilla. Se desató una guerra civil  por la corona castellana entre partidarios de la hija del rey, Juana de Castilla, y los de su tía Isabel, que alegaban que Juana en realidad era hija de Beltrán de la Cueva, hombre de confianza de Enrique IV, motivo por el que la llamaban ‘la Beltraneja’.

El episodio del bebé llegó a oídos de Isabel, quien procuró por todos los medios que aquel niño no fuese reconocido un día como hijo de su hermano. El cardenal, conservó siempre el cofrecillo con los papeles y guardó fielmente el secreto.

Casa de Lope de Vega

Sala amplia de paredes blancas, techo con vigas a la vista y suelo de baldosas de ladrillo. Mesas, sillas, cuadros de la época y libros en una estantería se reparten por la estancia.
Casa Lope de Verga. Foto: casamuseolopedevega.org

En esta calle del Barrio de las Letras o de los Literatos tuvieron sus casas varios miembros de una familia de apellido Francos, que ocuparon puestos importantes en el Concejo madrileño. Por ello se la llamó calle de los Francos. En el número 2 de la que hoy es calle de Cervantes estaba la casa donde vivió sus últimos años y murió Miguel de Cervantes, en la esquina con la calle del León, junto al que fue famoso Mentidero de Representantes o de Comediantes. Lamentablemente, la casa fue derribada en 1833 y en la actual una placa recuerda al más célebre de los escritores españoles, con busto en relieve y una inscripción que alude a su gloriosa obra.

En el número 11 de esta calle, que baja hasta el paseo del Prado junto a la Fuente de Neptuno, está la casa de Lope de Vega, de principios del siglo XVII, restaurada y convertida en casa-museo en 1835. El Fénix de los Ingenios la compró en 1610 y en ella vivió 25 años, hasta su muerte en 1635. En ella fallecieron su hijo Carlos Félix a los siete años de edad, Juana de Guardo, su segunda mujer, al nacer su hija Feliciana, y una de sus amantes, Marta de Nevares. De esta vivienda salieron grandes obras la literatura, como Fuenteovejuna, El caballero de Olmedo, El perro del hortelano, Peribáñez y el comendador de Ocaña, La dama boba o El acero de Madrid. La casa fue vendida en 1674 por uno de los herederos y cambió de manos varias veces durante el siglo XVIII.

A principios del siglo pasado, su última propietaria creó una fundación para la conservación de la casa y nombró patrono de la misma a la Real Academia Española. El edificio, de dos plantas con buhardilla y fachada de ladrillo, fue restaurado en 1931 por el arquitecto Pedro Muguruza, cuidando al máximo la disposición que debió de tener en su origen: estudio-biblioteca, dormitorios, estrado para las mujeres, capilla, huerto. Se declaró monumento nacional y se inauguró en 1935, coincidiendo con el tercer centenario de la muerte del escritor. Para la ocasión se recibieron muebles y cuadros que habían salido de la vivienda donados por los familiares al vecino convento de las Trinitarias, donde fue monja una hija del escritor, Marcela.

Durante la reforma para convertirla en casa-museo aparecieron en el interior de la casa, utilizadas en arreglos anteriores, las jambas de la entrada principal y entre los escombros un trozo del dintel de la misma con la inscripción en latín: PARVA PROPIA MAGNA, MAGNA ALIENA PARVA ('casa propia es mucho aunque sea pequeña, casa grande es poco siendo ajena'). Y por encima las iniciales D.O.M (Deo Optimo Maximo) inscripción muy común en la época en edificios e iglesias para indicar: ‘A Dios el mejor y el más grande’. 


Unos metros más adelante esta calle se cruza con la de Quevedo, donde tuvo su vivienda el ilustre autor de ‘El Buscón’. En la esquina con la calle Lope de Vega, frente al convento de las Trinitarias, una placa recuerda que allí tuvo su casa Francisco de Quevedo.