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08 febrero, 2015

Los primeros trenes, de Madrid a Aranjuez

Maqueta realizada en hierro y cobre de la locomotora. Un gran cilindro central, con tres ruedas a cada lado, las delanteras de menor tamaño. Destaca la alta chimenea en el frontal.
Locomotora del primer tren (maqueta).
Vista general de la fachada con los dos edificios flanqueando la marquesina o nave de trenes.
Estación de Atocha, 1930.
El primer tren madrileño cubría el trayecto Madrid-Aranjuez y se puso en marcha el 7 de febrero de 1851 desde el apeadero de Atocha, en la glorieta del mismo nombre. El nuevo medio de transporte fue toda una revolución: la distancia entre Madrid y Aranjuez se redujo de las siete horas empleadas por las diligencias a hora y media. Además permitía viajar a cientos de personas y mercancías a la vez. La reina Isabel II inauguró este primer tramo de 49 kilómetros de una línea que aspiraba a unir Madrid con el mar.

Al principio, el recorrido hasta Aranjuez contaba con cuatro estaciones: Villaverde, Getafe, Ciempozuelos y Valdemoro, y dos apeaderos, Barrera de Valdemoro y Barrera de la Reina. Hacía poco más de dos años que se había inaugurado la línea Barcelona-Mataró, que fue la primera de España, en octubre de 1848. 

Por la línea Madrid-Aranjuez circulaban tres trenes diarios en cada sentido. Los precios por viaje eran de 20 reales en los vagones de primera clase, 14 en los de segunda, 8 en tercera y 4 en cuarta. En esta categoría última los viajeros iban de pie y a la intemperie, por lo que pronto fue eliminada.

El marqués de Salamanca


El millonario José de Salamanca (marqués de Salamanca desde 1886), aprovechó sus influencias económicas y políticas (fue ministro de Hacienda en 1847) para obtener la concesión de la línea Madrid-Aranjuez tras el depósito de 6 millones de reales de vellón. Con sus socios fundó en 1845 la Sociedad del Camino de Hierro de Madrid a Aranjuez. Los contratistas eran ingleses y de la dirección de obras se encargó el ingeniero de caminos Pedro Miranda, que sustituyó al británico William Green cuando éste abandonó la sociedad.

Las obras se iniciaron a finales de 1846 y en ellas trabajaron unos 7.000 hombres. Para tender la línea se realizaron más de un centenar de obras que sortearon varios ríos y numerosos arroyos. 


Al año siguiente a su inauguración, en una turbia operación con el gobierno de los liberales moderados, el marqués de Salamanca consiguió vender al Estado el tramo Madrid-Aranjuez por más de 60 millones de reales y hacerse con la concesión para el siguiente tramo, Aranjuez-Almansa. Luego, el gobierno liberal progresista anuló este acuerdo y José de Salamanca tuvo que devolver el dinero, y se rehizo la concesión del tramo a Almansa, con un presupuesto reducido en 10 millones de reales sobre el anterior.


Antiguas estaciones 
Vista parcial de la fachada de ladrillo, en la que destaca en frontal de la marquesina de trenes, de hierro y vidrio, coronada por dos leones alados.
La antigua estación de Atocha. Foto: S.C.

El ferrocarril tuvo rápido desarrollo. Más allá de Aranjuez, la línea se extendió hasta Tembleque (1853), Albacete (1855) y Alicante (1858) realizándose el recorrido en unas 15 horas. 30 años después de inaugurado el tramo hasta Aranjuez ya existían en Madrid varias estaciones de ferrocarril: La estación de Atocha (1890-92), la estación del Norte (Príncipe Pío), Delicias e Imperial. Eran por entonces el símbolo del progreso y las nuevas tecnologías, con el auge de la arquitectura del hierro.

La capital de España quedó comunicada con el norte a través de la línea Madrid-Irún; con el este, desde Atocha, por la prolongación de la línea de Aranjuez hasta Alicante; y con el oeste, desde la estación de Delicias, por la línea Madrid-Cáceres-Portugal. Además, se construyó una red de cercanías (ferrocarriles de vía estrecha) para comunicar Madrid con los principales pueblos de la provincia, y se levantó la estación de Imperial para el transporte de mercancías.


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