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19 noviembre, 2018

El alcalde Marqués de Vadillo y sus obras públicas

Reatrato al óleo conservado en el Museo de Historia de Madrid. Viste traje gristo con botones, pañuelo blanco al cuello y peluca a la moda de la época.
Marqués de Vadillo.
El primer marqués de Vadillo, Francisco Antonio Salcedo y Aguirre, fue uno de los alcaldes más populares de Madrid desde que ocupó el cargo a principios del siglo XVIII. A su época como regidor se deben los primeros faroles que alumbraron las calles de la ciudad. Ordenó que los vecinos instalaran en las fachadas de sus casas faroles a no más de cien pasos unos de otros. Era una prioridad para el Concejo de Madrid reducir los frecuentes delitos nocturnos, pero carecía de dinero suficiente para instalar miles de faroles y el alcalde decidió que cada familia alumbrara su fachada. El empedrado de calles, el decoro de la ciudad, el arreglo de los caminos o la asistencia a los pobres centraron su mandato. Por entonces, tenía Madrid unos 120.000 habitantes. 

Cuando le nombraron corregidor de Madrid en 1715 ya gozaba de buena fama por su trabajo en altos cargos de la Administración y contaba con la confianza de Felipe V, primer rey Borbón en España, a quien había apoyado durante la Guerra de Sucesión formando a sus expensas un cuerpo de infantería de 5.000 soldados para defender la causa del rey. Como recompensa, el monarca le concedió en 1712 el título nobiliario, cuyo nombre procede de El Vadillo, pueblo de la provincia de Soria donde su familia tenía propiedades y ganaderías.

Ermita de la Virgen del Puerto


Antes de llegar a Madrid había sido alcalde de de Plasencia (Cáceres), ciudad de la que guardaba gratos recuerdos, por ello un año después de llegar a la capital encargó al joven arquitecto Pedro de Ribera que construyera en el camino de salida a Extremadura una ermita dedicada a la Virgen del Puerto, patrona de Plasencia, de cuya imagen se hizo una réplica. El origen de esta imagen se sitúa en el puerto de Lisboa, de donde los placentinos tomaron esta devoción.


La ermita de la Virgen del Puerto, costeada por el alcalde, se levantó entre el parque del antiguo Alcázar o Campo del Moro y el cauce del río Manzanares, allanando la desigual explanada que había entre ambos, a la vez que se construía un paseo, que fue sustituido en tiempos de Carlos III por otro mucho más elevado, hoy paseo de la Virgen del Puerto. 
De estilo barroco madrileño, destaca su mezcla de arquitectura civil y religiosa, con torres coronadas por chapiteles
Ermita Vigen del Puerto. Foto: Memoria de Madrid.

La ermita fue inaugurada 1718 y durante muchas décadas fue lugar de una tradicional romería en este lugar de praderas y arboledas en la ribera del Manzanares, con verbenas que extendieron también a las Vistillas. 

Poco después, el marqués de Vadillo encargó a Pedro de Ribera la construcción  del Cuartel del Conde Duque, una petición del rey  para alojar a 600 guardias de corps (Guardia Real) y 400 caballos. Felipe V ordenó que todos los pueblos hasta 10 leguas a la redonda contribuyesen a su construcción. El Concejo de Madrid, tan escaso siempre de fondos, decretó impuestos al aceite, azúcar y cacao para aportar 20.000 escudos de vellón. En aquella época era el edificio más grande de Madrid, sus obras se prolongaron casi cuatro décadas hasta quedar totalmente concluidas en 1756.


Puente de Toledo


En 1719 el alcalde retomó la reconstrucción del Puente de Toledo, que se había derrumbado en 1680 a causa de una fuerte crecida del río Manzanares, después de haber sustituido al anterior puente de madera. De nuevo fue Pedro de Ribera el encargado de ejecutar la obra, concluida en 1732, que es la que ha llegado hasta nuestros días. Como ornamento, se coloraron en el centro del puente dos hornacinas con las imágenes de san Isidro y santa María de la Cabeza. Para financiar las obras el Concejo madrileño tuvo que vender los derechos que tenía sobre 72 autos sacramentales que Calderón de la Barca había escrito para la ciudad.


El día de la inauguración el alcalde quiso demostrar la seguridad del nuevo puente de Toledo, de 107 metros de largo, siendo el primero en cruzarlo en su carruaje. Habían pasado 72 años desde la primera construcción de este puente de piedra, que hoy enlaza la glorieta de Pirámides con la glorieta del Marqués de Vadillo. En ésta, una estación de Metro lleva también el nombre del ilustre personaje.


Otras obras notables de su época como corregidor de Madrid son el antiguo Hospicio de San Fernando, de 1722, hoy Museo de Historia de Madrid o la antigua Puerta de San Vicente, de 1726, que a diferencia de la actual estaba situada más arriba, hacia el interior de la ciudad. Además instaló fuentes en varios puntos de la ciudad, como la plaza de Antón Martín, la Puerta del Sol y la Red de San Luis.


Con otra de sus iniciativas quiso remediar el abandono en que se encontraban los niños que vivían en las huertas cercanas a la Puerta de Toledo. Decidió fundar en una casa del Concejo una escuela donde pudieran iniciarse en las primeras letras. Para el puesto de maestro se ofreció el sacristán de la parroquia de San Justo.

Francisco Antonio Salcedo y Aguirre ocupó el puesto de corregidor hasta su muerte en Madrid en 1729. Fue enterrado en la ermita de la Virgen del Puerto.

22 octubre, 2018

El Monte del Pardo y la tradición de san Eugenio

Grupo de mujeres y hombre (uno a caballo) en torno a la merienda campera.
La Romería de San Eugenio (I. Medina Vera. M.del Prado)
Corría el mes de noviembre del año 1642 cuando, según la tradición, un madrileño estaba robando bellotas en El Pardo, un monte reservado para las cacerías de los reyes. Felipe IV se encontraba allí cazando con la reina y varios personajes de la corte. El rey se había adelantado de sus acompañantes persiguiendo a un jabalí cuando se encontró con el ladrón. Éste le contó que la gente pasaba tanta hambre por culpa de la mala gestión del valido, el conde-duque de Olivares, que no le quedaba más remedio que colarse en aquel monte para coger las bellotas que comían los cerdos de palacio, y así alimentar a su familia. Al llegar los acompañantes a donde estaba el monarca, el hombre comprendió con quién había estado hablando y cayó de rodillas pidiendo perdón por sus atrevidas palabras. El rey no sólo le perdonó y le permitió llevarse el saco de bellotas y unas monedas que le dio, sino que otorgó licencia para que aquella fecha, 15 de noviembre, día de san Eugenio, los madrileños pudieran  acudir al monte de El Pardo a coger bellotas.

Este suceso dio origen a la romería San Eugenio, que fue muy popular hasta el primer tercio del siglo XX. Los madrileños esperaban esta festividad para acudir al Pardo a merendar a orillas del río Manzanares. Era una jornada de diversión, la gente jugaba y bailaba en corros, sonaban las guitarras y corrían las botas de vino de mano en mano, mientras otros se subían a las encinas a coger bellotas.

Este territorio del norte de Madrid pasó a ser residencia y coto de caza real a finales del siglo XIV, en tiempos de Enrique III, cedido por el Concejo de Madrid a cambio de que volver a ser villa de realengo, es decir bajo la autoridad directa del rey. Esto le daba una importante autonomía de la que no gozaban las posesiones y señoríos expuestos al arbitrio de la nobleza. Hacía unos años que Madrid había perdido ese privilegio, cuando el padre del rey, Juan I, concedió la Villa al monarca de Armenia en el exilio, León V. Desde la cesión de los derechos sobre El Pardo fue mayor la relación de los reyes con Madrid, hasta llegar a Felipe II, quien decidió instalar la corte de manera permanente en la ciudad en 1561. 

Un numeroso grupo de ciervos bajo una gran encina.
Monte de El Pardo (foto de la revista Foresta).

En el siglo XVII, bajo los reinados de Felipe III y Felipe IV se construyeron en este monte el palacio de El Pardo (hoy residencia de los jefes de Estado extranjeros) y el palacio de la Zarzuela (residencia de los Reyes de España). En 1750 Fernando VI ordenó construir la tapia de 66 kilómetros que rodea este monte, para dificultar la caza furtiva y preservar su preciada fauna. El acceso se realizaba a través de la Puerta de Hierro, monumento que en la actualidad se encuentra en una isleta delimitada por ramales de las autopistas A-6 y la M-30.


Tras la revolución de 1868, esta enorme finca y otras propiedades reales en Madrid pasaron a manos del Estado. Con la Restauración borbónica se revirtieron los derechos sobre las antiguas posesiones reales. En 1931, con la II República, El Pardo pasó a pertenecer al Patrimonio Nacional y se abrió al público, que ya no tuvo que esperar al día de san Eugenio para recoger las bellotas. Pocos años después, Manuel Azaña paralizó un proyecto de construcción de viviendas sociales en 600 hectáreas de El Pardo. Argumentaba el presidente de la República que, estando Madrid rodeado de grandes eriales había otros lugares para ubicar a la población antes que destruir parte del Monte. Después, durante la dictadura, el palacio del Pardo fue la residencia de Franco durante 35 años.

Con sus 150 kilómetros cuadrados, El Pardo representa una cuarta parte del municipio de Madrid, del que forma parte desde mediados del siglo XX, época en que se anexionaron a la capital los municipios colindantes. Su  acceso restringido y un alto nivel de protección lo conservan como uno de los mejores bosques mediterráneos de Europa. Sólo un 5 por ciento del territorio, en las inmediaciones del barrio del Pardo, puede recorrerse sin restricciones para conocer este enclave natural de la región.

En 1993 el barrio de El Pardo recuperó la tradicional romería de San Eugenio, cuyos protagonistas son los romeros vestidos con trajes típicos, la degustación de migas y sangría y la recogida de bellotas.

Respecto al nombre, se dice que el rey Alfonso XI mató un gran oso pardo en este monte, al que se llamó “el del pardo” en recuerdo de aquel día. Otros relacionan el origen de su nombre con el color de sus llanuras.


01 octubre, 2018

Origen de la Plaza de Isabel II o de Ópera

Placa cerámica con el nombre e imagen de la reina, rodeada de adornos de hierro y un farol de un restaurante de la plaza.
Placa de la Plaza de Isabel II. Foto: S.Castaño.
Cuando José I ordenó derribar todas las casas frente al Palacio Real, surgió un enorme solar en el que muchos años después se construyeron la plaza de Oriente y la de Isabel II. Era 1810 y Madrid estaba ocupado por las tropas francesas. El  hermano de Napoleón, José I, tenía un plan para reformar la ciudad de su reinado, que incluía abrir un amplio bulevar desde el palacio a la Puerta del Sol, por la calle del Arenal. Tras su derrota en la guerra de la Independencia y su regreso a Francia, aquel terreno quedó sin edificar.

La zona que ocupa la plaza de Isabel II era conocida por los madrileños como los Caños del Peral, nombre que le venía de la fuente de tres caños y lavaderos que allí había. La fuente regaba parte de la llamada Huerta de la Reina, donde abundaban los perales. El nombre se le puso a una calle que se asoma a esta plaza cuando desapareció la huerta y a la plaza. En ese lugar se inauguró en 1738 el Gran Teatro o Teatro de los Caños del Peral, dedicado a la ópera italiana. Era un coliseo con capacidad para 1.680 espectadores, 500 de pie, y contaba con 36 palcos. Con su construcción desapareció la fuente que le dio nombre.
Vista general desde un lateral, frente a la calle Caños del Peral y a su lado el treatro Real Cinema.
Vista general. Al fondo, el Real Cinema. Foto: F.Chorro.

En el siglo siguiente, en 1814, en aquel viejo edificio se reunieron las Cortes Españolas al volver de Cádiz tras la Guerra de la Independencia. Debido a su mal estado el teatro fue demolido tres años después, reinando Fernando VII.

Muy cerca de donde estuvo el Teatro de los Caños del Peral, Isabel II inauguró en 1850 el Teatro Real, teatro de la ópera.  Para levantarlo se invirtieron
32 años y 42 millones de pesetas. Fue necesario allanar la plaza y tapar el  barranco del arroyo del Arenal, aunque el mayor problema era su asentamiento sobre cursos de aguas subterráneas. El mismo año de su apertura se instaló la estatua de la reina, obra de José Piquer, delante de la fachada del teatro y la plaza pasó a llamarse de Isabel II.
Fachada este del Teatro Real, en un extremo de la plaza, con su garndes carteles anunciadores de espectáculos.
Teatro Real desde la plaza de Isabel II. Foto: F.Ch.

Esta plaza ha tenido otros nombres a lo largo de su historia. Tras la revolución de 1868, que acabó con el reinado de Isabel II y la llevó a exiliarse en Francia, el lugar se llamó, aunque no por mucho tiempo, plaza de Prim, en honor del general Prim, uno de los dirigentes de la revolución. La estatua de la reina fue retirada y no volvió a la plaza hasta 1905. Más tarde, durante la II República, se llamó plaza de la Ópera y durante la guerra civil, plaza de Fermín Galán, capitán fusilado en 1930 por sublevarse contra la monarquía.

Entre los madrileños es conocida como Ópera, lugar de encuentro entre el Palacio Realplaza de Oriente y la Puerta del Sol. Es lugar de mercadillos navideños y actividades lúdicas, frecuentado a diario por músicos, actores, magos o malabaristas que atraen la atención de los numerosos paseantes.

13 septiembre, 2018

Curiosidades del Museo de Historia de Madrid

Portada retablo de la fachada principal, realizada en granito. Incluye la hornacina con la imagen del santo patrón del antiguo hospicio, el rey Fernando III.
Museo de Historia de Madrid. Foto: A.Castaño.
El Museo de Historia de Madrid ocupó en 1929 el antiguo Hospicio de San Fernando, uno de los edificios más notables del barroco madrileño. En su origen eran unas casas a la salida de Madrid hacia Fuencarral que desde 1673 servían de amparo a mendigos, huérfanos, ancianos e inválidos, que encontraban allí asilo, hospital, escuelas y talleres. Fueron muy demandadas sus manufacturas de tejidos de lana, incluso por los pueblos vecinos por el precio ajustado de sus productos. En el solar de estas casas se levantó en 1722 el edificio del Hospicio de San Fernando, según diseño de Pedro de Ribera, que realizó la famosa portada de su fachada.

El Ayuntamiento de Madrid colaboró en la construcción de este edificio de la calle Fuencarral dedicando cuatro maravedíes de cada entrada vendida en los teatros de la ciudad. Posteriormente fue ampliado y reformado hasta llegar a tener 1.700 plazas.

Por este hospicio, propiedad de la Diputación de Madrid desde mediados del siglo XIX, pasaron algunos personajes famosos, como Pablo Iglesias, fundador del Partido Socialista Obrero Español, huérfano de padre, que ingresó  junto a su hermano Manuel. En este centro aprendió el oficio de tipógrafo.

 
Vista general de la fachada del edificio, de dos plantas y con grandes ventanas adinteladas. A sus puertas, un coche de la época y varios viandantes.
Imagen del museo en la década de 1830.

A principios del siglo pasado y debido a su mal estado el hospicio estuvo a punto de ser derribado por completo. Sin embargo, su declaración como monumento histórico artístico en 1919 y las intervenciones de la Real Academia de San Fernando, la Sociedad General de Arquitectos y algunos intelectuales consiguieron que el Ayuntamiento madrileño comprara lo que quedaba del edificio, salvando y restaurando la parte principal. En 1926 el inmueble acogió una gran exposición dedicada a la ciudad, cuyo éxito dio pie a la creación del Museo Municipal (hoy Museo de Historia de Madrid), inaugurado en 1929, siendo su primer director fue el poeta Manuel Machado.

Sus colecciones de pinturas, porcelanas, muebles, fotografías, dibujos, estampas, abanicos, monedas o piezas arqueológicas forman un conjunto precioso para conocer de la historia de la ciudad. Pese a ello, el museo estuvo cerrado entre 1956 y 1979.

Entre sus obras más importantes se encuentra, por su interés histórico y artístico, el Modelo de Madrid de 1830, maqueta realizada por el teniente coronel de Artillería León Gil de Palacio reinando Fernando VII. Una obra excepcional que muestra la imagen de la ciudad poco antes de la época de las grandes transformaciones urbanísticas iniciadas con la desamortización de Mendizábal.

 
Vista general de la maqueta, situada a nivel del suelo dentro de una gran vitrina.que se encuentra
Maqueta de Madrid de 1830. Foto S.C.

La maqueta mide 5,20 x 3,50 metros y consta de diez bloques separados por las calles principales. Madrid, rodeada de una cerca de tiempos Felipe IV, contaba con 200.000 habitantes, 8.000 casas, 492 calles, cuatro plazas y 79 plazuelas. El trabajo se realizó en 23 meses, utilizando distintos tipos de madera, además de papel para la decoración de fachadas y calles, tierra, seda, vidrio, alambre, lana y metal.

Otra de las obras más representativa del Museo de Historia de Madrid es la Alegoría de la Villa de Madrid, de Goya. La curiosa historia de esta pintura da fe de la convulsa historia del siglo XIX. Una joven matrona coronada representa a Madrid, vestida de blanco y con manto rosa tiene a sus pies un perro, símbolo de fidelidad. La joven señala con su mano un medallón en el que se lee  “Dos de Mayo”, rodeado por las figuras de la Fama, la Victoria y ángeles.

En su origen este cuadro tan colorido era un homenaje del Ayuntamiento afrancesado de 1810 al rey José I, cuyo retrato ocupaba el medallón. Cuando los franceses abandonan Madrid tras la derrota de su ejército en 1812, el medallón se cubrió con la palabra
El lienzo de Francisco de Goya contiene elementos clásicos y un gran colorido en los ropajes.
Alegoría de la Villa de Madrid
“Constitución”, en referencia a la que acababan de aprobar las Cortes en Cádiz. Unos meses después, en noviembre del mismo año, los ejércitos de Napoleón consiguen recuperar el trono para su hermano José y en la pintura de Goya vuelve a aparecer el rostro del ‘rey intruso’. Luego, la victoria de España y sus aliados y la huida de los franceses en 1813 restituye en el óvalo del lienzo la palabra “Constitución”. La vuelta de Fernando VII al trono hizo que sea imagen  ocupara el medallón. En 1843, el ascenso de los liberales sustituye el rostro del rey por el “Libro de la Constitución”. Por fin, en 1872 se encarga al pintor Vicente Palmaroli eliminar los repintes y poner “Dos de Mayo”. 

Otras obras de especial relevancia del museo son el plano de Madrid de Pedro Texeira (1656) o los sepulcros renacentistas de Beatriz Galindo ‘La Latina’ y su esposo, Francisco Ramírez, ‘el Artillero’, procedentes del antiguo hospital de La Latina, de la  calle de Toledo.


Video de la mqueta de Madrid de 1830 (J.G. Producciones):
https://www.youtube.com/watch?v=wMNDr3E6eh4





17 agosto, 2018

Pozos de nieve y los primeros helados y refrescos

Vista parcial del la zona norte de Madrid, donde aparece dibujada la Puerta de los Pozos de Nieve y al lado el recinto donde estaban excavados.
Pozos de Nieve (mapa de mediados del XVIII).
Los primeros refrescos, sorbetes y helados consumidos en Madrid se elaboraron a finales del siglo XVI para la familia real y personajes principales de la Corte. Se obtenían utilizando la nieve prensada o hielo de los ventisqueros de las sierras. Eran artículos de lujo que empezaron a conocerse entre la población a principios del siglo XVII, cuando se creó un servicio de suministro de nieve a la ciudad.

Por entonces los helados se elaboraban introduciendo en un cubo de corcho una vasija que contenía zumo de frutas, agua con miel y otros líquidos dulces y especiados, y rellenado con nieve los huecos entre ambos recipientes. Cuando se popularizó el enfriamiento de bebidas se construyeron en Madrid los pozos de nieve. Los primeros se construyeron en la plaza de la Villa y en la plaza de Herradores. Eran pozos secos, revestidos por dentro de piedra o ladrillos y con desagües en el fondo, en los que se depositaba la nieve prensada procedente de los pozos de nieve de la sierra, principalmente de la de Guadarrama, y desde ahí se distribuía a la ciudad.

La compañía encargada del suministro transportaba la nieve por la noche en mulas y carretas, entrando en Madrid por la única puerta autorizada a esta mercancía, la Puerta de los Pozos de Nieve, llamada luego Puerta de San Fernando y, desde 1837, ubicada más al norte, Puerta de Bilbao, en la actual glorieta de Bilbao. La Puerta de los Pozos de Nieves estaba en la calle Fuencarral a la altura de la calle Divino Pastor. Allí muy cerca estaban excavados los pozos donde se guardaba la nieve para enfriar bebidas y alimentos. Y allí se pagaba un impuesto, el ‘Quinto’, equivalente a la quinta parte de las ventas de nieve, de modo que era una industria importante para las arcas del Reino. Desde estos depósitos se distribuían los bloques de hielo para las tabernas de Madrid. 


También hubo pozos de nieve en la Puerta del Sol, Carrera de San Jerónimo, Cuesta de Santo Domingo, Puerta Cerrada o en la Casa de Campo. Había otros de uso privado en palacios y casas de recreo de ministros o consejeros de la corte y en los principales conventos de la ciudad.
La joven aguadora apoya en su cadera un cántaro de agua y sostiene en la otra mano un cestillo con vasos para beber.
La aguadora (Goya).

El proceso comenzaba en los ventisqueros de Guadarrama, Navacerrada, el Real de Manzanares o El Escorial desde donde los ‘boleros’ trasladaba la nieve en capazos o rodando grandes bolas de nieves hasta los pozos cercanos. En el interior de estos pozos otros obreros se encargaban de prensar la nieve mediante ‘pisones’, formando capas de hielo que luego cubrían con paja y helechos para aislarla de la siguiente capa. Así hasta llenar los pozos, que quedaban cerrados al cuidado de un guarda.

Al llegar la primavera los aguadores madrileños y los puestos callejeros de agua de cebada, horchata, helados, sorbetes o limonada y otros refrescos como la aloja se instalaban en la zona de los pozos, para asegurarse el suministro fácil de hielo. Con el tiempo la glorieta de Bilbao se convirtió en zona de recreo para los madrileños, se plantaron numerosos árboles en la zona y se abrieron tabernas, cafés y cervecerías.

Cuando falleció la duquesa de Alba,
en julio de 1802, a los 40 años de edad, entre los madrileños, sorprendidos por la inesperada noticia, se comentó que aquella tarde había comido un helado hecho con hielo de los ‘neveros’ de la calle Fuencarral. Y aunque el consumo de agua helada ocasionaba problemas de salud entre los imprudentes, fue otra la causa de su fallecimiento.

Durante más de tres siglos se mantuvo esta industria en Madrid, hasta la aparición de las primeras fábricas de hielo a mediados del siglo XIX y luego los primeros frigoríficos en los años 20 del siglo pasado. El descampado donde se encontraban los pozos de Fuencarral dejó paso a la construcción de un barrio acotado hoy por las calles Barceló, Apodaca y Mejía Lequerica.

19 julio, 2018

El Madrid de la II República

Vista general de la plaza con numerosos viandantes, coches y tranvías de la época
Puerta del Sol, 1935. Foto anónima.
La victoria de los republicanos en las elecciones municipales de abril de 1931, convocadas por el último gobierno de la monarquía de Alfonso XIII, abrió una época de esperanza para los madrileños que votaron mayoritariamente por los ideales democráticos. El triunfo  de los republicanos frente a los monárquicos en la capital y en las principales ciudades del país provocó la caída de la monarquía. Las elecciones generales celebradas poco después confirmaron la amplia mayoría de la alianza entre los partidos republicanos y el Partido Socialista Obrero Español.

Todo se precipitó en Madrid desde la jornada electoral del 12 de abril. A primera hora de la mañana, los barrenderos extendieron en la Puerta del Sol y calles aledañas varios carros de arena para evitar que los caballos de la policía resbalaran en caso de intervención. No fue necesario, aunque durante la víspera hubo tensiones entre republicanos y monárquicos concentrados en esta plaza, dando vivas al rey o a la República.

El 14 de abril, a instancias del Gobierno, Alfonso XIII declaró el abandono temporal del poder y salió de Madrid por la Casa de Campo hacia el exilio. En la Puerta del Sol, miles de personas festejaron el cambio de régimen político. Desde el edificio de Gobernación –hoy sede de la Comunidad de Madrid- los representantes del nuevo Gobierno provisional proclamaron la II República.

 
En la Puerta del Sol un grupo de personas se eleva sobre la multitud enarbolando una bandera republicana.
Proclamación de la II República. Foto Alfonso

La candidatura republicana madrileña, coalición republicano-socialista, estaba representada por destacados personajes, como Francisco Largo Caballero, Fernando de los Ríos, Eduardo Ortega y Gasset, Julián Besteiro, Niceto Alcalá Zamora, Miguel Maura, Álvaro de Albornoz, Cayetano Redondo, Rafael Salazar o Pedro Rico. La candidatura monárquica al Ayuntamiento contaba también con hombres prestigiosos, como Ramón de Madariaga, Luis María Zunzunegui, Fernando Suárez de Tangil y Angulo, conocido como conde de Vallellano, Apolinar Rato y Rodríguez San Pedro, Luis Barrena, marqués de Encinares o Alonso de Ojeda.

El mismo día que el rey abandonaba la capital, la nueva corporación municipal nombró alcalde al madrileño Pedro Rico. A los cinco días de su mandato pudo dar una noticia muy esperada por los madrileños: la cesión al Ayuntamiento de la Casa de Campo y de los jardines del Campo del Moro.

El optimismo del nuevo alcalde se vio pronto ensombrecido por la acción de grupos de exaltados y violentos que se dedicaban a quemar iglesias, conventos y otros edificios religiosos. Entre los logros de Pedro Rico destacan las iniciativas sociales, la apuesta por la construcción de centros escolares para los más de 50.000 niños madrileños sin escolarizar por falta de escuelas, la concesión de becas escolares para los más pobres y bien capacitados, y los comedores escolares para miles de alumnos.

El Ayuntamiento contrató temporalmente a 10.000 desempleados y puso en marcha la  construcción de viviendas baratas, con un presupuesto de 30 millones de pesetas. Como curiosidad, ordenó que las criadas pudieran utilizar siempre el ascensor, algo que tenían prohibido hasta entonces aunque vinieran de hacer la compra.
Un grupo de personas en un lateral de la plaza junto a un vehículo de transporte de viajeros.
Plaza Mayor, 1932. Foto anónima.
 


La II República llegó en un periodo de crisis económica mundial por los desastres de la I Guerra Mundial. El Gobierno apostó por reactivar la economía y reducir las cifras del paro mediante la construcción de edificios públicos. En Madrid, entre otros, destaca el  proyecto de una estación en Chamartín para enlazar los trenes del norte con la estación de Atocha, mediante un túnel subterráneo bajo el paseo de la Castellana o el proyecto de Nuevos Ministerios -terminado al principio de la dictadura-, sobre los terrenos del antiguo hipódromo, que fue trasladado a la Quinta del Pardo.

Para celebrar el primer año de República, el Ayuntamiento organizó en el paseo de la Castellana un desfile de los servicios municipales que resultó un éxito. Miles de madrileños aplaudieron al paso de los guardias municipales,
los bomberos, los vehículos de las casas de socorro, del laboratorio municipal y de la banda municipal, los operarios del matadero completamente ataviados, barrenderos y basureros con su carros y útiles de trabajo, los vehículos de riego y limpieza y los nuevos autobuses comprados por el Ayuntamiento.

En los años de la Segunda República se construyó el viaducto que cruza la hondonada de la calle Segovia, que sustituyó al viaducto de hierro levantado en la segunda mitad del siglo XIX. También se continuó la creación de la Ciudad Universitaria. Los barrios de la capital crecieron, sobre todo los más alejados del centro, donde se estableció una gran población de obreros. Se crearon muchas colonias de casas baratas, edificios escolares, el mercado central de Pescados o el mercado de Olavide. Este último fue dinamitado a principios de los años 70 por el alcalde García Lomas.
Imagen del desfile en la Castellana. En primer plano los barrenderos.
Desfiles de los servicios municipales, 1932. ARMH.
 


El 23 de abril de 1933 se celebraron nuevas elecciones en las que por primera vez las mujeres pudieron ejercer el derecho al voto. Ganó la derecha en conjunto, pero en Madrid vencieron los socialistas y Pedro Rico mantuvo el puesto. Ese año se implantó una moderna red de autobuses que llegó a tener 9 lineas y 43 vehículos, entre ellos algunos de dos pisos, que comenzaron a circular por Madrid por primera vez.

Hacia finales del periodo republicano Madrid tenía más de un millón de habitantes distribuidos en 10 distritos: Palacio, Centro, Latina, Congreso, Universidad, Chamberí, Buenavista, Hospital, Inclusa y Hospicio. La ciudad contaba con nuevos tramos de la red del Metro y el número de vehículos había aumentado hasta 59.000, entre ellos más de 3.200 taxis. Los madrileños llenaban las 47 salas de cine de la ciudad, al precio de una peseta la entrada al patio de butacas, y los 11 teatros, a dos y tres pesetas la entrada. Cafés y cervecerías prosperaban en toda la ciudad y se vivió una revitalización del cuplé, género musical que había desaparecido una década atrás, con la dictadura de Primo de Rivera.
 
Las tensiones y los duros discursos entre partidos políticos se acentuaron a partir de 1936, año de elecciones generales que ganó el Frente Popular, coalición de izquierdas. Extremistas de izquierda y derecha cometieron asesinatos en Madrid, como el del diputado monárquico José Calvo Sotelo a mediados del mes de julio. En el mes de julio, el fracaso del golpe de Estado de una parte del Ejército, que se venía gestando desde meses antes, provocó la guerra civil en España. Se truncaron las esperanzas y los proyectos y se abrió un periodo incierto, cruento, de grandezas y miserias en el que de nuevo Madrid y los madrileños fueron protagonistas.

24 mayo, 2018

Palacio de Cibeles, una historia de correos

Fachada principal del edificio, con sus torres, pináculos y amplios ventanales.
Palacio de Cibeles, Ayuntamiento de Madrid. Foto: S.C.
El que fuera Palacio de Comunicaciones, hoy Palacio de Cibeles y sede del Ayuntamiento de Madrid, se construyó para reunir en un mismo edificio la gestión de las comunicaciones por correo, telégrafo y teléfono. El monumental edificio sustituyó en sus funciones a la Real Casa de Correos, en la Puerta del Sol, que pasó a ser el Ministerio de la Gobernación, hoy sede de la Comunidad de Madrid. 

Los jóvenes arquitectos Antonio Palacios y Joaquín Otamendi, ganadores del concurso para su construcción, levantaron entre 1907 y 1919 un edificio de más de 12.000 metros cuadrados de extensión y estilo ecléctico clasicista. Del entramado metálico del nuevo palacio se encargó el ingeniero Ángel Chueca, que empleo hasta 2.000 toneladas de hierro, y de la mayoría de esculturas y adornos de la fachada, Ángel García.

El Palacio de Comunicaciones, también llamado de Telecomunicaciones, se edificó en un extremo del antiguo recinto del palacio del Buen Retiro, en la que era por entonces plaza de Castelar, hoy plaza de Cibeles. La decisión no estuvo exenta de polémica, ya que el lugar elegido era uno de los preferidos por los madrileños en verano, un espacio de recreo llamado Jardines del Buen Retiro, que contaba con el Teatro Felipe, teatro de verano donde se representaban obras del género chico y óperas; un templete de música, un café y puestos de periódicos y flores, entre otros.

El coste del edificio fue de unos 10,3 millones de pesetas. Por su tamaño, su fachada de piedra blanca labrada y sus torres con pináculos, ideados en principio para sujetar hilos telegráficos, la central fue bautizada por los madrileños como ‘Nuestra Señora de las Comunicaciones’. A su inauguración, el 14 de marzo de 1919, asistieron los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Los arquitectos simultanearon las obras con las de otros dos edificios majestuosos: el Banco Español del Río de la Plata, en la esquina de la calles Alcalá y Barquillo, hoy sede del Instituto Cervantes, y el Hospital de Jornaleros, en la calle Maudes.

 
Puerta y torre principales están frente a la Fuente de la Cibeles, en primer plano.
Parte central, frente a La Cibeles.

El Palacio de Comunicaciones se convirtió pronto en uno de los iconos de la ciudad. En su amplio vestíbulo el público encontraba los servicios de correos, telégrafos y cabinas de teléfono. Los coches y motos de reparto aparcaban en el antiguo pasaje de Alarcón que dividía el inmueble en dos partes.

Las cartas, tarjetas postales y demás correspondencia podían depositarse en los propios buzones de la central, en las oficinas de correos o estafetas repartidas por la ciudad, en los buzones de las expendedurías de tabacos (estancos) o en los buzones sobre postes en las calles principales. Además, casi todos los tranvías llevaban un buzón en la parte exterior para dejar la correspondencia, que era recogida al pasar los tranvías por la plaza de Castelar, Puerta del Sol, en otros cruces importantes y en las estaciones de tren, donde había carteros, lo que agilizaba el servicio.

Además de la recepción, transporte y distribución de correspondencia ordinaria y urgente, certificados contra reembolso, paquetería, servicio postal aéreo y venta de sellos, el servicio de Correos se encargaba del giro postal nacional e internacional y la expedición de tarjetas de identidad para España y el extranjero.

Con la construcción del Edificio Telefónica en la Gran Vía a finales de los años 20, el Palacio de Comunicaciones dejó de ser la central telefónica, pasando sus funciones al nuevo edificio. El gran desarrollo de Madrid en el último tercio del siglo XX, con el consiguiente aumento del tráfico rodado, hizo cada vez más problemática la distribución del correo desde una ubicación tan céntrica, en el eje de las dos principales arterias de la ciudad. Finalmente se optó por trasladar el servicio de Correos a la periferia y el edifico quedó prácticamente en desuso. 


En 2007 el Ayuntamiento de Madrid compró el inmueble y en 2011, tras una importante restauración, instaló en él la Alcaldía de Madrid. Entre 2008 y 2009 el pasaje de Alarcón, de 2.800 metros cuadrados, fue restaurado y cubierto por una bóveda de cristal a 30 metros de altura, formada por 2.000 cristales triangulares. Es uno de los espacios emblemáticos del conjunto: la Galería de Cristal, lugar de reuniones y eventos, que junto al moderno espacio cultural CentroCentro y la antigua sala de reparto, hoy salón de plenos, o las diversas salas acondicionadas para reuniones empresariales, exposiciones o restaurante dan al Palacio de Cibeles un carácter moderno y polivalente.

05 abril, 2018

Platos, tapas y dulces típicos madrileños

Platos de cocido junto a los pucheros de barro en los que se ha cocinado a fuego lento en las ascuas de la lumbre. Ésta se considera la manera de btener el mejor cocido.
Cocido madrileño. Foto: Turismo de Madrid.

La cocina típica madrileña tiene sus raíces en las provincias vecinas que formaban Castilla la Nueva, y especialmente la zona de La Mancha. Desde que Madrid se convirtió en capital de España con Felipe II, en 1561, gentes de todo el país se trasladaron a la Villa y Corte y con ellos sus recetas. El paso del tiempo trasformó la diversas fórmulas culinarias según los gustos populares y los productos disponibles.

La influencia foránea en las especialidades de la capital hace que los expertos no se pongan de acuerdo en el total de platos que pueden considerarse madrileños, por las variaciones que con las mismas bases existen en otras provincias. De ahí el nombre ‘a la madrileña’ que acompaña a muchos platos. La gastronomía tradicional madrileña se caracteriza por su origen humilde y en ella destacan por trayectoria el cocido, los callos, las gallinejas y entresijos, los caracoles y los buñuelos de bacalao.

Se cree que el cocido madrileño deriva de un plato de origen judío, la adafina, aunque la receta que hoy conocemos se fundamenta a finales del siglo XVII. Durante mucho tiempo el cocido fue plato nacional de consumo diario, con variaciones según las provincias y el poder adquisitivo de las familias, pero con unos ingredientes básicos: garbanzos, tocino, carne y alguna verdura. Estos dos últimos ingredientes marcan las diferencias entre recetas según se utilicen unas u otras o todas (gallina, pollo, morcillo, chorizo, morcilla, jamón, pie de cerdo, repollo, acelgas, col, zanahoria, judías verdes), además de huesos de jamón, ternera o espinazo de cerdo.

De esta tradición y en tiempo de Cuaresma surgió el potaje de vigilia, también plato nacional, cuyo origen se atribuye a Madrid. En este guiso los garbanzos se acompañan de bacalao en salazón, que sustituye a  la carne, y espinacas, patata y huevo duro.

Los callos a la madrileña, cuya receta surge entre las clases populares en el siglo XVII, es otro plato sencillo y suculento protagonista de la cocina típica madrileña. Su ingrediente principal son trozos de estómago de ternera (también pueden ser de cordero), acompañados de una salsa elaborada principalmente con chorizo, morcilla, pata y morro de vaca, jamón, pimentón, cebolla, ajo y tomate.

El camarero sirve una ración de caracoles en la típica cazuelita de barro.
Caracoles a la madrileña. Foto: R. Molano
Los caracoles a la madrileña es otra de las principales recetas de esta cocina. Antiguamente se comían los caracoles procedentes de los numerosos  viñedos cercanos a la ciudad. Tras una limpieza a fondo se guisan con una salsa que incluye chorizo, jamón, cebolla, ajo, pimentón y comino. Como los callos, esta especialidad es propia de bares de tapas y, como aquella, suele tener un toque picante.

Otro plato situado entre los primeros de la tradición madrileña son las gallinejas y entresijos, cuya materia prima son las tripas de cordero lechal. Se fríen en su propia grasa y se consumen recién hechos en bares de tapas de ambiente castizo y en puestos de comida durante las fiestas populares.

Buñuelos de bacalao rebozado propias de bares castizos del centro histórico de la ciudad.
Tajadas de bacalao. Foto: S.C.
El recetario popular madrileño incluye la gallina en pepitoria, que era el plato preferido de Isabel II, por lo que tuvo su mayor auge a mediados del siglo XIX. Sus raíces son árabes, como sugieren los ingredientes con los que se elabora la gallina: azafrán, frutos secos y yema de huevo principalmente.


Una tapa típica en bares madrileños es el bacalao rebozado, como  buñuelos, tajadas o los más propios soldaditos de Pavía. Estos se elaboran a base de tiras de lomo de bacalao desaladas, rebozadas y fritas acompañadas de tiras de pimiento rojo. Reciben su nombre por recordar a los uniformes que utilizaban los Tercios españoles en la batalla de Pavía (Italia) en la que fue apresado el rey de Francia, lo que dio lugar al primer Tratado de Madrid.

Bocadillo de calmares. Foto: S.C.
Muy populares en la capital  son los bocadillos de calamares que se sirven recién hechos en numerosos bares y suelen tomarse acompañados de una caña de cerveza. Esta bebida se popularizo entre los madrileños a principios del siglo XX, aunque era conocida en España desde el siglo XVI, cuando Carlos I llegó con su corte de alemanes. Ya en el siglo XVII existían una decena de fábricas de cerveza en la capital. 

La repostería madrileña cuenta con algunos productos típicos, por lo general vinculados a determinadas celebraciones. Entre los dulces populares están los bartolillos, que se consumen principalmente en Semana Santa. Pueden tener forma de empanadilla, triángulo, caña o cucurucho y van rellenos de crema pastelera y fritos en aceite.

Puesto callejero de barquillero ataviado con el traje típico madrileño. Entre las dos mesas se encuentra la típica barquillera roja con el escudo de la ciudad. En ella antiguamente se guardaba los barquillos e incluye una ruleta en la parte superior.
Barquillero y sus barquillos. Foto: S. Castaño
La festividad de san Isidro, patrón de Madrid, lleva asociada el consumo de las típicas rosquillas con el nombre del santo, en sus variedades ‘listas’ o ‘tontas’ según incorporen o no una cubierta seca a base de azúcar, limón y yema de huevo. Además, las rosquillas de Santa Clara, cubiertas por merengue seco, y las ‘francesas’ con almendra picada y azúcar. Se venden principalmente en el mes de mayo en todas las pastelerías y también eb los puestos instalados en las verbenas y en la pradera de San Isidro.

Otro dulce típico son los barquillos, obleas hechas con harina, azúcar, canela o vainilla que antiguamente tenían forma de barco, de donde les viene el nombre. En la actualidad tienen forma de caña o canuto o de pañuelo plegado. Los más auténticos los ofrecen los barquilleros vestidos con traje típico de chulapo en el centro histórico de la ciudad, principalmente durante las fiestas de San Lorenzo, San Cayetano y La Paloma y en las fiestas de san Isidro.

19 marzo, 2018

La Equitativa, histórico edificio de comercio y servicios

Imagen de la esquina del edificio, la parte más adornada. Cada una de las cinco plantas del edificio es de un estilo diferente.
 La Equitativa. Foto: S.C.
En la esquina de las calles Alcalá y Sevilla se construyó el primer gran edificio con fines puramente comerciales. Lo levantó la compañía de seguros estadounidense La Equitativa a finales del siglo XIX, un periodo de importantes trasformaciones urbanas en Madrid. La Equitativa, que en poco tiempo se había convertido en la sociedad aseguradora más importante del país, sacó el proyecto a concurso y lo ganó el arquitecto barcelonés afincado en Madrid José Grases Riera, artífice años después del palacio Longoria, sede de la Sociedad General de Autores, y del monumento a Alfonso XII en el Retiro.

En la construcción del edificio, entre 1882 y 1891, la compañía no reparó en gastos. Se utilizaron las técnicas más avanzadas de la época y los más lujosos materiales. En las fachadas, piedra blanca, rejas de hierro forjado, elegantes faroles y numerosos adornos, como las cabezas de elefante de piedra en las que se apoya la balconada de la planta principal. 

La esquina redondeada conforma la parte más destacada. Tenía como elemento decorativo principal un grupo escultórico llamado La Protección de la Infancia, que en 1920 fue retirado de su nicho y sustituido por la placa del Banco Español de Crédito cuando el edificio pasó a ser la sede de esa entidad. Por encima, una bonita torreta con reloj y dos esculturas doradas, y sobre ésta un templete con campana coronado por un bulbo cobrizo. El edificio lucía también un escudo de Estados Unidos que fue arrancado por los madrileños en 1998, durante la guerra de Cuba, que acabó enfrentando a españoles y estadounidenses.

En el interior también era notable la riqueza de los materiales: columnas de hierro fundido, vigas y armazones de acero, mármoles de diversos colores, cobre y bronce, azulejos, pizarras, vidrieras, maderas nobles... El resultado fue un edificio impresionante haciendo esquina y al lado de la Puerta del Sol, sobre un solar de más de 1.700 metros cuadrados.
Fotocromo con una visión general del edificio y sus dos calles a finales del siglo XIX, cuando contaba con las cuatro plantas iniciales.
La Equitativa. Museo Reina Sofía.

La planta baja se destinó a establecimientos comerciales que servían a una clientela adinerada, la planta principal la ocupó desde el principio el Casino de Madrid y la Equitativa se reservó gran parte del entresuelo para sus oficinas. Las plantas superiores se dividieron en cuatro cuartos dispuestos para el alquiler. El propio José Grases, encargado de la conservación del edificio, alquiló el espacio de la tercera planta de la esquina del edificio. Entre sus inquilinos estuvo también, de 1913 a 1926, el Círculo de Bellas Artes.

En 1920 el Banco Español de Crédito compró el edifico y encargó una reforma al arquitecto madrileño Joaquín Saldaña, que añadió una nueva planta al edificio, entre la segunda y la tercera planta para mantener la armonía del conjunto, además de dos áticos retranqueados para que no fueran visibles desde la calle. En esta época se retiró el grupo escultórico emblema de la compañía, obra del alemán Knipp, que estaba sobre la entrada principal del edificio. Fue donado por La Equitativa a la ciudad de Madrid y situado en la plaza del Campillo del Mundo Nuevo, en la parte baja del Rastro.

A finales del siglo XX el inmueble pasó a propiedad del Banco de Santander. En 2012, año en que fue declarado Bien de Interés Cultural, el banco lo vendió al grupo OHL, que decidió el vaciado del edificio y su reconstrucción para acoger un hotel de lujo, conservando la imagen exterior.