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29 julio, 2013

Pepe Botella, el rey intruso

Retrato al óleo de José Bonaparte, vestido con ropa dorada bordada en oro, medallón al pecho y capa roja, a su lado una corona real
José Bonaparte.
El rey intruso, José Bonaparte, ocupo el trono de España en 1808 y renunció a él en 1813. Apodado ‘Pepe Botella’, el hermano de Napoleón tuvo un reinado efímero e intranquilo por ser un rey impuesto a los españoles. Deseosos de independencia, los españoles le declararon la guerra sin cuartel desde el principio.


Aunque de carácter amable y afectuoso y acompañado siempre de ministros ‘afrancesados’, José I vivió en Madrid la soledad propia de quien es visto como intruso, un usurpador del trono que por tradición correspondía a Fernando VII, conocido entonces como ‘El deseado’.
En unas caricaturas aparece montado en un pepino sosteniendo con las manos una bandeja con una botella y unas copas llenas de vino. En otros dibujos, una mano le muestra un rey de copas de la baraja mientras un criado le trae una enorme bota de vino condecorada con una cruz. 
Entre las coplas y cantes, una letra decía: “Cada cual tiene su suerte, la tuya es de borracho hasta la muerte”. Y otra, “No es caballo, ni yegua, ni pollino en el que va montado, que es pepino”. Sin embargo, según los historiadores, el rey intruso no era bebedor. Lo que sí parece acertado es que José Bonaparte, además de amante de la buena mesa, era muy aficionado a las mujeres, aunque en estos asuntos la historia se mueve entre la realidad y la leyenda.
Las amantes de Pepe Botella
José Bonaparte conoció a Teresa Montalvo, viuda del conde de Jaruco y sobrina de uno de sus ministros, Gonzalo O’Farrill, ministro de la guerra, en una de las fiestas que la mujer organizaba en su casa. Teresa era una joven cubana muy atractiva y pronto se convirtió en su amante.
Enseguida se supo que ‘Pepe Botella’ había comprado un palacete a la condesa de Jaruco en la calle del Clavel, y que la visitaba disimuladamente por las noches, entrando por la puerta del jardín. Teresa no disfrutaba de buena salud y, a pesar de las atenciones que le procuró su amante, murió poco tiempo después.
Cuando José Bonaparte, al poco tiempo de estar en Madrid, huyó a Francia impresionado por la derrota en Bailén del general Dupont frente al general Castaños, conoció en Vitoria a otra de sus amantes, María del Pilar Acedo, marquesa de Montehermoso. Cuando el rey intruso volvió a Madrid acompañado del propio Napoleón y su ejército imperial, para reinstalarse en el trono, la marquesa de Montehermoso se trasladó a Madrid. En cuanto al marqués, a los pocos meses fue nombrado gentilhombre de cámara, grande de España y Gran Cordón de la Orden Real de España, un título creado por el José I. Los madrileños en sus chascarrillos se referían a este título como ‘la orden de la berenjena’, por su cinta color violeta. Entre burlas y chanzas algunos cantes ingeniosos decían: “De Montehermoso la dama / tiene un tintero / donde moja la pluma / José Primero”. 
Caricatura en la que José Bonaparte, sobre un gran pepino, sosteniendo una bandeja con una botella de vino, un mono enseña la carta del rey de copas y un criado sostiene una gran bota de vino
Caricatura de 'Pepe Botella'  o 'rey pepino'
Detestado y ridiculizado sin tregua por los madrileños, con importantes bajas entre sus soldados por las batallas y la guerra de guerrillas en el resto del país, José Bonaparte dimitió de su puesto en España el 28 de mayo de 1813. Con él se fue la marquesa de Montehermoso, que emigró a Estados Unidos tras la batalla de Waterloo (1815) y falleció en Florencia en 1844.
Mejoras urbanísticas
A pesar de todo, durante el breve periodo que José Bonaparte estuvo en Madrid se realizaron importantes reformas urbanísticas que pretendían modernizar la ciudad y dotarla de mayor belleza y salubridad. Así, se trasladaron cementerios y mataderos al exterior de Madrid, se demolieron iglesias y conventos, dando lugar a las plazas de Oriente, San Miguel, Santa Ana, Mostenses y San Martín, lo que permitió una mejor circulación del aire por numerosas calles estrechas. También se proyectaron grandes avenidas. Por estas actuaciones los madrileños, que nunca le perdonaron la invasión, le apodaron también "rey plazuelas" y "Pepe plazuelas".
Durante la Guerra de la Independencia, la legalidad española residía en las Cortes de Cádiz, que en 1812 promulgaron la primera Constitución Española.

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