Francisco de Quevedo |
A pesar de contar
con mecenas entre los nobles, Quevedo no dudaba en criticar al poder
establecido, y lo hizo desde el pesimismo, pero con un incomparable sentido del
humor.
Este
madrileño polémico, burlesco y algo chulesco nació en 1580. Era hijo del
secretario de la cuarta esposa de Felipe II y de una dama de la infanta Isabel
Clara Eugenia. Estudió en la Universidad de Alcalá, donde se graduó en
Teología, y en la de Valladolid.
Su extensa
obra, mezcla de idealismo y caricatura, y cargada de una ironía y atrevimiento
desconocidos hasta el momento, ocasionaba antipatía y odio entre sus rivales,
de los que se defendía con toda su mordacidad. En una sátira al escritor Juan Pérez
de Montalbán dice: “Quien le dijera a V.md. (vuestra merced) cuando la escribía
(la comedia) con tanta confianza, que había de ser una de las comedias de
toril, muriendo desjarretada entre silbatos, tenores y tiples”.
Fue el escritor
que mejor sintetizó el nuevo rumbo que tomó la literatura del barroco: unas
veces denuncia (Epístola censoria al
Conde-Duque), otras modera (Providencia
de Dios), se burla del formalismo de las obras de su eterno rival, Luis de
Góngora (La aguja de navegar cultos, La culta latiniparla) o ataca en Los sueños. Otras de sus obras, en las
que se encuentra una variada temática, son El
parnaso español, Política de Dios
y Gobierno de Cristo o La hora de todos.
Además de
fino y agudo con la pluma, Francisco de Quevedo era un hábil espadachín que
mató a un hombre dentro de la iglesia de San Martín, por haber abofeteado a una
dama. Debido a este suceso tuvo que marcharse durante un tiempo a Italia. En
Nápoles intimó con el duque de Osuna, que le ofreció su protección y mecenazgo.
Ya en Madrid,
en 1617, se le concedió el hábito de Caballero de la Orden de Santiago. En 1625
compró una casa en la calle que hoy lleva su nombre y que entonces se llamaba
calle del Niño. En esa casa llevaba viviendo seis años Luis de Góngora, de modo
que Quevedo le puso en la calle sin miramientos. En 1634, con 54 años, contrajo
matrimonio con la viuda Esperanza de Mendoza, pero se separaron a los dos años.
El duque de
Osuna, a quien odiaba el poderoso conde-duque de Olivares, fue acusado de
conspiración, cayó en desgracia y comenzaron las desdichas para Quevedo. Se
abrió contra él un antiguo pleito por el señorío de la Torre de Juan Abad y fue desterrado
a esta localidad de la provincia de Ciudad Real, donde está su casa-museo. Después, a causa de las
intrigas políticas fue detenido en diciembre de 1639 en la casa del duque de
Medinaceli, donde vivió varios años, y fue recluido durante cuatro años en el
convento de San Marcos, en León, donde su salud quedó muy perjudicada.
Cuando
Olivares perdió el poder, Quevedo regresó a Madrid, pero al poco tiempo se
marchó a Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), donde murió el 8 de
diciembre de 1645.
Una magnífica
biblioteca
Glorieta de Quevedo y monumento. Foto: S.C. |
Con el
tiempo, la biblioteca quedó dispersa, llegando a nuestros días sólo el índice,
en dos ejemplares, con numerosos títulos de astronomía, astrología, historia
natural, matemáticas y medicina.
Una de las zonas más transitadas de Madrid es la glorieta de Quevedo, que separa las calles San Bernado y Bravo Murillo. En su centro se levanta un monumento dedicado a este escritor. En el
edificio que ocupa el solar de la antigua casa de Quevedo, en el Barrio de las Letras, entre la calle Cervantes y la calle Lope de Vega, hay una placa que
recuerda a este ilustre personaje, instalada por el Ayuntamiento de Madrid con
motivo del tercer centenario de su muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario