Placa de la calle del Bonetillo. |
Una noche volvía a su casa cuando vio pasar un entierro camino de la iglesia de Santa Cruz. Extrañado porque sobre el ataúd había un bonete (gorro de clérigo con cuatro puntas), preguntó quién era el muerto. “Don Juan Henríquez, el clérigo”, le respondió uno de la comitiva. Preguntó a otro y obtuvo la misma respuesta. Alarmado llegó a su casa y encontró la puerta abierta, su criado no estaba y en el salón encontró una escena que le heló la sangré: una mesa cubierta por una tela negra y en sus esquinas cuatro cirios todavía encendidos. Salió de su casa aterrorizado, pensando que había presenciado su propio entierro, hasta que encontró a un vecino que aseguró que a él le conocía, pero que de su casa habían sacado a un difunto y que oyó decir que era Juan Henríquez, el clérigo.
Al día siguiente descubrió en la iglesia de Santa Cruz que su puesto de canónigo estaba vacante y que estaba inscrito en el libro de entierros. Luego fue detenido y acusado de un delito cometido tiempo atrás. Su casa fue precintada, requisadas sus propiedades y sobre el tejado se levantó un palo con el bonete clavado. Con el tiempo, todos llamaban a la casa ‘la del bonetillo’.
Cuando el clérigo volvió a la Villa y Corte, su vida era bien distinta. Ingresó en una casa de noviciado y más tarde recuperó su antiguo puesto de canónigo.
El cerebro de la trama
Al parecer quien urdió la falsa muerte de Juan Henríquez y le quitó de en medio fue el cardenal Espinosa, ministro de Felipe II e inquisidor general en 1567. El clérigo se había ganado la amistad del joven príncipe Carlos de Austria, hijo del rey Felipe II. El cardenal Espinosa, que sabía de las andanzas nocturnas del clérigo, sospechaba que era un mal consejero del príncipe, quien padecía malformaciones y desequilibrio mental, y que le incitaba a rebelarse contra su padre, por ello le prohibió acercarse al príncipe Carlos. Sin embargo, éste se enteró y amenazó al Cardenal, lo que pudo aguzar su ingenio para separarlos.
Cuando murió, el clérigo fue enterrado en la parroquia de Santa Cruz. Nadie compró la casa, por la leyenda, y pasó a propiedad de la ciudad. Más tarde fue derruida y se abrió allí la pequeña calle del Bonetillo, entre la Costanilla de Santiago y la calle Escalinata.
En cuanto al joven príncipe, terminó sus días encarcelado en el castillo de Arévalo (Ávila), acusado de apoyar el complot de los rebeldes flamencos contra el rey, y de intentar matar al duque de Alba. Murió en 1568.
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