Larra (Museo del Romanticismo). |
El escritor madrileño Mariano José de Larra fue el personaje más incomprendido de su época, pero su preocupación por la sociedad española, el contenido de sus artículos y el lenguaje utilizado le convirtieron en maestro y precursor de la Generación del 98. La frase “Aquí yace media España; murió de la otra media” está en el trasfondo de gran parte de su obra, de su inconformismo e ironía, en la que clama por una España progresista que salga de su atraso.
A caballo entre la literatura y el periodismo, la creatividad de Larra se plasma en artículos satíricos, brillantes e ingeniosos, como El castellano viejo, Vuelva usted mañana, El casarse pronto y mal o El mundo todo es máscaras. También en obras costumbristas, como la comedia No más mostrador; históricas, como El doncel de don Enrique el Doliente, o el drama Macías el enamorado, cuyos personajes tienen rasgos de las vivencias del escritor.
El inconformismo de Larra ante la realidad social y política de su época, marcada por la vuelta al absolutismo y la pobreza intelectual de la Década Ominosa (1923-1933), y su profunda crítica al inmovilismo, la pereza colectiva, las malas formas o los hábitos nocivos no calaron en el público, que confundía la ironía del autor con el estilo humorístico.
Larra comenzó su actividad periodística en 1828, con 19 años, creando El Duende Satírico del Día, una serie de ensayos en los que ya revela su espíritu crítico y satírico bajo el seudónimo ‘El Duende’. En los números cuatro y cinco se burlaba del director del Correo Literario y Mercantil al que consideraba un adulador, pero como éste tenía amigos importantes El Duende fue suspendido por el gobierno.
En 1932 sacó el primer número de El Pobrecito Hablador, revista satírica de costumbres en la que mostraba el mejor estilo periodístico de la época. Firmaba sus artículos con el seudónimo 'El Bachiller don Juan Pérez de Munguía' y alcanzó una gran popularidad, pero también tuvo críticas importantes. Fue suspendida a los siete meses de su fundación.
En 1833, Larra comenzó a utilizar el famoso seudónimo de ‘Fígaro’, con el que firmó la mayoría de sus artículos, en la Revista Española. También trabajó para El Correo de las Damas, El Observador, El Español, El Mundo y el Redactor General, siendo uno de los periodistas más cotizados de la época.
Los periodistas trataban de burlar la censura a base de ingenio y en esto Larra era el mejor. Sus aliados eran la ironía, la suposición, la metáfora y el sobreentendido. El escritor defendía la libertad como derecho y la preocupación por el pueblo llano, cuestiones que no estaban en el ideario de los partidos políticos de su tiempo.
Busto de Larra (J.L. De Diego). |
Mariano José de Larra y Sánchez de Castro nació en Madrid en 1809. Se casó en 1829 con Pepita Wetoret, con quien tuvo tres hijos. El primero de ellos fue el escritor Luis Mariano de Larra Wetoret, autor de novelas y libretos de zarzuelas con música de Barbieri, como El barberillo de Lavapiés o Chorizos y polacos. Tras el nacimiento de Luis Mariano, Larra comenzó una aventura amorosa con una mujer casada, Dolores Armijo, quien en 1837 decidió cortar su relación con el escritor, lo que precipitó su trágico final. Ese mismo día y en plena depresión, Larra se suicidó de un disparo en la cabeza, en su casa, en el segundo piso del número 3 de la calle Santa Clara.
La presión del gobierno liberal del momento consiguió que la autoridad eclesiástica accediera a que el suicida fuera enterrado en un cementerio, en este caso el de San Nicolás. Acudieron al acto numerosos artistas, intelectuales y escritores, entre otros el joven poeta José Zorrilla, que le dedicó unos versos. En 1901, varios escritores de la Generación del 98, como Azorín, Baroja y Machado le rindieron un homenaje ante su tumba. En 1902 los restos del escritor fueron trasladados al cementerio de la Sacramental de San Justo. Larra tiene una calle dedicada en Madrid, entre las de Sagasta y Apodaca, cerca de la glorieta de Bilbao, y una estatua en la calle Bailén.
Fragmento del artículo Vuelva usted mañana. Fígaro discute con un funcionario en favor de un amigo francés que quiere resolver unos asuntos:
- Sería lástima que se acabara el modo de hacer mal las cosas. Conque, porque siempre se han hecho las cosas del modo peor posible, ¿será preciso tener consideraciones con los perpetuadores del mal? Antes se debiera mirar si podrían perjudicar los antiguos al moderno.
- Así está establecido; así se ha hecho hasta aquí; así lo seguiremos haciendo.
- Por esa razón deberían darle a usted papilla todavía como cuando nació.
- En fin, señor Fígaro, es un extranjero.
- ¿Y por qué no lo hacen los naturales del país?
- Con esas socaliñas vienen a sacarnos la sangre.
- Señor mío -exclamé, sin llevar más adelante mi paciencia-, está usted en un error harto general. Usted es como muchos que tienen la diabólica manía de empezar siempre por poner obstáculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no reconocer maestros. Las naciones que han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que sabían más que ellas.
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