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04 febrero, 2014

Fiestas de Carnaval: tradición de máscaras, disfraces y mojigangas

El cuadro de Goya representa a una multitud de personas en plena vorágine carnavalesca, bailan ataviados con extrañas máscaras y vistosos disfraces. Entre ellos uno porta un estandarte que representa una cara o máscara burlona
El Entierro de la Sardina, de Goya.


Los Carnavales o fiestas de Carnaval alcanzaron su máximo esplendor en Madrid en el siglo XVIII. En esa época, los bailes de disfraces eran una de las tradiciones de la aristocracia, mientras que entre el pueblo llano lo eran las mojigangas, unas comitivas de madrileños con caretas de animales y disfraces que recorrían las calles con danzas burlescas alusivas a personajes y acontecimientos de la vida cotidiana, la política y los cotilleos de la villa. Además se manteaban peleles, incluso a personas y animales. El pintor Francisco de Goya plasmó en sus pinturas la tradición del carnaval madrileño.

Los carnavales eran una de las tradiciones de Madrid ya en el siglo XVI. Los  aristócratas, aficionados a estas fiestas, celebraban desfiles de carnaval en el antiguo alcázar, residencia real de los Austrias. Estas fiestas habían surgido en la Edad Media, pero se difundieron durante el Renacimiento, cuando el mundo cristiano se liberó de la opresión eclesiástica ejercida durante siglos. 

El carnaval estuvo prohibido en España durante 44 años por la dictadura de Franco, aunque no se perdió del todo gracias a la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina, fundada en los años 50 por un comerciante del Rastro. Se recuperó así una tradición típicamente madrileña, el Entierro de la Sardina, que se celebraba en la semiclandestinidad cada Miércoles de Carnaval o Miércoles de Ceniza. Hasta 1980 no se recuperó íntegramente la tradición carnavalesca, con Enrique Tierno Galván, primer alcalde democrático de Madrid.

Desfile de disfraces 

Varias personas disfrazadas bailan en la calle cogidos de la mano. Una mujer viste de época, un hombre cubre el rostro con una gran cabeza de unicornio, otra llevan la cara pintada, máscaras y trajes de tipo veneciano.
Fiesta de Carnaval en Madrid.
En la actualidad, el carnaval madrileño comienza con la lectura del pregón por parte de un personaje famoso en la Plaza de la Villa. Antes se ha elegido a la Musa del Carnaval, que presidirá  el desfile de disfraces que recorre algunas de las principales calles del centro de la ciudad. Durante los días siguientes se celebran actividades carnavalescas en algunos puntos de la ciudad, como la plaza Mayor, promovidas por asociaciones de vecinos y encuentros de murgas y comparsas. Otro de los actos más destacados de estas fiestas es el baile de disfraces que organiza el Círculo de Bellas Artes. 

Tradicionalmente, el  Martes de Carnaval tiene lugar el combate entre Don Carnal y Doña Cuaresma, que representan, respectivamente, los excesos y la juerga pasados, y el recogimiento y austeridad durante los próximos 40 días antes de la Semana Santa, según marca la tradición cristiana. Termina el combate con el juicio y muerte de Don Carnal. 

Entierro de la Sardina

El día siguiente, Miércoles de Ceniza, finaliza el Carnaval con la parodia fúnebre del Entierro de la Sardina. Ese día, los miembros de la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina, de riguroso luto, con capa y chistera los hombres y con mantilla las mujeres, encabezan la comitiva que lleva a la finiquitada sardina por las calles de la ciudad. Realizan diversas paradas en tabernas y restaurantes, hasta llegar a la Ermita de San Antonio de la Florida para rendir homenaje al pintor Francisco de Goya. Finaliza el trayecto junto a la Fuente de los Pajaritos, en la Casa de Campo, donde se entierra a la sardina.

Sobre la tradición de enterrar una sardina para representar a Don Carnal hay varias versiones. Una dice que los trabajadores madrileños del siglo XVIII solían comer a media mañana un trozo de pan con una loncha de tocino o panceta que llamaban ‘sardina’, y que con el entierro se representaba el ayuno que vendría los días de la Cuaresma. Otra afirma que en época de Carlos III se trajo hasta Madrid un cargamento de sardinas frescas para sumarlo a la fiesta de Carnaval, pero su traslado coincidió con unos excepcionales días de calor y las sardinas se pudrieron y hubo que enterrarlas con toda la pena que esto supuso. Una tercera teoría apunta que se enterraba un pequeño cerdo llamado 'cerdina' (o un trozo del mismo), y que al extenderse la tradición su nombre se confundió con el de sardina.

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