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Aviso, 5 de diciembre de 1808. |
Entre los numerosos libros y relatos relacionados con la Guerra
de la Independencia, algunos exponen uno de los aspectos de menos conocidos de
este conflicto: la propaganda y la distorsión informativa promovida tanto por
la administración francesa como por la Junta Central, como depositaria del
poder del rey español.
En la guerra sin
cuartel ambos países se aplicaron los principios más elementales y efectivos de
la propaganda, en su sentido más puro: la acción y efecto de propagar doctrinas
y opiniones con el fin de atraer adeptos, seguidores o compradores. Y en esta
tarea se aplicaron a fondo los medios franceses (La Gazette de France, Journal
de l’Empire, Gazeta de Comercio, Literatura y Política de Bayona) y españoles
(Gaceta de Madrid, cuando no estaba controlada
por los franceses, numerosos libelos y pasquines y muchos púlpitos como tribuna).
En este contexto, unos y otros utilizaron las reglas esenciales de la
propaganda: 1. Simplificación y enemigo único: El enemigo es el que es, sin
matices y siempre es totalmente malo. Esta fórmula permitía ideas sencillas, explicaciones
simples y la individualidad del contrario. Por su parte los franceses no tenían
más remedio que distinguir en su propaganda entre españoles «buenos» y «malos»,
lo que suponía argumentos más complejos. 2. Orquestación: repetición constante
de un pequeño número de ideas, invariables en su esencia, apuntando siempre a
un objetivo. 3. Exageración y desfiguración: distorsión de los acontecimientos
sacándolos de su contexto. 4. Transfusión: decir lo que la audiencia quiere oír,
especialmente si está predispuesta a conectar con un sentimiento diferenciado
del de los «otros», sean estos los franceses o los españoles «malos». 5. Unanimidad
y contagio: el auditorio es más comprensivo y afectivo cuando se trata de las
acciones de individuos que considera de los «suyos».
Así, la propagando francesa, por ejemplo, propagó el bulo
de que los sucesos del 2 de mayo de 1808 en Madrid, fue obra de un grupo de
exaltados, coordinados por agentes ingleses, no un levantamiento popular
espontáneo, en un intento de minimizar sus consecuencias. Sin embargo numerosos miembros de las Guardas Españolas desertaron, así como soldados del Regimiento de Voluntarios del Estado. La autoridad francesa concedió una amnistía para estos soldados si volvían a sus unidades en el plazo de dos meses, con sus armas y uniformes. Otro tanto ocurrió con
la derrota francesa en la batalla de Bailén, donde el general Castaños infligió
un duro castigo al ejército del general Dupont, la primera derrota de un
ejército de Napoleón en campo abierto. Varias semanas después, la propaganda francesa comenzó tímidamente a preparar a la opinión pública para reconocer el batacazo.
Con la vuelta a Madrid a primeros de diciembre de las
tropas francesas, reforzadas por la guardia imperial y otros ejércitos
napoleónicos, la Junta Central se puso en marcha hacia Extremadura, pasando por
Navalmoral de la Mata en su camino a Sevilla, donde se estableció un tiempo.
Más tarde, ante el avance de los ejércitos franceses, se trasladó a Cádiz.
La guerra dialéctica la ganó la propaganda afín a Fernando
VII, por razones de fondo, que también le asistían en el ámbito internacional; por
la natural proximidad del mensaje y por la adaptación más efectiva del
lenguaje. Hasta el punto de que todo el país se identificó con las consignas fernandinas
para convertirlo en «el Deseado», por el que miles de españoles, conservadores o
liberales, dieron la vida. Por desgracia, terminada la guerra y recuperado el
trono de España para Fernando VII, este abolió la Constitución de 1812, impuso
el poder absoluto, causó la primera oleada de exiliados y repuso el Tribunal dela Inquisición, pero eso es otra historia.