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12 septiembre, 2022

Cuesta de Moyano, paseo de los libros

Imagen desde la parte alta de la calle, las casetas a la derecha y al fondo una esquina del Ministerio de Agricltura.
La Cuesta de Moyano. Foto: S. Castaño
Después casi cien años vendiendo libros, la Cuesta Moyano conserva el halo de encanto para los amantes de la lectura en papel. Sin duda, es un espacio privilegiado para el sosiego y la luz que requiere el hojeo de libros antiguos, que es la esencia de esta Feria de Libros.

Autores de la Generación del 98 y de la Generación del 27 se pasearon por la Cuesta Moyano buscando en su treintena de casetas libros usados, primeras ediciones o libros descatalogados que no encontraban en las librerías. Una afición que heredaron otros escritores hasta nuestros días, desde Ortega y Gasset a Gómez de la Serna, Cela, Umbral, Rosa Montero o Pérez-Reverte.. La caseta número 1 está reservada a la difusión de publicaciones del Ayuntamiento y a la organización de conferencias, talleres y otras actividades de promoción cultural. En el resto, dentro de las casetas o en los tableros exteriores frente a ellas, ocupan su lugar todo tipo de libros viejos y usados. Algunas casetas también se dedican a libros nuevos. Y al mando de todo esto, los libreros, apasionados de la bibliografía, que ilustran, asesoran y recomiendan a los visitantes sobre los libros de las materias de su especialidad.

La historia de las casetas de estos libreros de viejo comienza en la Cuesta de Moyano en 1925, situadas junto a la verja trasera del Jardín Botánico, pero antes, en 1919, se instalaron junto a la verja que da al paseo del Prado, hasta que las protestas deñ director del Botánico, obligó a los libreros a trasladarse a su lugar actual. A fin de cuentas, un cambio saludable: la Feria de Libros siguió recibiendo el sosiego necesario que le transmite el Botánico y la luz de un paseo ancho y despejado y ganó la vecindad del Parque del Retiro, al que se accede por la Cuesta a través de la Puerta del Ángel Caído.

Las casetas, de unos 15 metros cuadrados, son de madera y tienen toldos.
Casetas de los libreros. Foto: S.C.

Antes de que todo esto fuera así, en este mismo lugar se instaló el primer zoológico español, a finales del siglo XVIII, reinando Carlos III. El rey ilustrado quiso que en este entorno se dieran la mano la ciencia, la cultura y el ocio, en terrenos pertenecientes al desaparecido Real Sitio del Buen Retiro. Aquí, además del paseo del Prado, contaba con el Gabinete de Historia Natural, transformado luego en Museo del Prado; el Observatorio Astronómico, el Jardín Botánico y los jardines de El Retiro. Un siglo y medio después, la Cuesta de Moyano vino a reforzar el carácter cultural de este gran espacio madrileño que la Unesco proclamó Patrimonio de la Humanidad en 2021.

En los años 80 las viejas casetas pintadas de gris tuvieron acceso por primera vez a luz eléctrica, agua corriente y teléfono. En 2007 se peatonalizó por completo la calle y se colocó en la parte alta una estatua de Pío Baroja, realizada por Federico Coullaut-Valera e inaugurada en 1980. El escritor vasco era un visitante asiduo de estas casetas.

La calle vista desde la parte baja, con numerosos paseantes entre las casetas y las mesas exteriores.
Clientes y curiosos en la Cuesta. Foto: S.C.
La Cuesta de Moyano, que va desde la glorieta de Atocha a la calle Alfonso XII, está dedicada al político zamorano Claudio Moyano y Samaniego, ministro de Fomento, impulsor de la Ley de Instrucción Pública de 1857, la que más tiempo ha estado vigente en España. En la parte baja de la Cuesta se encuentra la estatua que se le dedicó en 1889, de bronce y con bajorrelieves en su pedestal, donde destaca el de los niños sentados en bancos que escuchan la lección de un ángel. Es obra de Agustín Querol, quien realizó también el grupo escultórico del majestuoso edificio que está al lado, la sede del Ministerio de Agricultura, en su día Ministerio de Fomento.

En el núcleo histórico, artístico y cultural de Madrid, la Cuesta Moyano sigue siendo un lugar entrañable, alejado del estrés y los ruidos, donde sólo hay libros.

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