Salida de la Expedición en barco, 1803. |
Un grupo de niños madrileños y gallegos protagonizó a principios del siglo XIX una de las gestas más extraordinarias de la historia mundial de la medicina. Fueron parte esencial de la expedición científica encargada de llevar la vacuna contra la viruela a todas las colonias españolas de ultramar. La historia de estos pequeños héroes desconocidos se inició en 1803, cuando la medicina española puso en práctica, a diferencia de otros países europeos, el descubrimiento del médico rural inglés Edward Jenner.
Este médico observó que la enfermedad de las vacas que les provocaba ampollas en la piel de las ubres, llamada viruela vacuna, se trasmitía a sus ordeñadores, que presentaban ampollas en sus manos y un leve malestar físico que desaparecía a los pocos días. Lo curioso era que aquellos ganaderos nunca caían enfermos de la terrible viruela humana que en esa época asolaba Europa. En 1796 hizo el experimento. Tomó un poco de pus de una de las ampollas que tenía una joven ordeñadora y la inoculó en el brazo del niño James Phipps, que se prestó a la prueba. A los pocos días el pequeño tenía fiebre y otros síntomas leves de la viruela vacuna.
Unas semanas después, el doctor Jenner, dio un paso muy arriesgado. Cogió un poco del líquido de una pústula de un enfermo de viruela humana y lo inoculó en el otro brazo del niño, marcando unas líneas sobre su piel con el bisturí. Pasaron días y semanas y el niño no tenía ningún síntoma de viruela humana. Aquel médico había descubierto el remedio a una de las plagas más temibles, causante de unos 400.000 muertos al año en Europa y de importantes secuelas en quienes la superaban.
La comunidad científica británica no apreció al principio el descubrimiento de un médico de pueblo. Los debates interminables saltaron a la opinión pública y luego al continente. En España, cinco años después de su publicación, ya se aplicaba el remedio y se organizaba una vacunación masiva, algo que los países del entorno no reconocieron más tarde.
La expedición sanitaria Dr. Francisco Xavier de Balmis.
El 30 de noviembre 1803 partió del puerto de La Coruña la denominada Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, con el objetivo de llevar a las colonias españolas la ansiada vacuna de la viruela. Al mando de esta iniciativa estaban los médicos militares Francisco Xavier de Balmis y Josep Salvany, quienes planificaron concienzudamente los detalles de su difícil misión. Eran varios los retos, ya que no había otro medio de conservar la viruela vacuna durante la travesía que ir contagiando a los individuos sucesivamente con el pus de las ampollas que surgían en la piel. Por ello debían contar con suficientes voluntarios. Además tenían que ser personas que no hubieran tenido antes contacto con el virus, algo difícil entre la población de la época, aparte del rechazo de la población a embarcarse en una aventura tan arriesgada como incierta.
Y aquí aparecen los pequeños héroes de esta aventura. Se recurrió a los niños de la Inclusa de Madrid y de La Coruña, huérfanos o abandonados por sus padres al nacer. Auténticos supervivientes de un drama que provocaba la muerte del 80 por ciento antes de los tres años, por la trasmisión de enfermedades, la falta de medios y el lamentable estado en que llegaban, muchas veces desde poblaciones muy alejadas, en carros o alforjas de transportistas desconocidos.
Diez niños de la Inclusa de Madrid marcharon a La Coruña acompañados por el doctor Balmis, los días previos a la salida de la corbeta María Pita, que les llevaría al otro lado del Atlántico. El director de la expedición quería que los niños elegidos tuvieran entre 8 y 10 años, pero finalmente entre los 22 madrileños y gallegos elegidos los había de 3 a 9 años. A estos niños se les ofrecía alimentación, ropa, cuidados y una buena educación con cargo a la hacienda pública hasta que pudieran tener una profesión digna.
Enfermera Isabel Zendal
Al cuidado de los niños iba la única mujer de la expedición, Isabel Zendal, rectora de la Casa de Expósitos de A Coruña, cuyas cualidades la hacían idónea para la tarea. De origen humilde y madre soltera, se embarcó con su hijo y adquirió una gran experiencia en la conservación y administración de la vacuna. Terminó en México, donde creó una escuela de enfermería. La organización Mundial de la Salud la reconoce como la primera enfermera en misión sanitaria internacional.
Durante la travesía, cuando el proceso de la leve enfermedad vacuna iba remitiendo en una pareja de niños, se inoculaba el virus en otros dos niños. Así, con escala y vacunaciones en Canarias, llegaron a Puerto Rico y a Caracas, realizando la vacunación masiva y gratuita de la población. Luego la expedición se dividió en dos partes, contando con niños de aquellos países. El doctor Salvany siguió por Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Bolivia… y el doctor Balmis fue a México y luego atravesó el Pacífico y llegó a Filipinas y China con sus vacunas.
La misión sanitaria fue un éxito. En cada lugar se instruía a los sanitarios, se les entregaban termómetros y ampollas de cristal para conservar una gota de líquido vacunal y se creaban centros de vacunación.
El número de muertos por viruela descendió enormemente en España y sus territorios de ultramar. De los diez niños de Madrid, sólo volvieron seis, desconociéndose si los otros cuatro continuaron el viaje con Balmis, fueron adoptados en su destino americano o fallecieron. Esta epopeya española ha inspirado obras literarias, cinematográficas y estudios muy documentados como el de los doctores Emilio Balaguer Perigüell y Rosa Ballester Añón: En el nombre de los niños: La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1806).
La Inclusa de Madrid El torno de un inclusa de Madrid.
El origen de la Inclusa de Madrid se remonta a mediados del siglo XVI cuando un grupo monjes y nobles crearon una cofradía de asistencia a enfermos convalecientes, en un convento que existía al principio de la Carrera de San Jerónimo. Felipe II les regaló una imagen de la Virgen de la Paz rodeada de ángeles y con un niño a sus pies, que un soldado había traído a Madrid desde la ciudad holandesa de Enkhuizen. El pueblo de Madrid alteró su pronunciación y la llamó Inclusen y luego Inclusa.
Pocos años después la cofradía amplió su tarea a la acogida de los numerosos niños recién nacidos que eran abandonados en portales, escaleras o iglesias. Se creó el primer Hospicio de Expósitos, llamado popularmente ‘la Inclusa’ en una casa que existía en la Puerta del Sol, entre la calle de Preciados y la calle del Carmen. Pronto la casa se quedó pequeña y la cofradía compró varias casas colindantes. A mediados del siglo siguiente se construyó un edificio nuevo en el mismo lugar. El constructor, Bartolomé Hurtado, se comprometió a terminarlo en el menor plazo posible, el 8 de diciembre de 1654, poniendo como aval de su cumplimiento su casa de la calle Don Felipe.
En 1801 se trasladó el servicio a la calle del Soldado (hoy Barbieri) y en 1807 a la calle Mesón de Paredes. En esta última inclusa se crió el héroe de Cascorro, Eloy Gonzalo, a mediados del siglo XIX. En 1928 los niños fueron trasladados al edificio de la Consejería de Salud de la calle de O’Donnell. En 1974 se inauguró el Instituto Provincial de Puericultura, de donde pasaban a la Casa de los Niños, en la carretera de Colmenar.
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