Felipe IV (Velázquez, hacia 1623). M. del Prado. |
Uno de los
amores más conocidos de Felipe IV fue una joven actriz llamada María Inés
Calderón a quien llamaban 'la
Calderona', hija de Juan Calderón, encargado de buscar alojamiento a los comediantes forasteros que actuaban en Madrid. Algunas versiones indican que la joven era hija adoptiva, porque fue abandonada siendo un bebé a la puerta de la casa de
Calderón, que se hizo cargo de ella y la educó.
El rey conoció
a la Calderona en el Corral de la Cruz, un corral de comedias adonde le gustaba
‘escaparse’ disfrazado cuando era un joven veinteañero. El monarca, quedó
admirado por la belleza de la joven y, con la excusa de felicitarla por su
actuación, pidió conocer a la chica, que también se enamoró del rey
Entre los
madrileños, siempre al tanto de los cotilleos de la Corte, las relaciones extramatrimoniales se tomaban con más naturalidad que hoy día. Se comentaban
mucho los escarceos amorosos del rey, casado con la bella Isabel de Borbón, con
quien tuvo muchos hijos, aunque fallecieron siendo niños. Uno de los
rumores de la época decía que el rey había desterrado al duque de Medina de las
Torres, a quien veía como un rival ante la joven actriz, que pasó a ser su
‘favorita’.
La reina, que
sufría en silencio las aventuras amorosas de su esposo, un día no pudo
contenerse más y ordenó que expulsaran a la Calderona del balcón que le había cedido el rey
para que disfrutara de un espectáculo en la plaza Mayor. Luego el rey, para
compensar a su amante por este incidente, decidió regalarle un balcón propio
para ver los espectáculos. Los madrileños lo llamaban 'el balcón de
Marizápalos’, apodo por el que también se la conocía, por un baile que la actriz interpretaba en el
escenario.
La Calderona. Anónimo. |
Con la
Calderona tuvo el rey Felipe IV un hijo que, excepcionalmente, siendo un adolescente fue reconocido
por su padre, pasó a la Corte y recibió una educación principesca: don Juan
José de Austria. Alcanzó éste importantes puestos en la política española de
la época. A muy corta edad había sido separado de su madre, quien recibió la
orden del rey de ingresar en el monasterio del Valfermoso de las Monjas
(Guadalajara), donde llegó a ser abadesa. Al parecer, la vida conventual fue el
destino de algunas de las amantes del rey Felipe IV.
Convento de San Plácido
Un día, el ayuda cámara y compañero de aventuras del rey, Jerónimo Villanueva, le habló de la extraordinaria belleza de Margarita, una de las novicias del convento de San Plácido, que lindaba con su casa. Tentado, el rey se disfrazó y acudió con él al convento para comprobarlo. Fue tal la impresión que le produjo la belleza de Margarita que al instante el rey decidió conseguirla a cualquier precio. Ordenó abrir un pasadizo desde la casa de su amigo hasta el convento, aunque otros aseguran que dicho túnel ya existía.
Convento de San Plácido
Un día, el ayuda cámara y compañero de aventuras del rey, Jerónimo Villanueva, le habló de la extraordinaria belleza de Margarita, una de las novicias del convento de San Plácido, que lindaba con su casa. Tentado, el rey se disfrazó y acudió con él al convento para comprobarlo. Fue tal la impresión que le produjo la belleza de Margarita que al instante el rey decidió conseguirla a cualquier precio. Ordenó abrir un pasadizo desde la casa de su amigo hasta el convento, aunque otros aseguran que dicho túnel ya existía.
Cuando la superiora del convento se enteró de las intenciones del rey,
intentó disuadirle, pero no lo consiguió, por lo que le preparó una trampa. El
día que el rey penetró a escondidas en el convento y se dirigió a la
habitación de sor Margarita, se encontró allí con un escenario mortuorio y a la
novicia en un ataúd con un crucifijo entre las manos, rodeada de flores y cirios
encendidos. Según la leyenda, el rey se arrepintió de su sacrilegio y regaló al
convento un reloj para la torre del edificio, además del famoso cuadro del
Cristo de Velázquez que hoy puede verse en el Museo del Prado.
Dicen que más
tarde el rey descubrió el engaño y consiguió su propósito. Fue grande el
escándalo que intervino la Inquisición. Sin embargo, el valido del rey, el
conde-duque de Olivares, amenazó y sobornó al inquisidor general, Antonio de
Sotomayor, para que abandonara el caso. No obstante, desde Roma se solicitaron
los informes del caso, pero el conde-duque avisó a los
embajadores para que apresaran al emisario, Alfonso de Paredes.
Los documentos nunca llegaron a su destino.
El vivo
retrato del rey
Más fácil le
resultó a Felipe IV conquistar a una bella dama llamada Laura, que
había quedado viuda hacía poco tiempo. Vivía en la plaza de Puerta Cerrada y
allí acudía el monarca, de incógnito, siendo correspondido por ella.
Como las
relaciones extraconyugales estaban condenados por ley, la carroza que
frecuentaba la casa de la viuda levantó las sospechas del teniente-corregidor
de Casa y Corte, Ramiro de Vozmediano. Un día entró en la casa y encontró a
la viuda sola, pero se percató del movimiento de las cortinas de su dormitorio y
preguntó a la dama que había detrás, y ésta le respondió: “Un retrato de su
majestad, es tan vivo que, acaso, su contemplación pudiera dañar la salud de
vuestra señoría”. No conforme, el corregidor descorrió las cortinas y al ver al
rey de frente dijo: “En verdad que jamás vi retrato tan parecido”. Hizo una
reverencia y se marchó rápido.
Hola Santi, soy Jesús el padre de Carla, me han encantado las aventuras amorosas de Felipe IV, jeje. Un saludo.
ResponderEliminarRecomiendo la lectura del ensayo "El conde-duque de Olivares" de Gregorio Marañón.
ResponderEliminarGracias, José Ramón, por el detalle. Saludos.
ResponderEliminar