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31 enero, 2021

Antonio Pérez y la muerte de Escobedo

El secretario de Felipe II, vestido de negro, con capa y con documentos en sus manos.
Antonio Pérez (A. Ponz, El Escorial).
Era Antonio Pérez un joven con excelente formación, atractivo, simpático y con don de gentes, pero también ambicioso y dado a la ostentación. A los 27 años se convirtió en secretario de Felipe II para los asuntos de Italia, cargo en el que sustituyó a su padre cuando éste falleció. Contaba además con el apoyo del valido del rey, Ruy Gómez de Silva, noble de origen portugués, príncipe de Éboli, casado con la dama de la nobleza Ana Mendoza de la Cerda. Cuando el valido falleció Antonio Pérez estrechó su amistad con la viuda, mujer bella e inteligente que disfrutaba de una gran fortuna y era tan ambiciosa como él. La princesa de Éboli tenía una personalidad cautivadora y misteriosa, aumentada por el parche que tapaba su ojo derecho, a causa, decían, de un accidente mientras practicaba esgrima, aunque otros sostenían que era bizca y el parche era sólo coquetería.

Antonio Pérez y Ana Mendoza se hicieron amantes y aprovechaban su posición en la corte para tejemanejes políticos y económicos, por sus ansias de poder y riquezas. Como secretario del rey, Antonio Pérez tenía información privilegiada y acceso a secretos de Estado que copiaba y vendía a banqueros genoveses, a los rebeldes de Flandes y a la reina Isabel de Inglaterra.

Vivía Antonio Pérez en la plaza del Cordón, junto a la plaza de la Villa, aunque su creciente fortuna le permitió tener una magnífica casa de campo con torres en sus esquinas que llamaban ‘la casilla’. Allí no faltaban maderas nobles, primorosas obras de cantería, lujosos tapices y valiosas pinturas y esculturas de los artistas más reconocidos del momento. La mansión estaba rodeada de amplios jardines, huertas y prados. Ana de Mendoza vivía en la calle Camarín de Santa María, hoy calle de la Almudena, al final de la calle Mayor.

Por aquella época llegó a Madrid Juan Escobedo, secretario de Juan de Austria, vencedor de Lepanto, a quien su hermanastro el rey había nombrado gobernador de los Países Bajos. Escobedo había obtenido el puesto recomendado por Antonio Pérez y con el encargo de que vigilara a su jefe, de quien Felipe II sospechaba que sus éxitos militares se le habían subido a la cabeza y trazaba planes que no gustaban al rey. Escobedo llegó a Madrid con la misión de solicitar a Felipe II más dinero para el ejército de los Países Bajos y obtener el visto bueno real a varios proyectos.

Antonio Pérez consideraba a Juan Escobedo el instigador de los supuestos desvaríos imperiales de Juan de Austria y desconfiaba de él porque, ciertamente, había pasado de espía al servicio de rey a ser amigo íntimo de Juan de Austria. Con todo, mediante fabulaciones e incluso falsificando informes, Antonio Pérez fue modelando la opinión del rey respecto a Juan de Austria y su secretario, a quien apodaron ‘el verdinegro’.

Vestida de negro, con largo collar de perlas, luce al cuello una gorguera de tipo cervantino, que no existieron hasta el siglo XVII.
Ana Mendoza (anónimo)

Escobedo era un personaje muy conocido en Madrid, donde había ocupado el cargo de secretario de Hacienda y, como Antonio Pérez, había mantenido una gran amistad con el difunto príncipe de Éboli, por lo que en su casa tenía siempre abiertas las puertas. Un día pasó a visitar a Ana Mendoza, sorprendió a los amantes en su alcoba y amenazó a Antonio Pérez con contárselo al rey. No sabemos si a cambió de guardar el secreto obligó a Pérez a prestarle apoyo en la misión que le había llevado a Madrid, si descubrió alguna de sus maquinaciones o simplemente le pidió terminar aquella relación con la viuda de quien había sido para ellos como un padre. El caso es que Escobedo se convirtió de pronto en un peligro para la pareja. 

Antonio Pérez redobló ante el rey las acusaciones contra Escobedo como 'cerebro' de las veleidades de su hermanastro. Le hizo ver el riesgo para su reinado si Juan de Austria llegara a España al frente de los Tercios de Flandes, el ejército más avezado del imperio. Finalmente le convenció de que había que eliminar a Escobedo por razón de Estado. Engañado por su secretario, Felipe II cometió el mayor error de su vida y, aunque no dio la orden, consintió que su secretario tramara el asesinato de Escobedo. 

El secretario de Felipe II primero lo intentó con veneno, durante una comida con varios personajes de la corte, pero Escobedo se repuso a los pocos días. Así que contrató a varios sicarios y la noche del 31 de marzo de 1578, cuando Pérez acababa de salir de la casa de la Éboli, acaso citado por ella, le asaltaron y acuchillaron en la estrecha calle del Camarín de Santa María, sin darle tiempo a defenderse. Los asesinos escaparon de Madrid sin problemas y hasta meses después no se abrió una investigación, por la presión de los familiares y de los madrileños, conmocionados por el suceso e indignados por la escasa diligencia de la justicia en este caso.

Uno de los sicarios pasa delante de sus compañeros ocultos y les avisa con un gesto de que detrás llega Escobedo.
Muerte de Juan Escobedo (L. Vallés, El Prado)

Empezaron a correr por Madrid rumores de todo tipo y Antonio Pérez quiso marcharse a Italia, pero el rey no lo autorizó y le ordenó encerrarse en su casa y seguir desde allí despachando los asuntos de su secretaría.

Poco después murió de tifus en Flandes Juan de Austria y todos sus documentos se trasladaron a Madrid. Entonces Felipe II pudo comprobar que su hermanastro no estaba en conspiraciones contra él y que le servía con lealtad en todas sus acciones. El rey comprendió su error y llamó al cardenal Granvela como nuevo valido. Granvela  ordenó registros, requisó documentos y encarceló a Antonio Pérez en julio de 1579. A la princesa de Éboli la encerró durante año y medio en la torre de Pinto (Madrid), luego un año en el castillo de Santorcaz (Madrid) y acabó el resto de sus días confinada y bajo vigilancia en su mansión de Pastrana (Guadalajara). 

Habían pasado cinco años de la muerte de Escobedo cuando terminó el proceso abierto contra Antonio Pérez, que había salido de prisión y vivía en libertad, entre su casa de la plaza del Cordón y ‘la casilla’. Fue detenido y de nuevo encarcelado en el castillo de Turégano (Segovia), condenado por corrupción a dos años de prisión y diez de destierro en los que no podía ejercer su cargo. Más tarde se requisaron documentos secretos que guardaba su esposa, Juana Coello. y se reabrió el caso. Pérez estuvo preso más tarde en Torrejón de Velasco, Pinto y finalmente en Madrid,. En 1590 escapó y se refugió en Aragón, tierra de su familia, poco antes de que se dictara su condena a morir en la horca, por asesinato y revelación de secretos de Estado. 

El rey ordenó su busca y captura, pero Antonio Pérez se acogió a los fueros de Aragón que daban autonomía al territorio en cuestiones de justicia y desde allí acusó al rey de haber ordenado la muerte de Escobedo. Escribió un memorial sobre su causa que se difundió por Castilla y Aragón y luego por Europa. Desde Madrid se urdió un proceso paralelo en el que se acusaba a Pérez de herejía y de tener asociación con calvinistas franceses, lo que permitió que interviniera la Inquisición, que tenía jurisdicción en todo el imperio. Los inquisidores de Zaragoza encarcelaron a Pérez en la cárcel de la Inquisición, donde estuvo cuatro meses, hasta que estalló un motín en la ciudad que llevó al recluso de la cárcel inquisitorial a la cárcel de la justicia aragonesa, en medio de una manifestación popular de apoyo.

Desobediencia al rey, a la Inquisicón y rebelión. Felipe II preparó un ejército comandado por Alonso de Vargas, que tomó Zaragoza y entregó al verdugo a los principales cabecillas del motín, y Aragón perdió su autonomía. Para entonces Antonio Pérez había huido a Francia y y pedido asilo, después marchó a Inglaterra donde publicó, en 1594 y bajo el seudónimo de Raphael Peregrino, las Relaciones, uno de los elementos que contribuyeron al nacimiento de la famosa leyenda negra de Felipe II. Más tarde se instaló en París, donde terminó sus días casi olvidado tras la paz entre España y Francia.

En 1615, cuando habían pasado 17 años desde la muerte de Felipe II, la Inquisición revisó el caso y anuló la sentencia contra Antonio Pérez. Pocos años antes la casilla’ de Antonio Pérez se convirtió en el convento de Santa Isabel, que dio nombre a la calle donde se encuentra. Fue cedido por la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III, a monjas agustinas recoletas, que hasta entonces habitaban un pequeño edificio junto al antiguo Corral del Príncipe, donde muchos años después de construyó el Teatro Español.  

En la pequeña calle de la Almudena, cerca del Palacio Real, dos placas recuerdan estos sucesos. Una indica donde estaba la casa de la princesa de Éboli y la otra el lugar donde cayó asesinado Juan Escobedo. Su muerte ha dado pie a novelas, pinturas y peliculas con diversos enfoques, a veces propios de leyenda, sobre los hechos, sus personajes y motivaciones.  

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