El Rastro, plaza General Vara del Rey. Foto: S.C. |
Lateral plaza General Vara del Rey. Foto:S.C. |
Las rejas de San Basilio
Por esa época se dio otro caso curioso en ‘Las Américas’, situadas en el entorno del Cerrillo del Rastro, un montículo del terreno que, tras los desmontes de épocas anteriores quedó como testigo de una de las siete colinas sobre las que se fundó Madrid. Fue en este lugar, ocupado hoy por la plaza General Vara del Rey y aledaños, donde tenía su ‘bazar’ un chamarilero dedicado a la compra y venta de hierro viejo, rejas, camas, herramientas, campanas y otros artículos de segunda mano. Durante el Trienio Liberal (1820-1823), con la incautación y venta de propiedades de las órdenes religiosas, compró las verjas de hierro o barandillas que estaban en la puerta principal de la antigua iglesia de San Basilio, en la calle Desengaño. El tratante las arrancó y las llevó a su corral del Rastro. Allí, de vez en cuando, recibía la visita de uno de los monjes basilios, que no quería perder de vista las rejas. Preguntaba por ellas y el tratante le respondía que no conseguía venderlas. Y el monje le amenazaba diciéndole que si la situación política volvía atrás, iba a tener que colocar las rejas en el mismo sitio donde estaban antes.
El Cerrillo, Plano de Texeria (centro). |
Y así fue. En 1823 volvió el absolutismo de Fernando VII, que abolió las leyes anteriores e inició una feroz represión contra sus oponentes. No tardó el monje en ir al Rastro a reclamar sus verjas, pero el tratante ya no las tenía, así que tuvo que aceptar las condiciones del monje y pagarle por las verjas bastante más dinero del que valían. Así se libró el chamarilero de una denuncia segura que hubiera tenido para él graves consecuencias en esos momentos en que las órdenes religiosas fueron restablecidas. El monasterio de San Basilio volvió a ser ocupado por los monjes, hasta la desamortización de Mendizábal, que en 1836 decretó su expropiación.
En la zona del Cerrillo del Rastro se encontraba desde el siglo XVI un matadero cuya actividad fue el origen del nombre del barrio, El Rastro, por el rastro de sangre que dejaban las reses sacrificadas al ser transportadas por los carniceros que se establecieron en esta zona. También los curtidores de pieles tenía aquí su negocio, en la Ribera de Curtidores, antes calle Tenerías. En relación con este comercio existen otras historias curiosas, como las de la calle de la Cabeza y la calle del Carnero.
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