El jardín del Retiro (Cadalso).M. Historia Madrid |
Así comenzó el siglo XVIII en Madrid, con una importante clase social que quería romper con los usos y costumbres del siglo anterior, imitando modales y vestimentas extranjeros, principalmente de Francia e Italia. Este comportamiento provocaba muchos recelos entre los madrileños, y más entre una parte de la aristocracia y clases acomodadas. Los nobles madrileños ‘a la antigua’, de melena suelta, tradicionales, austeros y orgullosos criticaban a los petimetres (del francés, petit maître, señorito) o currutacos, de peluca blanca, progresistas, frívolos, amantes del lujo y de la relación entre hombres y mujeres en el trato diario. Si aquellos veían con resentimiento el extranjerismo y desprecio a lo español en beneficio de productos extranjeros, éstos criticaban la inmovilidad y pacatería que pesaba sobre España.
Las diferencias eran evidentes, sobre todo en la imagen. Los petimetres abandonaron el traje español, llamado ‘de golilla’, de siglos pasados: traje oscuro, botas altas, capa y chambergo (sombrero de ala ancha). En su lugar adoptaron la vestimenta de estilo francés, ‘a lo militar’, con casaca larga y debajo camisola ancha con encajes en la pechera y las muñecas o corbata ancha, chaquetillas de colores, calzones ajustados, medias de seda, sombrero redondo (luego de picos) y zapatos de tacón alto con hebillas o lazos.
Obra de Gines de Aguirre. M. Historia de Madrid. |
Las petimetras vestían casaca corta, falda muy ancha, delantales cortos o vestidos con cola y lazos en los brazos. Entre estas damas aristócratas o adineradas apareció la figura del amigo íntimo, el galanteador, narcisista como ellas, al que llamaban 'cortejo', un personaje continuamente condenado por el clero. Acompañaban a su dama en todo momento, dentro y fuera de sus palacetes, en sus visitas y fiestas, en el teatro y en la plaza de toros de la calle Alcalá o en los paseos diarios por la Puerta del Sol o el Paseo del Prado, que era el lugar favorito para el encuentro y exhibición. Allí iban los madrileños de todas las clases a recrearse, a ver y dejarse ver durante la tarde, en sus coches, carrozas, a caballo o a pie.
Esta transformación que vivió una gran parte de la sociedad capitalina, y que afectó también al lenguaje y la alimentación del antiguo Madrid, se produjo de manera rápida, pero no llegó a las demás provincias, que seguían viviendo con los usos del XVII y sus trajes regionales. Cuando los hombres y mujeres de las clases acomodadas visitaban la Corte, tenían antes que pasar por el sastre y el peluquero para estar ‘a la moda’ y no ser objeto de prejuicios y burlas. Y al volver a su tierra, guardar esos ropajes y adornos cortesanos para no sufrir allí la misma guasa.
Estos cambios fueron el inicio en Madrid de las tensiones entre el pensamiento tradicional y el innovador, que estará en la esencia del giro social de este siglo de la Ilustración, cuyo apogeo en la capital llegó con Carlos III.
Las modas y comportamientos evolucionaron a lo largo del siglo, durante los reinados de Fernando VI y Carlos III, pero el narcisismo de petimetres o currutacos y pisaverdes, como les llamaban a finales de siglo, su obsesión por todo lo extranjero y refinado y el desprecio de todo lo nacional tuvieron su respuesta desde las clases bajas. Entre los madrileños de a pie surgieron unos nuevos personajes, los majos y majas, vecinos de la periferia de la ciudad, como los barrios de Lavapiés y Maravillas. Fueron la reacción a los abusos de las modas y costumbres de los petimetres y se convirtieron en los personajes más típicos de la sociedad madrileña del siglo XIX. Sus modos y vestimentas se abrieron paso en las fiestas típicas, el teatro, la literatura y poco a poco también llegaron a la aristocracia madrileña, como en el caso de la duquesa de Alba.