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05 febrero, 2016

Los pretendientes en el Madrid de Carlos IV

El grabado muestra a los invitados aguardando su turno para reverenciar a los reyes, sentados en el trono, y al príncipe Carlos, sentado más abajo.
 Besamanos en el Palacio Real, 1804 (L. Álvarez).
La corrupción en tiempos de Carlos IV propició la llegada a Madrid de un gran número de los llamados ‘pretendientes’, aspirantes a un cargo público importante que ansiaban una recomendación de algún personaje de la Corte. A finales del siglo XVIII y hasta bien entrado el XIX los puestos relevantes de la cosa pública podían lograrse sin méritos del candidato, simplemente por ‘enchufe’. La gran afluencia de estos pretendientes en la Villa y Corte provocó en 1807 una orden del ministro de Gracia y Justicia que prohibía la entrada en la capital a quien no obtuviera antes una real licencia.

Por todo Madrid pululaban estos cazadores de empleos públicos, que podían agruparse en cuatro tipos, según el objeto de sus desvelos. Había clérigos que aspiraban a un puesto que conllevara una renta, letrados que deseaban ser jueces en uno de los numerosos tribunales del país y sus colonias, hombres de negocios que buscaban un puesto en Hacienda y abogados con pocos recursos que intentaban llegar a ser corregidores, una especie de magistrados con escaso poder judicial que se establecían en la ciudades donde no había Audiencia.

Estos últimos eran jóvenes licenciados en Derecho, que después de trabajar tres o cuatro años en el bufete de un abogado y estar cualificados para ejercer, carecían de las influencias necesarias para llegar a ser juez. Así que llegaban a Madrid con su currículum, dispuestos a echar horas ante el despacho del ministro hasta conseguir entregar sus ‘papeles’. Otros, por ser conocidos de algún noble con poder para nombrar jueces, se dedicaban a agasajar y hacer la pelota a su protector con el mismo fin.

El valido, sentado y vestido de general del Ejército, tras una batalla.
Godoy (Goya.Academia Bellas Artes)

A los pretendientes a un empleo en Hacienda el privilegio les tenía que llegar del valido o primer ministro Godoy, o de la reina, María Luisa de Parma, esposa y prima hermana de Carlos IV. Para obtener la recomendación de la reina era necesario tener un buen tipo o estar dotado de cualidades artísticas que atrajeran su atención o de alguna de sus camareras favoritas. Para llegar a Godoy, favorito de la reina y hombre dado a los placeres, lo mejor era presentarse en uno de sus besamanos o recepciones públicas semanales acompañado de una mujer bella.


En este gobierno corrupto y libertino un inexperto pretendiente lograba el puesto de juez si conseguía casarse con una dama de honor de la reina o con una de las favoritas temporales del ministro Godoy, que agradecía los servicios prestados otorgando al marido la recomendación necesaria.


En cuanto a las prebendas eclesiásticas, hasta esa época habían estado en manos del Consejo de Castilla, máximo órgano de gobierno tras el rey. El Consejo recibía las solicitudes, estudiaba los méritos y títulos de los candidatos y aconsejaba al rey para que tomara una decisión. Por ello, las casas de estos consejeros reales eran frecuentadas casi a diario por aspirantes a cargos oficiales, una vez aceptados como visitantes de la familia. Allí pasaban la mañana dando conversación y librando del aburrimiento a la señora de la casa, por lo general una mujer de edad avanzada. Y por la noche, allí estaba otra vez, participando en juegos de mesa con su protector. Y así tres o cuatro años hasta que el consejero lograba poner el nombre del pretendiente en el primer lugar de una lista de tres candidatos ‘aptos’ para ocupar el codiciado puesto en una catedral. 


La reina posa de frente, con elegante vestido, tocado en la cabeza y abanico en la mano.
Mª Luisa de Parma (Goya. El Prado)
Así era el asunto hasta que la reina y Godoy arrebataron esta facultad al Consejo de Castilla y crearon un sistema para cobrar enormes sumas de dinero por cada recomendación, a través de la camarera mayor de la reina. Se supo del caso de un clérigo sevillano, de familia adinerada, que tuvo que pagar el equivalente a la renta de dos años del cargo en la catedral de Sevilla para obtener el puesto y gozar de sus privilegios.

De estos tejemanejes da cuenta el escritor y periodista José María Blanco White (1775-1841) en sus Cartas de España, con una prosa amena y un estilo envidiable. Testigo del ambiente de corrupción institucional que se vivía en Madrid, hombre muy crítico, defensor de la libertad y la independencia, cargó su pluma contra la intolerancia y el atraso del país. Retrató a la sociedad española y sus clases sociales, no tanto por exponer sus males como por la vergüenza que le causaba el espectáculo de vicio y corrupción que le tocó vivir. 

El escritor se refiere a la maldición española 'arrastrado te veas como un pretendiente', ya que “causa compasión y risa al mismo tiempo” ver a estos pretendientes a diario “camino del Palacio Real para vagar por sus galerías durante horas y horas hasta que consiguen hacerle una reverencia al ministro o cualquier otro personaje del que dependen sus esperanzas”. Añade que, por la tarde, hacían acto de presencia en el paseo diario de la familia real, y más tarde asistían a la tertulia de una gran señora, si conseguían ser invitados, para presentarle sus respetos.

Con estos antecedentes, es fácil imaginar la altura de miras y los intereses que podían mover a quienes lograban un puesto relevante en el gobierno o la administración. Aún así, Blanco White no dejó de señalar los casos de personajes honrados y extraordinarios a los que conoció y que ejercían su cargo como hombres justos. Acosado por sus múltiples enemigos, se exilió en Inglaterra en 1810.

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