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21 noviembre, 2014

Las greguerías de Ramón Gómez de la Serna

Retrato de juventud, vestido con traje corbata.
Ramón Gómez de la Serna.
El escritor y periodista madrileño Ramón Gómez de la Serna inventó un género literario, la greguería, a principios del siglo pasado, en una época de decadencia ideológica. La greguería consiste, según el autor, en la suma de metáfora y humor. Con este género híbrido trivializó el lenguaje y creó frases breves que muestran las cosas cotidianas desde un punto de vista inédito, extravagante y muchas veces irracional, pero cargado de ingenio y humor. Juegos de palabras y asociación de ideas en su afán de rebelión estética:
“El deseo de volar que tienen los billetes es lo que conduce al turismo”.
“En la caja de clavos todos ellos quieren esconderse, pero algunos tienen que dar la cara”.
“La greguería se ampara de la confusión que necesita… porque sólo para presentarse ante los examinadores se necesita llevar bien claras y aprendidas las mentiras”.
“Cuando anuncian por el altavoz que se ha perdido un niño, siempre pienso que ese niño soy yo.”

Nacido en 1888, fue un literato precoz. Su primer libro, Entrando en fuego, se publicó en 1905 y luego vendría una extensa producción muy apegada a Madrid: El Rastro, Toda la historia de la Plaza Mayor, El Pardo, Madrid, Goya o la ribera del Manzanares, La abandonada en el Rastro, Elucidario de Madrid, Pombo, Nostalgias de Madrid, Toda la historia de la calle de Alcalá o La mujer de ámbar.

Greguerías ante el desencanto

Gómez de la Serna es, sin duda, el escritor más representativo del movimiento vanguardista de su época y, posiblemente, el primero de Europa que se incorporó a este movimiento. Comenzó a publicar las greguerías en 1910 y se popularizaban enseguida entre un público desencantado por la realidad. En una ocasión, en 1919, explicó el origen de este género: “La greguería nació aquel día de escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, todos, frasco por frasco, y los mezclé, surgiendo de su precipitación, de su depuración, de su disolución radical, la greguería. Desde entonces, la greguería es para mí la flor de todo, lo que queda, lo que vive, lo que surge entre el descreimiento, la acidez y la corrosión, lo que lo resiste todo.”

“En el diccionario todas las palabras juegan al escondite con uno”.
“Salía tanto vapor de la olla, que la niña exclamó: ¡Mamá, se está quemando el agua!”
“Cuando el domingo caiga en lunes, la vida habrá perdido la cabeza.”

La portada es una fotografía callejera en blanco y negro en la que destaca la imagen de un lisiado que vende lotería. Se indica que las fotografías son de Carlos Saura.
Portada del libro El Rastro.
En su extensa producción hay novelas, ensayos, artículos periodísticos, biografías, críticas de arte, cuentos e incluso obras de teatro, una faceta del autor casi desconocida debido a que en ella no despuntó su talento, según los expertos. 

Entre sus obras más conocidas están Finlandia (1923), El torero Caracho (1926), Automoribundia (1948), autobiográfica, o Las tres gracias (1949) que, como Piso bajo, su última novela, son una vuelta al entorno madrileño de sus primeras obras.

Ramón Gómez de la Serna inició los estudios  de Derecho en Madrid y se licenció en Oviedo. En 1914 fundó la famosa tertulia artistico-literaria del café Pombo, activa hasta 1937. En 1931, de viaje por América, contrajo matrimonio con la escritora Luisa Sofovich, aunque hasta entonces había convivido con la ensayista Carmen Burgos.

En 1936, iniciada la guerra civil española, se exilió con su esposa en Buenos Aires. En 1962, el Congreso de Argentina le otorgó una pensión vitalicia de 5.000 pesos mensuales. Ramón, como le gustaba que le llamaran, falleció el 12 de enero de 1963. El Ayuntamiento de Madrid solicitó a su viuda que los restos mortales del escritor estuvieran en su ciudad natal. Unos días después, la capilla ardiente se instaló en la Casa de la Villa, que hasta hace unos años era sede del Ayuntamiento, donde se le impuso la medalla de oro de Madrid. Sus restos recibieron sepultura en el Panteón de Hombres Ilustres del cementerio de la Sacramental de San Justo, junto a la tumba de Mariano José de Larra. Una calle de Madrid lleva su nombre y en la plaza Gabriel Miró, en Las Vistillas, hay un monumento dedicado a su obra.

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